Jake siempre había sido un chico tranquilo, sumido en sus pensamientos y en la música que llenaba su mundo. A sus 15 años, la vida se sentía como un rompecabezas incompleto, con piezas que nunca encajaban del todo. Desde la separación de sus padres, el eco de los gritos se había convertido en un sonido habitual en su mente, un recordatorio constante de que la vida no siempre es un camino recto.
**Flashback**
Era un día cualquiera, en la casa que una vez había sido un hogar. Jake, pequeño y vulnerable, se había refugiado en su habitación. Desde su cama, escuchaba la tormenta que se desataba en la sala: gritos, llantos, y el sonido desgarrador de un amor que se desmoronaba. Para escapar, encendió su radio, el volumen a tope. La melodía de su canción favorita llenó el espacio, su refugio sonoro en medio del caos. Pero incluso la música no podía ahogar el miedo que le envolvía.
En su mente, un recuerdo se entrelazaba con la melodía: un pueblo extraño y vibrante, repleto de rostros desconocidos. Un viento fuerte soplaba, llevándolo a un lugar donde las preocupaciones no existían. Pero ese sueño se desvaneció, y Jake despertó, empapado de sudor y soledad, sintiendo que el mundo real siempre lo esperaba.
**Presente**
Con un sobresalto, Jake se dio cuenta de que estaba en su asiento del colegio, la cabeza caída sobre su escritorio. El sonido del timbre lo sacó de su letargo, y un pequeño golpe en el hombro lo hizo parpadear. Era su profesor, con una expresión que oscilaba entre la preocupación y la frustración.
—Despierta, Jake. Este no es el momento para dormir —dijo, con un tono que no admitía discusión.
Max, su mejor amigo, se inclinó hacia él con una sonrisa burlona.
—¿De nuevo soñando con esa canción? No puedo creer que aún te afecte.
Jake sonrió débilmente, pero su mente seguía atrapada entre el pasado y el presente. El resto de la clase transcurrió en un murmullo de voces y risas, pero en su interior, había un vacío que anhelaba ser llenado.
La campana sonó, marcando el final de la clase. Los estudiantes se levantaron, listos para salir al receso. Jake, atrapado en sus pensamientos, se quedó atrás mientras Max lo llamaba.
—¡Vamos! ¡Es hora de salir!
Al salir al patio, el aire fresco lo envolvió, y por un momento, el peso de su tristeza se atenuó. Tal vez el día de hoy traería algo nuevo, algo que pudiera llenar el vacío que había dejado la separación de su familia.
Entonces, entre la multitud, la vio.
Aria.
Su risa resonaba como una melodía en el aire, y Jake sintió que una chispa se encendía en su interior. Quizás, solo quizás, el destino le tenía preparado algo más que recuerdos tristes.