Lucy:
La espada en lo alto. Mis padres tomados de la mano. El arcángel preparando la cortada. Los médicos atentos. Ese día no fue recordado por mí, ya que solo tenía 2 años cuando sucedió. Aunque sí he recordado lo doloroso que había sido perder mis alas. No se usaban métodos más precavidos, debido a que el dios quería representar ese sufrimiento como parte del castigo a los ángeles caídos. Aquellos que se encuentran en el rango superior, los más allegados al dios, son quienes tienen la misión de cortarnos las alas. Suelen bajar cada ciertos años para cumplirla. Afortunadamente, si así podría llamarle, me pasó en una edad que lo olvidaría cuando creciera.
—Es imposible para mí creer que se sientan bien al hacer esto. —le confesó a ese arcángel la abuela Maggie, resignada, cuando vió a mis padres llorar.
A los 7 años...
—¡Mira, mami! ¡Te hice una linda flor! —exclamé y se la mostré.
—¡Oh, gracias! Está muy linda, mi vida. —comentó, muy alegre—. La pondré junto al resto de flores. ¿Qué te parece? —plantea mientras la toma y lleva a todo el montón que le he regalado, organizadas en la habitación.
—¡Bien! Pero... deberíamos darle el nombre primero.
—¿Qué tal te suena Lucinda?
—¿Por qué Lucinda?
—Porque se parece a tí, mi vida. Con ese lindo cabello amarillo como sus pétalos. Y, una vez que le demos vida, tal vez sea igual de inteligente que tú.
Ella solía sacarme cientos de sonrisas cada día. Era mi mejor amiga. Le regalaba una flor hecha de papel al mes. Luego le dábamos vida y la manteníamos en una habitación con herramientas que cubrían sus necesidades primordiales. Por lo que, en ese día, llevó a Lucinda a ese cuarto, junto al resto de flores, y le impregnó la pólvora especial. Una vez tiene contacto directo con el papel, comienza a volverse una flor real. Ya no era un origami. Así fue cómo se unió a la familia. El cual yo adoraba ese pasatiempo que compartía con mamá. He tenido muchos recuerdos lindos relacionados a estos.
Su nombre era Tasmin. Rubia como yo, solo que su cabello se veía menos amarillo. Delgada, pero con excelentes curvas. Realmente guapa, de estatura 1,72. Ojos grises, los cuales encantaron a papá. Usualmente mantenía un buen arreglo de uñas, aunque tampoco le preocupaba ensuciarse las manos. De hecho, fue la encargada de cuidar a cada una de esas flores que le regalaba. Lo que hacía generar en mí sentimientos de felicidad y amor inconmensurables. Su piel era blanca de pocos lunares y no tenía pecas. Se preocupaba por no lastimarse ni llevarse marcas en la misma. Nunca estuvo en contra de los tatuajes, pero no le gustaba la idea de ponérselos. Nariz fina, orejas ligeramente pequeñas y manos y pies suaves.
—¡Abuela Maggie! —la llamé al ver que está a punto de salir, y mostré la expresión tierna que nunca falla.
—Bah, de acuerdo. Ven conmigo a pasear un rato. —contestó.
—¿Por qué odias tanto a los ángeles? —le pregunté cuando estábamos de paseo.
—Porque considero que están cegados de la realidad.
—¿Realidad?
—Sí. Escucha, mija, solo es mi opinión. Algo importante que se debe saber es que cada quien va con su criterio. —Ella nota que ando confundida al ver mi cara, por su última palabra, y muestra un gesto de fastidio. —Me refiero a que siempre debes tener tu forma de pensar.
»No odio a los ángeles, detesto que ellos se dejen llevar por ese dios que, según, representa la imagen absoluta y perfecta del bien. Únicamente hacen lo que él les ordene. Ni siquiera son mascotas, sino marionetas.
—Entonces... ¿debo tener una opinión sobre eso? —pregunto con las manos tomadas detrás de mi espalda mientras camino.
—Debes ser capaz de tenerla algún día. En veces, está bien tomar en cuenta la opinión de los demás, pero siempre es importante tener la tuya. No dejarte llevar por todo lo que escuchas. —aclara. Justo cuando termina, voltea a verme y nota que me estoy tapando los oídos con ambas manos. —¡No me refería a que dejaras de escucharme! —exclama, enfadada.
Normalmente se presentaban problemas con los suministros en las calles. Habían épocas donde escaseaba comida, tratamientos médicos, materiales escolares y el servicio de agua. Para la edad que tenía, era de esperar lo despistada que estaba. Apenas me daba cuenta de la preocupación que se notaba en varias familias. Sobretodo lo vivía en mi hogar. La abuela Maggie siempre conversaba de mala gana estos temas con papá. Sin embargo, mamá solía alejarme de esos temas. Ella buscaba la manera de mantener mi sonrisa y buen ánimo. A pesar de que afuera muchos pasaban trabajo duro, tratando de afrontar estas dificultades.
Los ángeles somos muy leales, pacíficos únicamente quienes viven en buenas condiciones. Así que los crímenes en la ciudad no formaba parte de los problemas. Eso no significa que nunca seríamos capaces de robar, pero tenemos una mentalidad dura en cuanto a no perjudicar al resto de nosotros. De hecho, nos desterraron y cortan nuestras alas para no traer conflictos ni acabar con el mandato del dios. Por lo que, cuando es sumamente necesario, lo hacemos.
—¡Puta madre! —se quejó papá apenas llegamos a la casa.
—Guzmán, ¿ahora qué está pasando? —le pregunta la abuela.
—Mamá, el servicio de agua nunca sirve. No importa cuánto se trate de solucionar.