Capítulo 20


DAVID

Una catarata de disparos rodeó a Clarissa y obligó a Thiago a soltar a mi madre para buscar refugio, dentro de la casa. Muchas de las ramas de hojas perennes de los arbustos de mi madre salpicaron todo el lugar. Tras unos cuantos disparos más, mis enemigos se perdieron en mi casa, dándonos la oportunidad a mi madre y a mí de sorprenderlos.
 

—Estoy seguro de que intentarán saltar desde mi ventana. Iremos por el viejo sendero y los acorralaremos.
 

El viejo sendero era nuestra forma de llamar a un camino oculto junto al extremo derecho de la casa, por donde mi padre supo pasar cuando se le dio por irse a vivir al garage, unos dos años antes de que yo naciera. En ese lugar, crecía una enredadera con espinas, la cual quedó hecha trizas tras nuestro paso. 
 

Además, varios vecinos se habían despertado por los disparos y habían llamado a la policía. Otros, desenfundaron tal cantidad de armas que llegué a preguntarme cuántas de ellas eran legales. 
 

Desde mi habitación comenzó a sentirse un fuerte olor a quemado y un humo negro nos envolvió antes de llegar. Apuntamos a la abertura desde abajo y disparamos todas las balas que nos quedaban disponibles, sin resultado alguno.
 

Una vez que las sirenas de los bomberos y la policía comenzaron a acercarse, el resto de los íncolas del barrio ocultaron sus armas y se refugiaron en las casas. De Clary y Thiago no sabíamos nada, a no ser que murieran en aquel incendio provocado por ellos mismos.
 

Los bomberos derribaron las rejas en un santiamén e introdujeron sus autobombas en mi casa. Un grupo de cinco valientes entró por la puerta, derribándola, como era de esperar (al parecer, a aquellos hombres no les importaba tirarnos la casa encima para apagarnos el incendio). Después de todo, deberíamos reconstruir nuestra vivienda y ellos insistían en empezar de cero.
 

En veinte minutos los hombres apagaron el incendio y desaparecieron del mapa. De los dos fugitivos, no se sabía nada, pero los agentes sospechaban que habrían huido por el techo incluso antes de nuestros disparos.
 

Entramos y comenzamos a barrer las cenizas de toda la casa, armando una montaña en la entrada. Era una lástima que aquel día Rosa, nuestra ama de llaves, se hubiera tomado un descanso. Mi madre la telefoneó y ella, siempre tan compadeciente, asintió en venir a darnos una mano.
 

Pasé a mi habitación y confirmé mis sospechas: todo se había reducido a cenizas. Desde mis bienquisitos libros, pasando por recuerdos de viajes por el mundo en donde nos paseábamos con mi madre como dos dromomaníacos por el mundo, hasta llegar a la ropa de Clarissa. Cerré los ojos, incapaz de seguir contemplando aquella situación, y lloré.
 

Sentí cómo me deshauciaba a medio que más lágrimas corrían por mi mente. Tras tanto tiempo, mis pulmones se habrían cansado de aspirar cenizas, mas eso tampoco me preocupó. La mano de mi madre, haciéndome caricias por detrás de mi oreja, me tranquilizó.
 

—Yo te resarciré, hijo mío, por todo lo que te ha hecho la malvada muchacha —juró ella.
 

—Preferiría, mejor, que ahorraras energía en buscar aplacar mi sufrimiento y te concentres en ayudarme a darle su merecido. Ojo por ojo...
 

—E incendio por incendio —concluyó ella, con el ceño fruncido.
 

THEMMA
 

—Lo de recién fue épico —digo, algo erubescida por toda la situación—. Debo admitir que fue mejor quemar su habitación a quitarle mis cosas. Apuesto a que podremos recuperar algo del garage.
 

Thiago permaneció en silencio absoluto durante las primeras cuadras, perdiendo sus ojos café en cualquier objeto que desprendiera luz. Al principio, lo atribuí a los nervios que tenía de que fuera a caerle mal a su abuela; más tarde noté que su conciencia no le perdonaba su idea anterior.
 

—No te preocupes, se lo merecía. Él me construyó para satisfacer sus deseos de niñato. Le di una dosis de su propia medicina.
 

Él me tomó de las manos y entrelazó sus dedos con los míos con fuerza, mientras caminábamos rumbo a su casa. Un caminito de casas idénticas se apareció en nuestra vista. «Una residencia de ancianos» pensé, «lo mejor que la abuela había conseguido para su nieto».
 

Percibí que Thiago estaba bastante nervioso; temía que me burlara de él ya que antes había vivido en una casa lujosa y ahora tendría que conformarme con un pequeño monoambiente. Sin embargo, no lo juzgué y le agradecí en silencio por haberme salvado de David.
 

—Aquí es —me dijo, con la garganta sin aclarar.
 

La residencia era del tamaño del garage de los Cecil, pero mucho más pintoresca. El suave color verde agua se confundía con las centenas de flores que adornaban el jardín. La mano femenina se notaba en cada detalle.
 

—Hola nona —la saludó Thiago con dos besos—, te presento a Clary. Clary, ella es mi abuela Susana.
 

—Encantada —respondí, mientras ella me daba un abrazo, rebosando simpatía.
 

—¿Son... —comenzó a preguntar Susana.
 

—Amigos —se apresuró a informarle su nieto.
 

—Pasa, pasa, encantada de conocerte. Estoy cocinando unos ricos tamales, ¿te sumas? —me invitó, aún con su cucharón de madera en mano.
 

—Nona, ¿tienes un momento?
 

Thiago le explicó, con detalles, acerca de nuestra relación y cuando nos conocimos. Omitió deliberadamente el hecho de que matamos a un hombre, le quitamos el corazón, quemamos la casa del sobrino y que estábamos organizando una revuelta. Estas omisiones contribuyeron, en parte, a darle mayor verosimilitud a mi historia y ocasionar que su abuela se creyera todo.