|La Desaparición del Héroe, Epílogo|
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“Tal vez la única forma de honrar a los muertos es aprovechar al máximo tu vida, ya sea que dure unos pocos años… o un siglo que transcurrió rápidamente.”–Spider-Man, Marvel Comics.
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Entró con torpeza por la ventana del ático, golpeando el escritorio y tirando cosas en el proceso. Incluso escuchó algo romperse, pero decidió ignorarlo.
Cuando sus pies hicieron crujir la madera del suelo, todo a su alrededor comenzó a girar provocándole náuseas y, entonces, el recuerdo de lo ocurrido le cayó encima como agua fría, derrumbándolo sobre el suelo, presa del pánico y el dolor.
Mil y un preguntas golpearon su mente, atormentándolo en silencio al no obtener ninguna respuesta. ¿Cómo fue que todo terminó así? ¿En qué momento las cosas comenzaron a salir mal? ¿Cuál fue su primer error: dejar a Grimmel libre por tanto tiempo, confiarle su secreto a Hiccup…? O tal vez…
¿Sobrevivir a aquel disparo?
Si tan solo las cosas hubieran sido diferentes ese día, entonces…
—Debí ser yo…—murmuró sin voz, arrastrándose hacia el rincón más oscuro y apartado del ático.
Observó sus manos sucias con polvo y sangre seca, estremeciéndose al recordar el contacto frío de su piel y el silencio en su pecho.
Su hermano se había ido y era su culpa.
—Debí ser yo…—musitó, apoyando la cabeza contra la pared, dejándose vencer por el cansancio.
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Despertó al amanecer, cuando el silencio fue roto por los pasos cansados de su padre y el llanto desconsolado de su madre. Habían vuelto a casa, y él no estaba listo para verlos, en especial cuando las imágenes de lo ocurrido seguían en su cabeza, torturándolo incluso en sus sueños.
Pensó en salir de ahí antes de que lo encontraran, pero su cuerpo estaba paralizado por el miedo, así que lo único que pudo hacer fue permanecer en silencio, implorando que la puerta del ático estuviera cerrada.
¿Cuánto tiempo permaneció ahí? ¿Horas? ¿Días? Ya ni siquiera volteaba a la ventana, tan sólo observaba la luz proyectándose en el suelo hasta desaparecer, una y otra vez, mientras escuchaba los sollozos de su madre, encerrada en la habitación que alguna vez compartió con su hermano, y los suspiros de su padre al pie de la escalera, intentando ser fuerte por su familia.
No sentía hambre, ni sed y sus costillas dolían cada vez menos. Si tan sólo pudiera decir lo mismo sobre la presión en su corazón.
Si tan sólo pudiera dejar de sentir ese dolor que lo carcomía y le robaba el aliento.
—¿Tyre?—la voz apagada de su padre se elevó a través de la puerta en el suelo, erizándole la piel, silenciando sus pensamientos.
Hizo un intento por retroceder, pero estaba contra la pared, con el cuerpo adormecido por el desuso.
—Sé que estás ahí… Hijo.
No. No debía llamarlo así. No debía buscarlo.
Lo escuchó suspirar con cansancio, imaginándose el aspecto demacrado que debía tener por su culpa.
—El… funeral—pronunció su padre, las palabras atrapadas en su garganta—, será esta tarde.
Ahogó el llanto en su pecho al escucharlo, sintiendo las lágrimas picar en sus ojos apagados.
—Te dejaré la dirección junto a la puerta—añadió luego de un rato en silencio—… Por si quieres ir a despedirte.
Era mentira. Cómo podía querer que los acompañara, cuando él había tenido la culpa. ¿Por qué querría tener a su lado al responsable de su muerte?
Si sabía que estaba ahí, ¿por qué no lo obligaba a marcharse?
¿Por qué…?
—No estoy molesto, hijo—susurró su padre, algo en su voz rota no se escuchó del todo segura—. Sólo quiero saber que estás bien.
Otra mentira. No debía preocuparse por él. Debería odiarlo por lo que hizo, ¡¿por qué no lo odiaba?!
—¿Tyre?
¿Por qué había tanta angustia en su voz? ¿Por qué parecía estar a punto de romperse?
Lo escuchó suspirar de nuevo, mezclándose con los sollozos de su madre.
—Hablemos cuando estés listo, ¿de acuerdo?—le pidió esperanzado—. Recuerda, ningún secreto puede ser tan malo…
Esperó que continuara, pero no lo hizo, tan sólo se marchó, con sus pasos resonando en el corredor en busca de la mujer que no dejaba de llorar.
—… Como para ocultárselo a tu familia—susurró, mientras sus padres salían de la casa, sumiéndolo de nuevo en el silencio.
Sus padres…
¿Realmente merecía seguir llamándolos así? ¿Podía seguir considerándolos su familia?
«No»
Escuchó por primera vez esa voz en su cabeza, similar a la suya pero a la vez tan diferente, y supo que el verdadero tormento apenas comenzaba.