Themma

Capítulo 54


DAVID


 

El camino hasta arribar a la orilla no fue nada sencillo. Mis músculos acabaron contracturados y la fina piel de mis manos sucumbió frente a las ampollas que brotaban como burbujas. Además, Poseidón no se mostró demasiado amable con nosotros; llegando incluso a mi mente la famosa canción de María la Paz, paso adelante y paso atrás. Y eso fue lo que ocurría: el mar nos permitía avanzar unos pocos metros y, justo cuando estábamos por llegar, nos arrojaba de nuevo hacia sus inmensas fauces. Asimismo, toda la embarcación se hallaba salpicada de sangre seca, miembros descuartizados esparcidos que nos vimos obligados a arrojar al mar de un sopetón; llegando incluso a rodar una cabeza desde un extremo al otro. Todas estas muestras de crueldad denotaban mi convicción de que la desesperación puede con todo. 
 


 

Tras sacar fuerzas de una parte inexistente de mí, acompasé el ritmo de Nemo, quien, con sus vigorosos brazos, parecía dispuesto a arremeter contra la enorme masa de agua. Sus bufidos y sus profundas exhalaciones daban cuenta del esfuerzo al que se veía sometido, ansioso por regresar a la tierra. Justo cuando la décima campanada de una iglesia aledaña sonó, pusimos pie en aquel sitio, ignorantes de nuestra posición. La braveza de las aguas nos había arrojado a la intemprerie. 
 


 

Las teces morenas, los torsos desnudos de los hombres y los pechos apenas cubiertos de las mujeres, seguidos por una algarabía general a consecuencia de un baile caribeño, nos orientó en el sentido de situarnos en algún punto del planeta. Tragos tampoco faltaban y, mucho menos, personas que los consumieran, viéndose así todos los estados de la alcoholemia: desde el más jocoso y jovial hasta el más agresivo y bestial. Poco nos aclaró un anciano que pasaba por allí acerca de nuestro paradero; era evidente que nos encontrábamos en Hawái, propiedad de los Estados Unidos. Tan lejos de nuestra patria no nos encontrábamos. Agradecimos al hombre comprándole un sombrero, viéndonos apenado por su rostro enrojecido, como consecuencia del maligno astro rey, quien lo prefería más a él que a los jóvenes más oscuros que bailaban en una ronda, cuya circunferencia era perfecta.
 


 

Gracias a otros trabajadores, y podría decirse que ayudados por mi pésimo español, conseguimos arribar a un punto cuyo cartel rezaba Aeropuerto. Una vez allí, realizamos los papeleos respectivos con algo de dificultad, mas la ausencia de pasaporte puso en alerta a las autoridades del lugar. 
 


 

Una alarma sonó al momento en donde nuestro permiso fue denegado, y dos enormes hombres nos levantaron desde las axilas y nos arrastraron hacia la oficina de seguridad. Al tiempo al que nos obligaban a desprendernos de nuestras vestiduras en búsqueda de drogas, se preocuparon por realizar un interrogatorio de segundo grado, en donde rechazaron la hipótesis del naufragio, reclamando por pruebas.
 


—Lo que más sobra aquí son barcos, por lo que más les vale que no escojan al equivocado porque los pescaremos al instante —nos advirtió la oficial de policía, cuya cara de desconfianza y de pocos amigos nos hizo cuestionar hasta a nosotros mismos acerca de la veracidad de nuestra historia.

No tenía nada que recrimininarle tampoco. Si estuviera en su lugar, tampoco le creería a un lobo que arrastra a un cordero indefenso consigo. Y creo yo que ya se habrán percatado de quién es el cordero en dicha analogía.


 

THEMMA
 

 

La falta de luz nos alertó a todos, pero en particular a mi complicado cerebro. Tal como si fuera parte de las fuerzas armadas, mis ojos se vieron cubiertos por una capa verde semitransparente, que me proporcionaron un muy buen centro de visión en aquella peligrosa circunstancia. Procuré hablarles a mis amigos, mas era consciente de que, frente al miedo, nadie escucha. Si bien la única manera de alertarlos era a través del contacto físico, no me cabían dudas de que aquella, por más de ser la única plausible, no sería una idea demasiado inteligente; lo único que esto originaría sería más caos entre el ya reinante y, tal como lo decía José Hernández en sus prosas de los gauchos, en la desunión se encuentra el flanco más sencillo por donde atacar.
 


 

Me esmeré, por consiguiente, en escrutar todo el espacio con suma cautela, en la búsqueda de aquel misterioso hombre, de cuya presencia temíamos al principio, mas ahora se originaban mayores desagravios frente a nuestros escasos cuatro sentidos útiles. Estella y Thiago se mantuvieron al margen de la situación, presumía yo que unidos, ya que en un momento se me perdían de vista. Además, en aquella casona ni las paredes hablaban; el silenciador de pasos que mi sistema insistió en que utilizase, resultó fundamental a la hora de no provocar ni el más mínimo sonido. Lo peor que puede pasarte en una batalla es no saber si aquel que se encuentra adelante tuyo es amigo o enemigo, si peleará esa guerra contigo o se esmerará por reducir tu cuerpo a simples cenizas sobre las cuales nadie te llorará jamás. 
 


 

El hospedador había desaparecido por completo, al igual que mis amigos. Mi sistema me proporcionaba algoritmos muy sólidos y complejos sobre lo que podría estar ocurriéndoles, mas mi parte humana, mi pequeña porción del cerebro que no me convertía en una semidiosa sino en una simple e indefensa niña de preparatoria, se negaba a poner punto final a una afirmación que traería aparejado un gran dolor a cuestas suya, sumado a la pérdida de las dos personas a las que más había amado en toda mi existencia. Allí comprendí la idea de que nos percatamos de lo que tenemos cuando lo perdemos. 
 


 

«Yo no quiero perder a la gente que amo, mejor muerta que en soledad», insistía yo, cada vez que una nueva verificación de una hipótesis saltaba ante mi vista. De hecho, muchas de ellas me habrían parecido graciosas si hubiera tenido tiempo de leerlas; recuerdo una de las más de cinco mil que me atormentaron la cabeza en un minuto, que expresaba que existía un 0,0000060934 por ciento de posibilidades de que hayan sido pisados por un elefante y otro número en una notación decimal mayor que refería la probabilidad de que la tierra los hubiera convertido en plantas.
 



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En el texto hay: 150 capitulos

Editado: 10.08.2020

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