Una voz reconocida paraliza a Mael frente a la casa. Tuvo miedo de voltear y desilusionarse. Nuevamente lo nombran. Con un abrir de ojos, se gira. Allí está, vistiendo ropa fea y sucia. Gael corre para abrazarlo fuerte. Su hermano apareció regresando a casa. No tiene heridas, ni un solo rasguño. El cuerpo está saludable a pesar de la ropa que lleva puesta. Mael duró unos segundos sin poder creerlo, ya que no solo se había ido, sino que perdieron todo contacto con él. Más nunca supieron de su vida hasta este reencuentro. Ninguno de los dos pudo contener las lágrimas. Llenarían un pozo entero con tantas que sueltan.
—No supe nada de ti. Creímos... que nos habías abandonado. —confiesa Mael, devolviéndole el abrazo.
—¿Abandonado? ¡¿Abandonado?! —pregunta Gael, indignado—. ¡Nunca me fui de Purple Moon! ¡Esa niña me tuvo como marioneta hasta hace poco!
—¡¿Qué?! ¡¿La del pueblo Doll?!
—¡Sí! Me la encontré en mi salida del pueblo, y de un toque me convirtió en un muñeco. —le cuenta, alterado y apretando los hombros de su hermano—. Sacó un papel para firmarlo como si fuese un contrato. Terminó volviéndose mi "dueña" durante los años que estuve fuera.
«Si a esa niña la tuviese cerca, de seguro le partiría la cara sin importar su supuesta edad», asegura Mael para sí mismo.
—Lo creo, observé el pueblo desde dentro. Pero es difícil aceptar que siempre fuiste un esclavo y no hice nada para sacarte. —confiesa él, esta vez mirándolo a los ojos.
—No te culpes de algo que no sabías. Si hubieses podido liberarme, lo habrías hecho. Simplemente no podías.
—No te imaginas cuánta alegría me llena poder verte. —le asegura con los ojos lagrimosos y voz temblorosa.
El encuentro con la madre no sería para poco. Al principio, Gael tenía miedo de la reacción. Después de todo, terminó con malos tratos y se fue de casa enfadado. No obstante, el amor que tiene su madre es mucho mayor que cualquier rencor y dolor. Solo quiso abrazarlo mientras le bombardeaba a besos. Con la magia mística, Mael preparó rápidamente una cena seguida de un exquisito postre. Esto es algo conmemorativo. Gael no quería contarle la verdad, pero su hermano lo hizo. Estaba en desacuerdo con darle una falsa realidad. Le dolió mucho a ella lo acontecido, sin embargo, estaba más alegre por tenerlo de vuelta.
—Ahora por fin podemos comer todos en la misma mesa. Era imposible no parase de la cama para verlos a los dos juntos otra vez. —confiesa la mamá, sonriendo de oreja a oreja, arrugada y vieja.
—Perdón por haberme ido así. —dice Gael cabizbajo, tragando fuerte el último bocado—. A partir de hoy seguiré viviendo con ustedes.
—No tienes que hacerlo. —aclara la madre.
—¿Qué? —preguntan ambos hermanos. La enfermera escucha desde el pasillo.
—Tuve que pasar por esto para comprender que los hijos no son ninguna propiedad. —confiesa aún con la sonrisa—. Ustedes tienen sus sueños, ambiciones y metas propias.
—¡Pero cuidarte es lo más importan... !
—Lo más importante es vivir. —le interrumpe a Mael—. Y sí, sería inmoral no atender las enfermedades de su madre. Pero deberíamos buscar un equilibrio, no puedo esclavizarlos con mi cuidado.
—¿Entonces quieres que te abandonemos? —pregunta Gael, retador.
—Quiero que me dejen enfermeros a cargo, o en un sitio que se dediquen a mis cuidados. Tengo a un hechicero y un negociador, no enfermeros.
La enfermera pone en marcha su retirada orgullosa de la paciente. A los dos les costó creerlo, pero finalmente se sintieron con mayor libertad y armonía. «La separación no debe significar un abandono».
¥¥¥
Pancartas, campañas y protestas todos los días sin falta. Horas y horas pasaban con el ruido que hacían los bandidos por las calles. Decenas de hechiceros se distribuían en las distintas ubicaciones para mantener la constante vigilancia. «Te daré un mes. Si no convences a los pueblerinos de que todos ellos vivan en el pueblo Doll, entonces los encarcelaremos», esas fueron las palabras del hechicero de mayor rango. Drake cerró el trato. Ahora se encuentran persistiendo. Sin embargo, en Oso y Avestruz no prestan atención. Ninguna voz llega hasta los oídos de ellos. Están concentrados en sus negocios, trabajos, hogares y sus vidas cotidianas. Los bandidos piden domiciliarse en Doll durante buen tiempo, una zona completamente desolada, para luego conseguir trabajo. Así tendrían un estilo de vida más estable y cómodo. En respuesta, las personas los ignoran.
—¡Baaah! Se me acabará todo el dinero comprando helados mientras protestamos. —se queja Boonie de hombros caídos.
—Deberías tomarte esto más en serio. —le sugiere Kevin con las manos en los bolsillos, caminando ambos entre los bandidos que gritan por las calles.
—No estoy seguro de que esto pueda funcionar. —confiesa Andrei con una expresión muy decaída, haciendo puchero.
—¡AAHH! ¡TÚ OTRA VEZ! —grita Boonie, pegando un salto que tira la bola del helado al suelo.
—Oh, por cierto, Boonie. Quería agradecerte por salvar mi vida y enseñarme que debo perdonar a los que...
—¡POR TU CULPA TIRÉ MI HELADO, PUTO! —le grita, tomándolo fuerte de su camisa y agitándolo bruscamente—. ¡NUNCA TE LO PERDONARÉ! ¡TE MATARÉ, REVIVIRÉ Y VOLVERÉ A MATARTE!