THE QUEEN
Capítulo Uno.
¿Volví a reencarnar?
No, no, no, esto tiene que ser una maldita broma.
Miro mis manos. Pequeñas, suaves, frágiles. La confusión me golpea como un balde de agua fría: volví a reencarnar.
Rápidamente me levanto de la cama y corro hacia el primer espejo que veo. Pero al dar el primer paso, caigo de boca al suelo.
—¡Carajo! —maldigo, intentando levantarme con dificultad. Pero el dolor se desvanece cuando escucho mi propia voz. Me detengo en seco, desconcertada.
—¿Carajo? —repito, esta vez dudosa—. Oh, mierda.
Sin pensarlo dos veces, me lanzo hacia el espejo de cuerpo completo junto a la puerta. Lo que veo me deja completamente perpleja.
—¿¡Otra vez!? ¡Esto tiene que ser una jodida broma!
El reflejo en el gran trozo de vidrio no deja lugar a dudas: el cuerpo de una niña de 5 o 6 años me devuelve la mirada. Pelo rojo brillante, mejillas rosadas, delgada, y unos ojos... ¿rojos?
Sorprendida, me acerco más al espejo con los ojos abiertos como platos. Examino cada detalle, buscando alguna señal de pupilentes, pero no hay rastro alguno.
¿Esta niña nació con ojos rojos o esto es obra de mi alma al entrar en su cuerpo?
—¡Victoria! La señorita Louis te… —La voz de una niña irrumpe en la habitación, pero se corta de golpe. Me giro para verla petrificada en la puerta—. ¿Qué tienes en los ojos? —pregunta, retrocediendo lentamente.
—Pupilas e iris —respondo, obvia, mientras me aparto del espejo.
Pero su expresión es de puro horror. ¿Tan mal me veo? Confundida, vuelvo a echar un vistazo rápido al espejo. Todo parece... normal. Bueno, tan normal como puede ser tener ojos rojos.
La niña no dice nada más, simplemente se queda mirándome como si hubiese visto un fantasma. Sus pequeños pies descalzos retroceden un par de pasos antes de girarse y salir corriendo por el pasillo, dejando la puerta abierta.
—¡Perfecto! Ahora soy una niña con ojos de demonio —murmuro, volviendo la vista al espejo.
Tomo un mechón de mi cabello rojo y lo examino con cuidado. ¿Rojo? En mis vidas anteriores, tuve cabello negro, rubio, incluso gris, pero esto es nuevo,creí que al nacer dos veces con el pelo rojo ya no podría volverse a repetir,¿esto es alguna broma mal hecha?. Intento recordar algo, cualquier cosa, sobre la persona a la que pertenece este cuerpo, pero mi mente está vacía.
"Bueno, será mejor que comience a adaptarme antes de que empiecen a sospechar", pienso.
Me acerco al armario y abro las puertas. Lo primero que veo es un vestido infantil con bordados blancos y lazos delicados, muy lejos de lo que una empresaria o una reina estaría acostumbrada a usar.
—¿Esto es una broma? —susurro, examinando las opciones. Vestidos, zapatitos, y más vestidos. ¿Acaso no existe algo cómodo?
De mala gana, elijo el vestido más simple que encuentro y comienzo a ponérmelo. Mientras ajusto los lazos, escucho un murmullo de voces acercándose.
-¡Es verdad señorita Louis! ¡Victoria tiene los ojos rojos!
Mis manos se detienen a medio lazo mientras escucho esas palabras resonar en el pasillo. "Victoria tiene los ojos rojos". Perfecto, el rumor ya comenzó a extenderse.
Tomo una respiración profunda y termino de ajustar el vestido, preguntándome cuánto tiempo me queda antes de enfrentarme a esta "señorita Louis".
Me giro para observar la habitación una vez más, tratando de encontrar algo que pueda usar a mi favor: un escondite, una salida alternativa, algo que me dé ventaja en este nuevo e incómodo cuerpo.
Las voces se hacen más claras, y puedo distinguir una en particular: enojada. Debe ser esa tal señorita Louis.
—¿Qué tipo de tonterías estás diciendo, Annie? Los ojos no cambian de color por arte de magia.
—¡Pero es verdad! Lo vi yo misma. Eran rojos como el fuego.
"Fuego, ¿eh?", pienso, irónicamente. Lo último que necesito es llamar más la atención, pero si esto sigue así, no tendré opción.
La puerta se abre de golpe, revelando a una mujer alta, de cabello recogido y gafas pequeñas en la punta de la nariz. Su expresión de incredulidad se mezcla con un aire de irritación. Tras ella está la niña que dio la alarma, observándome con un temor que no intenta disimular.
—Victoria, ¿qué es esto de que... —La mujer se detiene en seco al clavar sus ojos en los míos.
La sorpresa se desliza por su rostro por apenas un segundo antes de recuperar su compostura.
—¿Es cierto? —pregunta en un tono más bajo, casi como si hablara consigo misma.
—No sabía que tener ojos rojos era un crimen —respondo, cruzando los brazos y tratando de sonar confiada.
El comentario parece tomarla desprevenida, pero se recompone rápidamente.
—Es... inusual, eso es todo —dice, ajustándose las gafas—. ¿Siempre han sido así?
—¿Qué crees tú? —replico, dándome la vuelta y fingiendo buscar algo en el armario para evitar su mirada.
No tengo intenciones de parecer sumisa, pero tampoco quiero llamar más la atención de la necesaria.
—Hmpf —la señorita Louis suelta un sonido entre la frustración y el análisis, pero no insiste más. Se gira hacia la niña a su lado—. Annie, regresa al comedor y asegúrate de no repetir rumores absurdos.
—Pero, señorita...
—Ahora.
Annie asiente rápidamente y se marcha, lanzándome una última mirada de reojo antes de desaparecer.
Cuando quedamos solas, la señorita Louis suspira y se cruza de brazos.
—Victoria, sabes que los inspectores vendrán hoy. Este no es el momento para comportamientos... peculiares.
—¿Inspectores? —repito, tratando de parecer inocente.
—Sí. Gente muy importante que evalúa si merecemos seguir recibiendo financiamiento. Así que te pido que no causes problemas, ¿de acuerdo?
—Claro, claro —murmuro, como si realmente me importara lo que dijera.