El acto de amar, no, el querer recibir y dar afecto es algo que nos hace humanos y, por muy breve que sea, todos hemos dado o recibido ese afecto.
– ¿Qué haces?.
Pero, el hecho de yo recibir amor, es algo que debería considerarse imposible.
– Nada, cariño.
El yo estar haciendo esto debería ser un pecado.
– ¿Entonces, por qué te ves tan preocupada?.
– No pasa nada, amor, solo estoy algo agotada.
No, de hecho, está claro que seré castigada.
– Entonces, ¿no quieres ir?.
– ¿Qué tal si nos quedamos esta noche? Tu y yo solos, en esta cómoda y agradable cama.
– Siempre se puede faltar a una reunión o dos cuando eres el jefe.
El hombre al frente mío no es otro que mi actual novio, sin embargo, solo lo será durante un tiempo.
– Adelante.
Me recuesto sobre la cama, y levanto mis brazos como señal de que debería acercarse.
O eso se supone que debe pensar él.
– Ya era hora de que me...
Y de la nada, incluso antes de que dar un paso, una bala atraviesa su cabeza, dejando una atroz mancha de sangre en el suelo. Podría sonar asqueroso o aterrador, sin embargo, ya es una escena a la que estoy acostumbrada
Es mi trabajo, es mi maldición, y por mucho que quiera, no puedo escapar de ella.
°°°
– Mikela, ven aquí.
Al poco tiempo de nacer, mis padres me dieron en adopción.
– Si, padre.
Y luego de 5 años, logré conseguir una familia, o al menos eso pensé.
– Hiciste un gran trabajo, Mikela.
– Le agradezco, padre.
Haciéndose pasar por personas normales, una joven pareja me adoptó, dos enamorados que no podían tener hijos, y recurrieron a la adopción.
Pensé que seríamos una familia perfecta, o eso me hicieron pensar los muchos libros que habitaban en la pequeña biblioteca infantil.
Sin embargo, dicha familia poseía un oscuro secreto, del cual tanto yo como mis muchos hermanos fuimos víctimas.
– Ve, descansa y espera nuestra próxima misión.
– Entiendo.
Entrenados para obedecer, para matar, incluso para morir, somos los hijos de la muerte, y la vida se ha encargado de dejarnos eso claro.
°°°
– Hermana, que gusto verte.
– ¿Cómo estás, Dieb?.
– Feliz de volverte a ver hermana. Me dijeron que estabas en una misión muy importante, incluso llegué a preocuparme un momento.
El pequeño chico al frente mío es uno de mis muchos hermanos adoptivos, otro de los muchos niños sin esperanza que llegaron a este lugar a morir. Sin embargo, aquel niño que llegó hace tantos años no tenía habilidades para la batalla, de hecho, era un debilucho llorón, pero con un gran corazón, sin lugar a dudas, alguien que de una forma u otra no estaba hecho para esto.
Alguien que NO debería estar aquí.
Pero, una vez lo sabes todo, la única salida es la muerte, y mi Dieb no sería la excepción.
Este niño estaba condenado a ser carne de cañon, y yo, al ver eso, decidí protegerlo.
Me vi obligada a cumplir cualquier misión que llegara por muchos años. Manche mis manos de sangre una y otra vez con el simple fin de ganarme la aprobación de padre y reclamar así, entre miles de premios, a este chico.
– ¿Estás bien, Mikela?.
Sin embargo, alguien como yo debería ser privada de estos pensamientos, ya que alguien como yo, no merece tener los llamados "sentimientos".
.
– Lo siento mocoso, tu hermana está algo cansada, voy a dormir un rato, deberías hacer lo mismo, ya es casi medianoche.
– No podría dormir sin saber nada de ti Hermana.
Yo solo acaricio la cabeza del chico, y me dirijo a mi habitación, cayendo rendida en una cómoda cama.
Antes de cerrar los ojos, por mi mente pasó el recuerdo de aquel momento en donde cumplí mi primera misión.
Aquel día, me obligaron a matar a un hermano que intentó escapar.
Recuerdo que lo hice sin dudarlo, corriendo tras el como si de un depredador persiguiendo a su presa se tratara, sólo para matarlo con mis propias manos.
No sentía nada, pero, luego de hacerlo, observé mis manos llenas de sangre, sangre de una de las persona con la que me crié.
En ese momento, me dí cuenta de algo.
«Si no me aferro a algo, morirá la yo que fue humana alguna vez».
No quería eso.
°°°
– Hermana, Hermana, el desayuno está listo.
Siento los leves toques de mi hermano, y me levanto con calma.
En realidad, su forma de caminar es diferente a la de los demás, así que ya yo sabía que era el quien venía.
Suaves pero apresuradas, incluso a algo torpes, así son las pisadas de mi hermano menor.
– ¿Cuantos años tienes, Dieb?.
– ¿Por qué me preguntas eso todos los días? Tengo 17 años, en una semana por fin seré mayor de edad.
Dice inflando su pecho de orgullo.
Ya hace diez años que lo separé de la familia, en realidad, no hay razón para decirnos hermanos, ya que él es más cercano a un sirviente personal.
Sin embargo, eso sólo nos haría más lejanos.
Él es la persona a la que me aferré, la persona que prometí proteger, e incluso más que eso, él es la única persona que me hace sentir viva.
Sé que el acto de amar es algo de lo que debería ser privada, pero, el saber que este chico me recibirá con una sonrisa me llena con una indescriptible felicidad.
– Te amo, Dieb.
– Yo también te amo Hermana, ahora ven a comer.
El casi siempre me responde de esa forma, informal y relajada, como un padre diciéndole a sus hijos que los ama, y, sin embargo, me siento insatisfecha cada vez que pasa, es como ser rechazada cada vez.