Darel
—¿Tú…? ¿Tú me amas? —cuestiono, con una pequeña sonrisa, un poco dudosa.
—Claro —sonríe—, más que a nada en este mundo —siento como acaricia mi mejilla derecha con su dedo índice con algo de anhelo, desvío la mirada de inmediato—, ¿lo dudas? —pregunta, buscando mis ojos, se ve sincero.
—Sonará tonto, pero… ¿Me amas más que a tu propia madre? —inquiero, aun sabiendo la respuesta.
—Más que a ella, como lo dije antes, y te lo seguiré diciendo las veces que sean necesarias, más que a nada o nadie en este mundo —contesta, muy seguro, demasiado para mi gusto.
Lástima, lástima que creas en esto.
Es muy triste hasta donde el amor puede cegarte, Sheck, pero tan satisfactorio y a la vez tan deprimente ver cómo puedes creer que me amas.
—Perdón —susurro, tan bajo, que Sheck no es capaz de escucharme.
Siendo sincera no lo siento y no sé si lo sentiré, pero qué más da, si puedes decir te amo sin sentirlo, ¿por qué un perdón no?
Perdón y mil veces perdón, Sheck, porque estos ojos serán tu muerte, estos ojos se llevarán tu cordura y te hundiré conmigo a como dé lugar, porque cuando mueras y vayas al cielo —si es que llegas a irte ahí— y yo me pudra en el infierno —a donde seguramente iré—, me escaparía de él solo por el simple hecho de terminar lo que empecé contigo, así que perdón, tú me obligaste a hacerlo, y yo… yo no pienso ahogarme sola.
—Perdón, Sheck —digo, esta vez más fuerte para que él sea capaz de escucharlo y dejo escapar un suspiro cansado.
—¿Perdón? ¿por qué? —expresa, confundido, pero dejo la respuesta en el aire, una respuesta que algún día encontrará, tal vez ese día sea hoy, tal vez mañana, tal vez nunca, pero mientras sigas encantado con mis ojos, la respuesta acabará en lo más hondo, donde ni siquiera la luz intermitente que emites, podrá alcanzarla.