Themma

Capítulo 10


DAVID


Mientras almorzamos noté a Clary bastante inquieta; ansiosa, a decir verdad, sentimientos que atribuí, tal vez con demasiada inocencia, al trauma que nos había ocurrido en el hospital y la había marcado como persona no grata para la institución. Devoró las patitas de pollo con una voracidad casi animal, eructando con delicadeza en un par de ocasiones.

—¿Te pasa algo, querida? —mi madre, fiel a su profesión, ya había comenzado a analizar a su nuevo conejillo de Indias—. Te noto demasiado... exaltada.

—No es nada —respondió ella y engulló la última patita para evitar el interrogatorio.

El resto de la comida permaneció en silencio, hasta que mi madre sacó el postre —un lemon pie demasiado delicioso para ser real— y propuso hablar sobre un reciente recital de uno de sus artistas favoritos. A Clary pareció agradable la conversación y, al no conocerlo, mi madre le taladró los oídos con el disco completo.

—Si no acabas conociéndolo después de esto, no sé qué más lo hará —bromeó ella al reproducir el primer tema.

Una vez que hubo terminado el postre, Clary se levantó de la mesa esbozando una disculpa y se encerró en mi habitación. Con mi madre continuamos cantando en una sola voz el estribillo:

Es que yo no puedo vivir sin tu amor,
Te vas y todavía estoy.
Intento olvidar que lo nuestro se acabó,
Somos como un cuadro de Miró.

Tras reírnos a carcajadas durante cinco minutos, ayudé a mi madre a levantar la mesa y colocar platos y cubiertos en el lavavajillas. Defendí a Clary de la acusación de mi madre («Tu novia se cree demasiado diva para no ayudar»), argumentando que ya hablaría con ella al respecto; es más, que lo haría en aquel preciso instante.

Subí las escaleras mientras respondía un mensaje de mi amigo Thorne, tropecé con mi perro, me golpeé el dedo meñique contra el escalón y casi se me cayó el teléfono de las manos. Esperé, con una sonrisa en mi rostro, a que Clary no fuera tan torpe como yo.

Llegué a mi habitación. El antiguo cartel que colgaba en mi puerta anunciando mi nombre entre trencitos y aviones, regalo de mi tío por mi cumpleaños número cuatro, había sido reemplazado por uno nuevo que rezaba David y Clary envueltos en un enorme corazón. Mis amigos me habrían dicho que aquello era lo que, precisamente, no debería hacer, mas eso no me importó.

—Clary —mis nudillos se estrellaron contra la puerta—. Clary —repetí, pegando mi oreja a la madera—. Clarissa —insistí, mientras bajaba el picaporte para comprobar que el pestillo estaba cerrado.

Le envié un mensaje. Estoy afuera. Hacía bastante ya que me había desbloqueado, y no tardó en enviarme un corazón como respuesta, abrir la puerta y recibirme con un pasional beso. Me extrañó el hecho de que ella había tomado la determinación de besarme en forma tan impulsiva, casi como si, mediante ese beso, quisiera ocultarme algo. Me dije a mí mismo que aquella reacción fue genuina y me recriminé por haber desconfiado de ella, mi novia. Me obligué a creer que aquello no volvería a ocurrir.


 

THEMMA
 

—Clary. Clary. Clarissa.
 


 

La voz de David, cada vez menos amorosa en cada golpe, me sobresaltó. Aún no había terminado la segunda de las cartulinas y me restaban por inflar unos cincuenta globos más, los cuales debí ocultar tras el cobertor para no levantar sospechas. Corrí hacia la puerta, descorrí el cerrojo y encontré mis labios con los de David.
 


 

Cuando todo terminó, él me preguntó el porqué de mi demora. Me justifiqué, alegando a que quería cambiarme de ropa pero no decidía cuál sería mi próximo atuendo. David atisbó una mueca de desconfianza y me miró a los ojos.
 


 

—Ahora, amor, dime lo que en verdad estabas haciendo ahí dentro. No puedes guardarme secretos el segundo día que nos conocemos —su tono de voz y sus buenas maneras me incitaron a escupir toda la verdad.
 


 

—Es que... No puedo permitir que salga aquella ley, ¿me entiendes? Nos convertiría en marionetas en manos de los seres humanos, ¿me entiendes? Tenemos derechos, ¿me entiendes?
 


 

Lo dije todo como un discurso bien aprendido, pese a que el que pronunciaría durante la marcha aún no tenía ni un borrador. Él pareció comprenderme, o fingió hacerlo, hasta el punto de proponerse él mismo a colaborar con los carteles. Lo dejé, mas al notar su letra desprolija y su poco sentido de la proporción.
 


 

—No quisiera ofenderte —me disculpé—, pero preferiría que te ocuparas de los globos. Tu letra es...
 


 

—Asquerosa, sí, lo sé —admitió David, entre risas.
 


 

Luego de llenar diez cartulinas con frases, decidí tomarme un descanso y consultar las notificaciones de mi teléfono, esperanzada de que mi revuelta hubiera causado aceptación. Recibí varios mensajes tildándome de loca, asesina, anti-derechos, zurda y otros insultos que no comprendí. Sin embargo, el mensaje de un tal SuperAtómicumMC me llenó de felicidad al contar con mi primer aliado quien, además, contaba con quince mil seguidores, veinte veces más de los que yo había logrado recolectar.
 


 

«Entiendo tu punto, lo sé. Yo también me sentí marginado toda mi vida. Mi madre quiso acabar conmigo cuando era bebé, pero un médico me salvó y aquí estoy. Y adivina una cosa, ahora lucho contra los infanticidios con uñas y dientes».
 


 

Le di al botón de seguir y pude ver cómo compartía mi publicación por sus redes, incitando a todos los que tuvieran un tiempo se unieran a la marcha, la cual tendría lugar a la madrugada siguiente. Solicitamos también que cada revolucionario llevara un espejo consigo, en una metáfora que quería significar que nosotros somos el reflejo de esta sociedad.
 



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En el texto hay: 150 capitulos

Editado: 10.08.2020

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