Jueves: Trabajo.
Viernes: Trabajo.
Sábado: Trabajo en casa.
Domingo:Inventar excusas para no salir de compras con mi prima Diana y terminar el trabajo en la comodidad de mi cama.
Lunes: Trabajo.
El sol da contra las ventanas de una forma pesada el martes por la mañana, el viento no se siente y los susurros y murmullos van de un lado a otro con mayor fuerza.
Cuando alzo el rostro, intrigada la mayoría de mis compañeros pasan frente a mi escritorio, uno por uno, nerviosos, saltando de sus asientos para hablar en susurros con el de al lado.
Justo cuando intento levantarme, ir a por un vaso de café, la mayoría de los asientos chirrían por el golpe de sentarse al mismo tiempo y los murmullos callan. El sol, el silencio y está extraña sensación de inmovilidad en los huesos hace que vuelva a tomar asiento. Pero no puedo volver a centrarme en mi trabajo en el computadora, no con todas las miradas puestas en la entrada, expectantes. Hago lo mismo. Espero.
Pero no espero mucho, el relincho de la puerta contra el piso de madera llena el vacío, el silencio. Los tacones resuenan en orden, en sincronía.
Mi vista viaja desde el tacón de punta color vino, hasta la extensa cabellera del color de la noche.
Joven, guapa, heredera. Ellie Goodall nos muestra a todos que no sabemos usar una falda de tubo color negro y mucho menos una camisa blanquecinas. Sus curvas, su apariencia glacil, el aire ligero que la rodea. Su rostro curvilíneo, las mejillas hundidas, los labios gruesos y los ojos cansados de un gris oscuro. La piel pálida y las pestañas largas.
Tragó saliva, no una, no dos, sino tres veces.
Una ligera voz raspa en mi interior.
No soy competencia.
Su sonrisa es lo más impactante, el dulce, traviesa y gentil. Un rostro ensombrecido por sus pensamientos.
—Estef.
—Ellie —quiero forzar la sonrisa, quiero odiarla, pero cuando su nombre sale de mi boca no hay más que vacío. No hay odio, no hay cariño, solo confusión.
—Un gusto verte.
Asiento, no hay un igualmente, no hay un lo mismo digo, solo hay un asentimiento, un ligero temblor en las manos y me muerdo el labio, esperando que pase.
—¿Estef? —es como si los muertos volvieran a la vida. Detrás de Ellie una señora parpadea, con absoluta confusión —¿Estef? ¿Estefanía Wilson? —en lo alto de su cabeza hay un chongo, un chongo rubio, rubio cenizo —Dios... —sus manos viajan por su rostro, un rostro terso y maduro, aceitunado —No puedo creer que... ¡Vaya! —su sonrisa es firma, abierta, sus dientes son blancos y sus labios están cubiertos por un tono rojizo fuerte —¡Muñeca, no puedo creer que estés aquí! —el olor a vainilla y a jazmín me llega cuando sus manos dan contra mi espalda.
Es un medio abrazo, más de ella que mío. Sigo sentada, con el rostro confundido y navegando en un millar de recuerdo.
No puedo creerlo. La gente no se equivoca en lo absoluto cuando dice que el mundo es pequeño
—Que alegría ¿cuánto tiempo ha pasado querida? ¿Tu madre cómo sigue? Perdí contacto con ella hace seis años...
—Señora Langrave...
Algo en su rostro cambia cuando se separa de mí, su ojos parecen lunáticos y la sensación de un gato eneohado cruza por mi cabeza. Pero un segundo pasa, solo un segundo y siento que todo lo he imaginado. La señora Landgrave parece serena, jovial.
—No, querida —rie, con una sonrisa candida —Soy yo, la señora Marcha.
—Oh...
Ríe con más fuerza —¡No puedo creer que me hayas olvidado, linda! —cuando sonríe sus ojos se entrecierran —No hay problema cariño —desdeña con la mano —No hay problema. Es un gran gusto volver a verte.
Abro los ojos como platos.
—Señora, dis... disculpe no la reconocí, luce usted tan joven.
—Tuteame, linda —su sonrisa no desaparece —Aleja, llámame Ale...
—¿Madre...? ¿Ellie? —tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas para no babear. David aparece, confundido a un lado de su madre, sus labios flaquean en un gesto mudo de duda, la línea en medio de su pelo es derecha, ningún mechón fuera de su lugar, su saco abierto y sus pantalones son de un azul marino, su camisa blanca, y los primeros dos botones se encuentran desabrochados —Mama... pensé que seguías en Canadá.
En el proceso de mis desvaríos David da pasos ligeros y pequeños hasta situarse a un lado de Ellie. No se si sea por la conmoción, por mi imaginación, o por el sol que entra a raudales por los ventanales del piso.
Pero la imagen de ambos, de los tres, hace estragos en mi interior. Un escalofrío me recorre en carne viva.
—¿No te lo dije? Decidí venir antes y ayudar a mi futura nuera con la boda —oir la palabra "nuera" por parte de la madre de David hace que pida a Dios que acabe con mi martirio, Aleja nos muestra a todos una flameante sonrisa —Erick Marcha, no puedo creer que no me hayas dicho que Estefanía trabaja para tí —incrimina, apuntandolo con su dedo índice.
—Para mi también fue una sorpresa, olvide comentarte madre —contesta entre dientes David.
¿Qué esta familia tiene como hobbie apuñalarme al corazón? Porque se les da de maravilla.
—¿Olvidarte de ello? —pregunta con escándalo su madre —¡Hace un año me rogaste para que no tirará su fotografía! No me digas ahora que se te olvidó, hijo.
¡¿Que hizo que?!
David cruza la mirada con su prometida —quien frunce el ceño —para después colocarla en mi y darse cuenta que todos los presentes contenemos el aliento sin perdernos ni un solo minuto de lo que ocurre.
—¿Podemos seguir con la conversación en mi oficina?
Aleja parece confundida al principio, hasta que algo cruza por sus pensamientos y abre los ojos, asustada dándose cuenta que acaba de cometer un gran error.
David frunce más el ceño, y le dedica una mirada gélida a quien le parió.
Asiente siguiendo a su hijo, acompañado de Ellie Goodall.
—¿Que fue eso? —susurra Karla a mi oído.
Pues... Karla, me sorprende que no te hayas dado cuenta lo mucho que me comía a mí jefe con la mirada, eso mi querida amiga; fue un rayo de luz tratando de iluminar mi triste y vacío agujero negro pegado al corazón.
Editado: 01.09.2021