Jake se quedó mirando a Aria, absorto en su belleza. Ella reía con sus amigos, y su risa resonaba en el aire como una melodía. Sin darse cuenta, su corazón empezó a latir con fuerza. En ese momento, Max, su mejor amigo, se acercó y lo sorprendió.
—¿Qué pasa, Jake? —preguntó Max, con una sonrisa burlona en el rostro—. Estás más embobado que de costumbre.
Jake se sobresaltó y trató de disimular su interés.
—No pasa nada —respondió rápidamente, aunque su voz traicionó una pizca de nerviosismo.
—Aaaaa, así que es ella, ¿eh? —dijo Max, guiñándole un ojo. Jake sintió cómo el calor le subía a las mejillas.
—No, en serio, no es nada —replicó Jake, intentando cambiar de tema—. Solo... voy a ir a comer algo.
Mientras se alejaban, Jake no pudo evitar pensar en Aria. Recordaba cómo, después de la separación de sus padres, había dedicado su tiempo a formar una banda. Se lo contó a Max.
—He estado trabajando en mis canciones desde hace tiempo —dijo Jake—. Quiero que la banda sea buena, algo que me haga sentir vivo.
Max lo miró con una expresión extraña, como si evaluara sus palabras.
—Ayy, Jake, mi amigo —dijo al final—. ¿Por qué no vas y le hablas? Tal vez le agrades.
Jake frunció el ceño.
—¿Por qué le hablaría? Ni siquiera sé quién es realmente.
Max se encogió de hombros, desinteresado.
—Solo piénsalo. La próxima vez que la veas, no pierdas la oportunidad.
Ya estaban volviendo a su curso cuando Max le sugirió algo más.
—Oye, ¿qué tal si después de clase salimos juntos? Podríamos ir a ese café que te gusta.
Jake asintió, aunque su mente seguía en Aria.
—Claro, suena bien.
Mientras caminaban, una mezcla de emoción y nerviosismo lo envolvía. No podía sacarse de la cabeza la idea de hablar con Aria, de hacer que la conociera. Pero, por ahora, el día continuaría y su banda seguiría esperando.