—¿No crees que está muy alto?
Su voz se combina con los autos, el semáforo y los murmullos.
—No, sigue subiendo —el metal es frío contra mis manos —Ya casi —insisto. Quiero verlo.
—¡Esta demasiado alto!
—¡Ya casi! —le grito por reflejo.
El metal salado, óxido. Quiero verlo.
—Vamos a morir... —susurra a tres escalones por debajo de mí.
—Llegamos.
—Es la mujer de mi vida —dice sin despegar la mirada de mí.
Agua. Agua helada.
¿Que se supone que diga a eso?
—Que bien —aparto la mirada.
El suelo, el viento, todo alrededor de convierte en piedra.
—Te mandaré una invitación...
¿Gracias?
—Gracias...
Hace unos segundos no sabía si el silencio era cómodo o no. Ahora estoy cien porciento segura de que lo es.
Cálmate, Estefanía, cálmate.
—¿Cómo... La conociste? —preguntó, no queriendo.
No quiero escucharlo, no quiero saber, pero no puedo evitar concentrarme en oír cuando sus labios se abren. Quiero...
Quiero saber.
Una sonrisa se expande en su rostro. Es distinta, no es la misma, pero hay algo en él, hay algo, algo que tuvo antes y que tiene ahora. Quiero saber.
Quiero...
—En Australia, ambos nos inscribimos a la fundación "Ayuda a los niños del mundo". Yo ya conocía a Taylor, así que la familiaridad y la coincidencia nos unió.
Pasa de palabra en palabra con una sonrisa. Quiero vomitar. No soy yo. No es él.
Pero...
Asiento, rogando por dentro para que ya no siga. Tengo que salir de aquí.
—Es tarde —susurro, levantándome de la silla —Nos vemos... mañana en el trabajo —los nervios me hieren y comienzo a temblar cuando me pongo de pie.
¡Recuerda a tu Windows 10!
—Te puedo llevar —¡No, por favor! ¡Dios, ten piedad de mi alma! —tu misma lo dijiste, es tarde.
No puedo decir nada, no puedo quejarme. Asiento.
—Gracias, Jef —me despido del hombre de la barra y el sonríe, seguro sabiendo que el hombre que me acompaña es de quién le hable.
—¡Ayuda!—le grito telepáticamente, pero el hombre no hace más que sonreír.
La traición, la decepción.
David me observa enarcando una ceja, al parecer uno ya no puede mirar a alguien por más de cinco minutos porque la gente comienza a mirarte extraño.
—¿Vienes aquí seguido? —pregunta cuando salimos de la tienda.
—Hoy es la primera vez, pero pienso volver.
Azul metálico. Un Alfa Romero nos espera. ¡Debía suponer que no conduciria un Vocho blanco!
Ahora, aparte de ridícula me siento pobre. No pobre de tengo lo justo y necesario para una vida plena y feliz, no, pobre de lo siento pero no me alcanza para un garrote, así que dejen el dinero en el piso y luego yo me encargaré de llevármelo.
Abre la puerta del copiloto y la imagen de una pareja en su primera cita cruza por mi cabeza.
Ridículo, lo sé y pobre, también lo sé.
Entró tratando de equilibrar mis pasos y darle un toque de elegancia, pero por desgracia, la elegancia no se coloca en una oración junto con mi nombre y cuando mi trasero choca con el cuero blanco de su coche lo hace de una manera brusca soltando el aire del asiento.
—Maldito coche traicionero, no peso tanto —David da vuelta al coche para entrar por la puerta izquierda —Apuesto que con Ellie no dices nada... —digo antes de que la puerta del conductor se abra. Su lealtad no está conmigo.
En mi mente vibra la misma palabra y espero transmitirla al coche con telepatía: Traidor, aunque no te conocía...
A diferencia de mi, David entra al auto con agilidad, haciendo que ese ligero toque luzca fascinante y atractivo.
Es la mujer de mi vida.
Las palabras fluyen, vibran, entran por mis fosas nasales y golpean con fuerza mi estómago.
Negativa es mi segundo nombre.
—¿Donde vives?
—Sigue la interestatal y yo te digo cuando gires.
Asiente y arranca el auto.
La gente circula fuera de mi ventana. Un apretón de manos, un suspiró. Aún puedo recordar
—Y... ese chico con el que estabas en el ascensor, ¿cuanto tiempo llevan saliendo? —pregunta.
Giro el rostro sorprendida hacía él, que no quita la vista del volante.
¿A caso el...? No, solo trata de llenar el silencio.
—Pues... contando esta semana, ningún día —comento, tratando de disolver la esperanza y rezando para que mi comentario sonará gracioso.
Sus labios curvan sigilosos hacia arriba y el rayo de esperanza vuelve a aparecer en mi interior.
No quiero preguntar, aunque la curiosidad me pica.
El silencio que vuelve a extenderse es el detonante para decidirme.
—Y... ¿Tú y Goodall? —me reprendo a mí misma por el desagrado que sale por mi boca.
Quiero saber.
El parece no notarlo cuando responde:
—Cuatro meses, hace sólo tres semanas que le propuse matrimonio.
—Ah... que... lindo —no es lindo. No es nada lindo —. Entonces tu vida fue hacia arriba después de la secundaria —digo, por no saber que más decir.
—No del todo, extrañaba aquí —un segundo, es solo un segundo en el que gira el rostro y nuestros ojos conectan. Es solo un segundo en el que me permito ser sincera —Pero después todo comenzó a encajar en su lugar.
Agua. Agua helada. He escuchado hablar a la gente del mar, de la oscuridad que se vive a unos cuantos metros por debajo de el. Esto es parecido.
Quiero...
—Lo dices como si la vida fuera monótona y aburrida.
El parece pensarlo, pero después de unos segundos pienso que quizá no me escucho. Ahora me siento tonta, puede que pida que repita lo que dije, en todo caso me sentiría más que humillada.
Suspiró resignada dando por hecho de que no me escucho.
Su mente estará en otra parte, seguro con Goodall, pensando en que está perdiendo el tiempo conmigo.
—Jamás lo había pensado de esa forma.
Vuelvo la cabeza, sorprendida.
Tardo un segundo en recordar lo último que había dicho.
Editado: 01.09.2021