En respuesta, Shadder suelta un gruñido profundo, su tono grave y casi amenazante deja claro su descontento ante las palabras del otro. Sus ojos, centelleantes de rabia, brillan con una intensidad feroz a la vez que muestra sus afilados dientes, una advertencia implícita de que no tolerará más provocaciones.
Además, la cola de Shadder se mueve con un gesto de abanico, un movimiento que no solo indica su enojo, sino que también expresa su malestar de manera inequívoca. La tensión se siente en el aire, palpable y cargada de una energía que no puede ser ignorada.
—No me gustan los dragones; como bien sabe, nosotros, los felinos, le tememos a los depredadores más grandes que nosotros. Los dragones son sombras que acechan en nuestros sueños, recordándonos nuestra pequeñez en un mundo dominado por fuerzas más poderosas —responde Shadder con cierto desdén en su voz.
—¿Y usted qué hace aquí, Lucien? —inquirió Riel, su tono cortante como una daga.
El hombre, sorprendido por la brusquedad de la pregunta, se aclaró la garganta antes de realizar una leve reverencia rápidamente.
—Mis más sinceras disculpas, princesa, por presentarme de esta manera —dijo el dragón con un tono respetuoso—. La vi muy ocupada y no quise interrumpirla en su trabajo.
—Entiendo, pero no comprendo por qué ha venido —replicó la joven, mostrando una expresión de confusión en su rostro.
—Disculpe, princesa, como su guardián, debo estar siempre a su lado para protegerla—Lucien la mira con respeto, Riel, luce un poco avergonzada—. No se preocupe —la tranquiliza él—, solo cumplo con mi deber.
—¡Oh! —exclamó Riel, sonrojándose y cubriendo su rostro con las manos.
—Los dejaré para que puedan conversar a gusto —comentó Shadder, sintiendo la tensión, se apresuró en alejarse.
—¿Princesa, quisiera que le enseñara a Grimwar? —sugirió Lucien. Riel retiró las manos, sorprendida. Una sonrisa tímida floreció en sus labios, iluminando sus ojos.
—¡Me encantaría! —exclamó Riel, sintiendo cómo la alegría la envolvía como un cálido abrazo.
—¿Prefieres que la lleve volando, llevándola cargada, o quiere que me transforme en un dragón? —preguntó Lucien, inclinando la cabeza con curiosidad, una sonrisa pícara dibujada en su rostro.
Los ojos de Riel se abrieron de par en par, su boca abierta en una O perfecta. Parpadeó frenéticamente, intentando procesar la absurda propuesta. Una risa nerviosa escapó de sus labios, un sonido suave que contrastaba con la seriedad del momento.
—Me sentiría mucho más cómoda si adoptaras la forma de un dragón —confesó. Lucien asintió en comprensión y, con un suave movimiento, se envolvió en sus majestuosas alas.
Un crujido resonó por el bosque, sus huesos se reconfiguraron, su piel se estiraba y se endurecía, transformándose en escamas negras que brillaban bajo la tenue luz. Dos cuernos curvos se elevaban imponentes de su cabeza, y sus ojos violetas, ahora más brillantes que nunca, se posaron en Riel.
Un escalofrío recorrió a Riel al sentir el cálido aliento del dragón rozando su rostro.
El corazón le latía con fuerza en el pecho, y una mezcla de asombro y temor la inundó. Lucien, en su nueva forma, era aún más majestuoso y poderoso de lo que había imaginado. Sin embargo, en sus ojos violetas, seguía brillando la misma calidez y ternura.
Inclinando su cabeza, Lucien la invitó a subir a su lomo. Riel vaciló por un instante, pero luego una sonrisa tímida se dibujó en sus labios. Con un salto, se aferró a las escamas del dragón y se dejó llevar por la emoción de este momento único.
Lucien se preparó, tomó impulso y extendió sus alas con gracia. Con un fuerte aleteo comenzó a elevarse, ascendiendo hacia el vasto cielo y adentrándose entre las nubes. A la vez que ascendía, una brisa fría, impregnada del aroma a tierra mojada, acariciaba suavemente el rostro de Riel, alborotando su cabello y aportando una sensación de frescura.
Desde las alturas, entre las nubes grisáceas, la joven contemplaba el extenso bosque que rodeaba el Castillo, una visión que le permitía apreciar con más detalle la imponente estructura de aquel lugar, que emanaba un aire gótico y antiguo. A través del espeso follaje del bosque, también se lograba vislumbrar la aldea, la cual lucía un aspecto melancólico y descuidado, casi como si el tiempo se hubiera detenido en sus calles.
A lo lejos, se podía distinguir la silueta de otro dragón que se acercaba en su dirección. Al percatarse de ello, Riel sintió cómo el sudor comenzaba a cubrir sus manos como un reflejo de su creciente nerviosismo. Sin pensarlo dos veces, decidió esconderse detrás de la imponente cabeza del dragón que montaba.
—Tendremos que aterrizar por un momento —comentó Lucien en un susurro, asegurándose de que solo ella pudiera oírlo.
Con una agilidad impresionante, Lucien descendió rápidamente hacia el suelo, y Riel, al sentir el impacto, se desmontó apresuradamente de su lomo. Sin perder tiempo, corrió hacia el interior del bosque, buscando refugio detrás de un robusto árbol que podría ofrecerle algo de protección.
Lucien, el imponente dragón, regresó a su forma humana, listo para afrontar lo que viniera.
Del cielo descendió un soldado que, al llegar al suelo, recuperó su forma humana. Las alas que lo habían acompañado durante su vuelo se deslizaron suavemente detrás de su espalda, cayendo como si fueran una fina capa que lo envolvía con gracia.
—¡Lucien! ¡Me resulta extraño verte por esta zona del reino! —exclamó el soldado, dejando entrever cierto desconcierto en su tono de voz.
Lucien, manteniendo la calma, se encogió de hombros, esforzándose por parecer lo más sereno posible a pesar de la sorpresa que había causado su presencia.
—Solo estoy dando una pequeña vuelta para asegurarme de que todo esté en perfecto estado —miente Lucien con una descarada tranquilidad.
El soldado lo observa con el entrecejo fruncido, sintiéndose incómodo ante el extraño comportamiento de su compañero.