Un viento gélido acaricia las copas de los árboles, haciéndolas danzar de manera suave y rítmica. Riel se aventura por las calles, sus ojos recorriendo la multitud de pequeños monstruos y brujas disfrazados que corretean de casa en casa, sus canastas rebosantes de dulces. El pueblo entero parecía sumido en una fiebre festiva, tal y como sucedía cada año en Halloween, pero en el corazón de Riel anidaba una extraña melancolía.
Las hogueras crepitaban alegremente en las plazas, iluminando rostros pintados y disfraces extravagantes. Las risas de los niños, jóvenes y adultos se mezclan con el crujido de las hojas secas de otoño bajo los pies y el crepitar del fuego, donde comparten relatos inquietantes y emocionantes. Sin embargo, a pesar del bullicio, había un vacío en el interior de Riel. Los demás se entregan a la diversión y ella se adentra en el bosque atraída por una fuerza misteriosa que la llamaba.
No obstante, esa noche, Riel vagaba sin rumbo entre los arbustos, buscando algo que la sacara de su apatía. Sus ojos se fijaron en una silueta oscura que se movía ágilmente entre las sombras: un gato.
Algo en su porte felino, en la manera en que su pelaje brillaba con la luz de la luna, despertó en ella una curiosidad insaciable. Sin dudarlo, se adentró aún más en el bosque, siguiendo al enigmático animal.
A medida en que avanzaba, la joven notó que el gato llevaba una extraña túnica negra que ondeaba al compás del viento nocturno.
—¿Un gato con túnica? —murmuro Riel fascinada.
El felino desapareció de repente por una pequeña puerta oculta en una vieja cabaña, sumergiéndose en la oscuridad. Impulsada por una mezcla de asombro y curiosidad, Riel no lo pensó dos veces y siguió sus pasos.
Al cruzar el umbral, la tierra se abrió bajo sus pies, Riel se encontró cayendo por un oscuro túnel y estrecho conducto. El viento le azotaba el rostro y la tierra fría rozaba su piel, los gritos ahogados que escapaban de su garganta se perdían en la oscuridad, sin tener idea de qué estaba ocurriendo o adónde la llevaría aquel extraño viaje. Tras lo que pareció una eternidad, aterrizó de forma abrupta, quedando sentada sobre un suelo frío y húmedo.
Riel abrió los ojos y se encontró en un lugar que parecía sacado de una pesadilla. Un viento gélido azotaba su rostro, arrastrando consigo el aroma a tierra humedad y a algo más… a algo antiguo y olvidado. A su alrededor, un bosque de árboles retorcidos se extendía hasta donde alcanzaba la vista, sus ramas desnudas dibujan siluetas siniestras contra un cielo plomizo, el suelo, cubierto de una gruesa capa de cenizas, crujía bajo sus pies.
—¿Dónde estoy? —la joven observa a su alrededor.
Un escalofrío recorrió su espalda al ver al gato negro que se mantenía erguido sobre sus patas traseras, su mirada esmeralda brillaba intensamente en la penumbra. Su pelaje, suave y lustroso, contrasta con la crudeza del entorno.
En su pata derecha sostiene entre sus garras un reloj de bolsillo antiguo, y en su otra pata descansa sobre el pomo de un bastón de madera tallado. La expresión en su rostro era seria y atenta, como si estuviera esperando un momento importante. Vestía una túnica negra que le cubría desde el cuello hasta los pies, la tela parecía fluir con elegancia, acentuando su porte distinguido y misterioso.
La escena era tan peculiar como fascinante, y el ambiente alrededor parecía esperar el siguiente movimiento de aquel enigmático felino.
—Riel, Riel —susurró el gato, su voz era más profunda de lo que se podría esperar de un animal.
Riel, parpadeó varias veces, intentando aclarar su visión. Su corazón latía con fuerza en su pecho.
—¿Puedes hablar? —tartamudeó Riel, algo aturdida.
—¡Ahora no es el momento! —respondió con serenidad el gato con un tono urgente—. Vamos, sígueme y descubrirás lo que está ocurriendo.
—¿Dónde estoy? —inquirió Riel mostrando su confusión.
—En el camino te cuento, joven —el gato comenzó a caminar sin importar si Riel lo seguía.
Ella seguía sintiéndose desorientada, pero a pesar de su confusión, decidió levantarse del suelo y empezó a seguir al gato. Sus ojos se posaron en un letrero descascarillado clavado en un árbol, las letras borrosas y casi ilegibles, parecían susurrar “Reino del olvido”. Un escalofrío recorrió su espalda a la vez, como si el aire se hubiera vuelto más pesado.
“Tal vez he comido demasiadas golosinas y estoy empezando a alucinar”, reflexionó internamente, tratando de justificar la extraña situación en la que se encontraba.
—No te quedes atrás, ¡ellos nos pueden ver! —advirtió el gato levantando su pata, señalando hacia arriba con una urgencia que heló la sangre de Riel, sus ojos, siguieron la dirección indicada y se encontró con un cielo oscuro y amenazante, donde sombras colosales se movían entre las nubes.
Un par de dragones de tonalidades oscuras surcan los cielos a lo lejos, sus escamas brillan intensamente, reflejando la luz como si fueran de carbono pulido. Uno de estos majestuosos seres alza sus enormes alas con fuerza, provocando una poderosa tormenta eléctrica que iluminó el horizonte con destellos cegadores junto a un rugido ensordecedor. Los relámpagos dibujan zigzags luminosos en el cielo, creando un espectáculo de luces cegadoras.
A pesar del caos que se desata en el cielo, Riel y el gato no pueden perder ni un segundo, el viento azota sus rostros, arrastrando consigo el aroma húmedo de la tierra y la madera mojada.
—Debemos apresurarnos —repitió el gato, su voz apenas audible por encima del rugido de los truenos—. Los guardianes del reino podrían atraparnos en cualquier momento —el gato acelera el paso y toma del antebrazo a la joven, su garra clavada en su brazo.
La guía a través del bosque con una familiaridad que desconcierta a Riel, se mueve con una agilidad felina, esquivando ramas y rocas con facilidad, sus ojos brillando en la oscuridad. Riel lucha por mantener el ritmo, el corazón latiéndole en el pecho, la joven tropezó con una raíz cayendo al suelo, raspandose la rodilla. El felino se detuvo, mirándola con una expresión que no pudo descifrar. Antes de que pudiera preguntar, la levantó y continuaron su camino.