DAVID
Se produjo un fuerte silencio del otro lado de la línea, el cual me inspiró cierta zozobra, hasta el punto de llegar a reconsiderar mi decisión. Gracias al altavoz logré percibir sus respiraciones acompasadas, que reflejaban quién de los dos tenía más temor.
—¿Me oyes? —insistí, procurando abandonar aquel lugar apto sólo para nictofílicos antes posible. La oscuridad era tan inmensa que alcanzaba a convertirse en paradoja del exterior, con el sol quemando la piel de los habitantes.
—Claro que sí —se limitó a decir.
—Ahora dime qué quieres de mí —imperé, con tono vehemente.
—Antes que nada, te pido calma. Tenemos cierta prisa, pero no dejaré que me trates de ese modo, ¿comprendes?
—¿Tenemos? —hice caso omiso a su advertencia— ¿Con quiénes trabajas?
Mi interlocutora se tomó unos segundos para regresar a sus cabales. Luego salió al cruce, demostrando su amabilidad.
—Dios mío —blasfemó—, nunca pensé que en este trabajo tendría que vérmelas con un pendejo mamerto y con aires de sabelotodo.
—Es algo recíproco —acoté, como respuesta a sus vituperios.
—Ahora me vas a escuchar, ¿me oíste? —ya no le parecía divertido divergir conmigo y temía por las consecuencias.
—Nos vemos, preciosa. Llámame cuando llegues a casa.
Le lancé un beso a modo de despedida y presioné el botón de cortar con tanta fuerza que le ocasioné importantes daños al vidrio templado de mi teléfono. No podía creer que había sido capaz de ponerle frenos de ese modo a una chantajista.
Mi celular vibró por segunda vez y yo dejé que lo hiciera hasta que se acalló. Esta vez quien llamaba era el propio Nemo, en persona. También me llegaron varios mensajes de texto, notificaciones que también ignoré. No obstante, aún me sentía demasiado observado, de esas scopaesthesias que sientes cuando eres el centro de atención en una reunión familiar. Si bien procuré hacer caso omiso a su insistencia, la curiosidad pudo más que yo y no pude hacer otra cosa que leer el mismo mensaje, el cual había sido reenviado más de una docena de veces y que contenía una advertencia explícita: Mira por la ventana.
El texto, como era de esperar, me azoró hasta el punto de replantearme mi decisión de no huir apenas tuve oportunidad. Ahora me encontraba como un autofílico, refugiado en su soledad. Intenté no mirar por el inmenso ventanal, de todas maneras, sabía qué (o mejor dicho, quién) me acechaba tras el frágil vidrio, escondido entre el follaje.
No hace falta ser muy inteligente para saber que estaba atrapado. Su mera presencia, conminándome a unos pocos metros, no me inspiraba la tranquilidad que yo debía demostrar en aquel momento de debilidad. Mas mi conclusión fue la siguiente: si ya estaba dentro de la pista, era hora de comenzar a bailar. De todas formas, me vería obligado a cumplir con sus peticiones y era preferible hacerlo por voluntad propia que obligado por el cañón de una pistola apoyado sobre tu cabeza.
Me asomé, alzándome de puntillas, procurando asemejar que me encontraba laxo y distendido. Estaba seguro de que no lo había logrado; mis piernas temblaban tanto que mis propios huesos me convertían en un sonajero humano.
—Te haces el difícil —Nemo me apuntaba con su revólver y ya había liberado el seguro—. Te enseñaré a que nadie me gana en mi propio juego.

THEMMA
Thiago tenía los dedos abuhados de tanto apretarlos contra su pistola. Por unos segundos pude verlos a ambos muy cerca, con sus sendas narices pequeñas y sus escasas pecas alrededor de las mejillas. Con respecto al resto de los aspectos, había heredado la belleza de su madre.
—¡¡Arriba las manos!! —él se comportaba como un bandido barbián, utilizando frases prefabricadas sacadas de programas de televisión.
—¿Qué es todo esto? —Joshua se hallaba de veras impertérrito, lo cual se reflejaba en su mirada.
Nosotras alzamos nuestros cuchillos y el hombre comenzó a mover la cabeza como si estuviera en un partido de tenis, para analizar cuál de las dos vías de escape era la más plausible. Clark, quien antes había estado oculto, le flaqueaba la salida.
—Puede que no me reconozcas. Es más, estoy seguro de ello —Thiago hablaba como si de pronto hubiera madurado diez años—. No tendría sentido que lo sepas ahora, ni siquiera tendrás tiempo de recordarme mientras vivas.
En este caso, si fue él quien incoó el ataque, con un sutil disparo en el hombro derecho de su padre. Estella llevó atrás el brazo y, con el impulso de un salto, desgarró su camisa y, con ello, su adiposo abdomen. Joshua gimió de dolor, suplicando perdón, pensando que una palabra podría subsanar casi dos décadas de abandono.
La niña pasó su mano por el filo enrojecido, cafunándolo y empapando su mano de sangre, para después acercarla a su boca. Tomó aire y arremetió contra su enemigo por segunda vez. En este caso, se hicieron visibles los intestinos, y su hígado malherido emanaba tal cantidad de bilis que acabó empapándonos.
Un retozo y arrojó su cuchillo cerca del corazón. El sistema circulatorio del hombre se detuvo, otorgándole una palidez mortecina que me hizo estremecer. Sus ojos se cerraron justo cuando Estella extirpó su corazón y lo sujetó entre sus dedos índice y pulgar.
Thiago juntó sus manos y aplaudió nuestra nueva conquista. El cobrarnos vidas humanas se había convertido en mi único vicio y devaneo. De todas maneras, disponía de las vidas humanas al igual que ellos hacían con las nuestras.