De las rocas, surgían columnas de vapor que se elevan hacia el cielo, creando un paisaje etéreo y misterio. Un viento gélido acarició el rostro de Riel, llevando consigo el aroma intenso de las rosas y el olor, azufre, de las piedras ardientes. La joven sintió un escalofrío recorrer su espalda al contemplar aquella escena.
—Joven Riel —la voz grave de Wolf, la sobresalto. Se giró lentamente, sus ojos recorrieron la figura imponente del hombre—. ¿Qué secretos crees que guarda este reino? —preguntó él, su mirada penetrante caía sobre la joven.
—Oh, lo siento —murmuró Riel con voz temblorosa, estaba tan absorta observando las murallas de ambos reinos, que no había escuchado a Wolf que llevaba un buen rato llamándola.
—Veo que la muralla de rosas le ha llamado la atención —comentó Shadder—. Dicen que donde crecen rosas negras, la tierra sangra —agregó.
—¿Por qué la muralla? —cuestiona la chica.
—Fue creada por la reina Klariza, quinta soberana que ha tenido el reino oscuro —relata Wolf, su voz cargada de odio contenido—. La Colmena Roja y nuestro reino han estado en guerra por veintiún años, señorita Riel.
—¿Por qué? —ambos se observan, el viento ondea las cortinas de la cabaña, trayendo consigo ecos y recuerdos de batallas pasadas.
—La bruja oscura —responde Shadder, su mirada fija sobre la muralla de rosas. Por el momento, no tenemos certeza al respecto.
—La guerra se desató a raíz de un problema que nadie en el reino parece recordar. Se rumora que lanzó una maldición sobre ambos reinos, hemos intentado hacer memoria, pero es como si… —Wolf es interrumpido.
—Un velo oscuro hubiera cubierto nuestros recuerdos —concluye la frase Shadder, su voz cargada de nostalgia. Riel frunce el ceño, horrorizada ante la imagen que las palabras de Shadder evocaban en su mente.
—¿Años así? ¡Oh, Dios mío! —exclama, su voz llena de conmoción.
—Tú eres nuestra única esperanza —confesó Wolf, su mirada clavada en ella, trasmitiendo una desesperación palpable. Riel se sintió abrumada por la responsabilidad.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? —cuestionó Riel con voz temblorosa.
—Tráelo —ordenó Wolf a Shadder con voz baja y amenazante.
—¿Por qué tengo que ser yo? —interrogó el gato, su voz llena de resentimiento. Wolf lo miró fijamente, con una sonrisa irónica curvando sus labios.
—Porque tú eres el único que puede tocarlo, ¿no es así? —se quejó el hombre. El gato movió su cola con molestia y golpeó levemente el suelo con su bastón.
—Está bien, iré a buscarla —informa Shadder, resignado.
Shadder regresó, cargando un pesado cofre de madera oscura que evidenciaba el paso del tiempo, cubierto por una pátina que le confería un aire de misterio. La superficie de la caja estaba adornada con intrincados tallados que representaban antiguos símbolos, cada uno cargado de significado y contando historias de épocas pasadas.
La tapa del cofre, en particular, destacaba por sus grabados dorados que relucían suavemente, simbolizando tanto la protección como el poder que albergaba en su interior.
Al fijar su mirada en el cofre, Riel sintió una profunda fascinación; había algo en su interior que la atraía con una fuerza irresistible.
Era como si una extraña conexión la uniera a aquel objeto, como si el propio cofre emitiera una energía que la invitaba a acercarse. Sin poder resistirse, su deseo de abrirlo crecía, impulsándola a ceder ante la atracción que sentía, como si el cofre fuera un imán que la llamara a descubrir sus secretos ocultos.
Shadder se acercó a Riel, extendiéndole el cofre con una expresión de confianza en su rostro. Sin embargo, ella lo miró con una mezcla de desconfianza y cautela. La curiosidad se entrelazaba con la inquietud en su interior; no tenía idea de lo que podría estar escondido en su interior. Esta incertidumbre la llenaba de inquietud, un sentimiento que no podía ignorar.
“¿Y si esto resulta ser una trampa?”, reflexionó para sí misma, cuestionando las verdaderas intenciones de Shadder y el contenido del misterioso cofre que ahora tenía frente a ella. La posibilidad de que todo fuera un engaño la mantenía alerta, su mente maquinaba sobre los riesgos que podría acarrear abrir aquel objeto desconocido.
—¿Y la llave? —preguntó, curiosa, al notar que el cofre estaba sellado.
—Los descendientes de la sangre real son la clave de este cofre, que ha sido transmitido de generación en generación. Ahora te ha tocado a ti —comentó Wolf.
—Soy el guardián de este cofre —confesó Shadder—. En cada era, aparece un objeto mágico que simboliza a la próxima reina. Tómalo, niña; es tu momento. Ha llegado la hora de que asumas tu lugar.
Con una mezcla de intensa curiosidad y una leve inquietud, Riel tomó el cofre, sus dedos, recorriendo la madera fría y rugosa, sintiendo una extraña pulsación bajo la superficie. Un escalofrío la recorrió, y sus ojos se fijaron en el cofre, como si el objeto la desafiara a descubrir sus secretos.
Al tocarlo, un suave clic resonó en el aire, como si el cofre respondiera a su contacto. De inmediato, el ambiente se sumió en un profundo silencio, como si el mundo contuviera el aliento, esperando con expectación el momento en que el cofre se abriría.
Una tenue luz verde emanaba de su interior, parpadeando como una vela en la oscuridad. Al levantar la tapa, Riel se encontró ante la deslumbrante revelación de un amuleto central; la luz verde se intensificó, como si contuviera la esencia misma de la magia.
El amuleto, con la apariencia de una joya excepcionalmente rara y valiosa, presentaba un diseño intrincado, adornado con detalles que parecían danzar y vibrar con una energía protectora.
Cada trazo y forma reflejaban un arte antiguo, narrando historias de poder y resguardo, prometiendo no solo belleza, sino un significado profundo para quien se atreviera a poseerlo. Era un sofisticado colgante de oro, meticulosamente diseñado y embellecido con la misma simbología que adornaba el cofre.