… «Hágase el hombre a la imagen y semejanza mía; y dominen a los animales, a la tierra y a todas las bestias; y trabajen los valles y los ríos».
Creó así, a imagen y semejanza suya, al varón y a la hembra: Adán y Lilith. Y esta última tendría que estar a disposición del varón.
Vivían en el Paraíso. Y aunque pareciese no haber ningún peligro en el jardín celestial, sí que lo había: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y el mal.
Ambos contenían unos, aparentemente carnosos, frutos, con un aspecto deleitable contagiado por la serpiente para así engatusar a los favoritos recién creados del Señor.
«Tenéis para comer de un sinfín de árboles alrededor del Paraíso, mas no habréis de comer de aquellos dos árboles, pues allí mora la serpiente».
Los engendrados acataron aquellas palabras y guardaron distancia con aquellos árboles, pero la astuta serpiente, en un descuido de Lilith, la envenenó de maldad.
Así, la ambición de Lilith comenzó a crecer al igual que sus cuestionamientos hacia Dios, y con mucha razón.
«¿Por qué he de obedecer, sin rechistar, a Adán? Supónese que ambos somos la imagen del Señor. Y en todo caso, ¿por qué no al revés?»
De un día a otro, comenzaron las reyertas por quién era superior al otro, a pesar de ser, los dos, la imagen de Dios en la tierra. Esta ambigüedad al momento de crear al hombre es lo que generó, paulatinamente, el desprecio entre los dos. El Señor mostró total desinterés con aquellas discusiones y siguió con su tarea de acrecentar las tierras. Para esto impuso:
«Fecunden, procreen para hacer crecer las tierras».
Lilith, firmemente, se rehusó a procrear con Adán, ya que creía injusto estar a la disposición de un semejante suyo: Adán.
Dios comenzó a pensar que, quizá y solo quizá, dos soles no pueden brillar en un mismo cielo, pero fue muy tarde: La serpiente se aprovechó de esta situación.
Lilith se acercó al árbol de la vida, donde yacía la serpiente, quien, con ayuda del afán poderoso de Lilith, logró engatusarla con la promesa de un gran poder con tal de comer del árbol. Finalmente, Lilith desacató la orden del Todopoderoso.
Lilith, inconscientemente, acababa de aceptar descender al averno y ser la mujer del Diablo. La tierra bajo sus pies comenzó a agrietarse formando un gran boquete y luego una gran sombra arrastró violentamente a la hija del Señor hacia una profunda sima.
No podría ser mejor, el cordero había conseguido arrebatarle, a quien lo había desalojado del cielo, su más apreciada creación. Sin embargo, no era nada relevante para el Señor: tomó este acontecimiento para arreglar su error y no hacer brillar dos soles en un mismo cielo.
Y creó así, de la costilla de Adán, a la hembra: Eva, la cual estaría a total disposición del varón y, de esta forma, lograr que procreen.
Desde el abismo, Lilith, viendo el claro desinterés del Señor de recuperarla, o lamentar su descenso al averno, y la desfachatez en crear a otra hembra para suplirla y olvidarla rápidamente, le juró el odio eterno.
Y para más cizaña, el Señor la maldijo por toda la eternidad:
«Lilith, tu ambición te hizo caer en la más oscura de las tinieblas, al más profundo de los abismos y a la más falsa de las mentiras. Tu corazón está, en demasía, engañado por aquel que mora de las penurias, tu corrupta alma y tu actual estadía no son adecuadas para la prosperidad del hombre: Cada vez, al parir, engendrarás cien niños, los cuales te comerás y regurgitarás, y se convertirán en bestias y obtendrás el poder que tanto deseaste tener».