Themma

Capítulo 44


DAVID


 

Al temor y los denuestos que salieron de mí, le sucedió un maremágnum bastante intenso en el cual me replanteé lo que acababa de hacer. Mis bofes me obligaron a aumentar el ritmo de mis respiraciones para contrarrestar mi nerviosismo. Supuse que, tras mi señera ausencia, Nemo se habría alertado y había comenzado a analizar nuevos medios de escape, ya que yo, cual estulto, había arrojado, de un porrazo, todas sus esperanzas de escape. Lo imaginé mascullando bajo las aguas.
 


 

Aún enceguecido por la iridiscencia de aquel reflector, me sumergí y comencé a escrutar el lago en busca de mi compañero, viendo pasar a una caterva de peces amarillos pequeños. No obstante, y a pesar del ardor que esto me provocaría, abrí mis ojos y nadé hacia adelante, dando brazadas pobres y desesperadas, que no me llevarían a ninguna parte. De Nemo, ni noticias. Deslomado, y ansioso por aspirar una nueva bocanada de aire, emergí a la superficie, creyendo que el operativo ya había finalizado, mas me encontré iluminado incluso desde un helicóptero, cuyas asas amenazaban con rebanarme la cabeza en cualquier momento.
 


 

Aherrojado, suspiré y me arrojé de nuevo al agua dulce, buscando una escapatoria. Era consciente de que, de todas maneras, sería apresado ya que, en ausencia de Nemo (quien había dejado de preocuparse por el pellejo ajeno tras una situación crítica), no tenía idea alguno sobre qué debería hacer para salvarme. Consideré, incluso, que al entregarme sería capaz de reducir la condena o, al menos, pasaría de pena de muerte a cadena perpetua.
 


 

Resultaría inenarrable el aprieto en el que me encontraba: inmenso en el lago, casi a punto de caer en un soponcio al no ser capaz de soportar la tensión que se ejercía sobre mi cabeza, atormentado por miles de luces que me perseguían como a un conejo. Ya me veía venir una enorme red que se cerraría a mi alrededor y me retendría como a una mariposa. La policía estaba a punto de salir de cacería.
 


 

Estaba seguro de que dejarme caer en su garlito no era la mejor idea que había tenido en años, mas, tras dos minutos enteros conteniendo la respiración, consideré que hombre muerto tampoco escapa. Mi destino oscilaba entre ser prisionero de la policía o ser un ancla que se hundía para no subir jamás. Considerándolo bien, dicha opción me permitiría ver la luz por al menos unos días, sin importar que no fuera más que un pequeño y sucio foquito amarillento.
 


 

Al acercarse una lancha, laso de pugnar, me sentí incapaz siquiera de moverme. A medida que ésta se hacía más y más grande no podía parar de gimotear, gritar y llorar de modo que, de no poder contenerme, acabaría ahogado por mis propias lágrimas. 
 


 

El vehículo dio una vuelta a mi alrededor para ir acercándose con mucha lentitud, tratando de inspirarme confianza pero, a su vez, denotarme que no tenía más escapatoria que rendirme ante sus pies. Sentí como unas poderosas muñecas me levantaban por los aires y me arrojaban, con más brutalidad con la que nunca me habría imaginado que un oficial emplearía, contra el asiento del copiloto, provocándome un nuevo mareo. Él, refugiado tras su casco antibalas, me salvó de que me patinara y volviera a caer, sin nunca dejar de conducir con un rumbo fijo: la cárcel del Estado.
 


 

Sin embargo, al husmear en el aire, fui capaz de percibir aquel aroma en donde se combinaban el sudor, la tierra, el cansancio y una fragancia de segunda mano que se parecía al olor de un zorrillo. Y de esta manera me dejé llevar, acostado sobre mi butaca, seguro de que, pese a todo lo que acababa de ocurrir, las cosas habían salido bien. Eso fue lo único en lo que fui capaz de pensar antes de caer en una fuerte lipotimia, que me volvía una pieza inútil en nuestra meta final: recuperar la libertad robada.
 


 

THEMMA
 


 

Alrededor de las doce de la madrugada, habiendo dormido ya cinco horas después del torbellino de emociones al que nos habíamos visto sometidos, el teléfono de Thiago comenzó a sonar, despertándonos a Clark y a mí, los únicos con el sueño tan ligero como para ser perturbados. Si bien el número era desconocido para mí, con la ayuda de mi sistema, que ya no resultaba tan maula después de todo, conseguí obtener un nombre y un apellido, suficientes como para poner mi mundo patas para arriba una vez más: Susana Menfils.
 


 

—¿Hola?
 


 

Desde su lado del auricular podía oírse el traqueteo de pisadas y conversaciones aisladas, lo cual podía resumirse en una simple y aterradora certeza: si Susana llamaba desde la calle significaba que no podía hacerlo desde el teléfono los Shawgers y tal inconveniente desencandenaba un segundo: su despido, lo cual deparaba en la próxima consecuencia: la pérdida del único ingreso fijo que podíamos obtener para financiar nuestra campaña.
 


 

—Hola Susana, soy yo, Themm... Clarissa —procuré hablar con facundia para desprenderla de todos sus temores y preocupaciones, mas el llanto que se oía del otro lado de la línea no hacía más que recordarme lo infructífero que era aquello.
 


 

—¿Dónde están? Necesito hablar urgente con ustedes. La señora Shawger me despidió recién y no sé qué hacer.
 


 

No supe qué responderle ante su impepinable tristeza más que sentirme inútil y responsable por todo. Por mi culpa, aquella anciana (porque, a pesar de su jovialidad, no dejaba de serlo) perdiera su único trabajo con el que debería estar cuidando a su nieto. Sus abarxas, viejas y empolvadas, se retorcían ante sus pies entumecidos de tanto caminar, todo para financiar la campaña de un grupo de adolescentes maniáticos que interferían y modificaban su vida a su gusto, dándole una nueva razón para desfallecer.
 



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En el texto hay: 150 capitulos

Editado: 10.08.2020

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