Es viernes ocho de septiembre, son las doce del mediodía. Desde el radio del auto se escuchaba el alegre sonido de La vida es un carnaval de Celia Cruz. La música llenaba el aire, marcando con su vibrante melodía el comienzo de una etapa emocionante en la vida de Thomas y Francis. Su Volkswagen estaba cargado no solo de equipaje, sino también de esperanzas y sueños. La joven pareja se desplazaba con determinación hacia las pintorescas zonas residenciales de Barquisimeto. Su objetivo: comenzar de cero en una hermosa residencia conocida como Le Portique. Allí, en ese tranquilo rincón que llamarían "hogar", habían decidido dar inicio a su vida en pareja. Todo es irrealmente perfecto.
Thomas Warner, un hombre de 32 años, tenía el cabello pelirrojo que parecía encenderse bajo el sol. Sus ojos azules reflejaban un espíritu aventurero, y su barba bien cuidada añadía un toque de madurez a su rostro juvenil. Con una estatura de 1.78 metros, destacaba en cualquier multitud. A su lado, Francis Loid, su amada compañera de 29 años, lucía una melena castaña que enmarcaba su rostro de facciones delicadas. Sus ojos color avellana irradiaban inteligencia y calidez, y su figura esbelta —junto a sus 1.75 metros de altura— la hacían ver poderosa y elegante.
Tras años de sacrificio y trabajo incansable, por fin habían logrado comprar su primera casa. Ahora, frente al imponente portón de su nueva residencia, sus corazones latían al unísono, llenos de emoción. Las palabras del guardia de seguridad resonaron en sus oídos:
—Muy buenas tardes —dijo el guardia con amabilidad—. ¿Ustedes quiénes son?
—¡Somos la familia Warner! —respondió Thomas con entusiasmo—. Thomas y Francis Warner.
El guardia revisó sus registros y asintió:
—Muy bien, señor y señora Warner. ¿Cuál es el número de su casa?
—La número doce, señor —contestó Francis.
El guardia confirmó los datos y, tras una breve pausa, abrió el portón:
—Es correcto. Bienvenidos.
Al cruzar el umbral, una oleada de emoción los embargó. Francis abrazó a Thomas, celebrando ese nuevo comienzo que se abría ante ellos. Manejaron lentamente por las amplias calles de la urbanización, admirando cada detalle: las fachadas coloridas, el césped impecable y el ambiente que evocaba las películas clásicas de los años sesenta. El aire fresco acariciaba sus rostros, pero no pasó desapercibido el hecho de que sus nuevos vecinos los observaban con curiosidad desde las ventanas.
Pronto llegaron a la casa número doce, su nuevo hogar. La fachada, pintada de un amarillo cálido, contrastaba con el techo de tejas naranjas y las ventanas negras, creando una armonía de colores. El césped, verde y bien cortado, añadía un toque de vitalidad al conjunto. Al estacionar en la cochera, bajaron del auto y, por un momento, se quedaron inmóviles, sintiendo que por fin estaban completos.
Fue entonces cuando los recibió la señora Mishelle, la agente de bienes raíces que les había conseguido la propiedad. Era una mujer de mediana estatura, rubia, con ojos color avellana y una sonrisa que inspiraba confianza. Vestía un suéter de cuello tortuga rosado, una chaqueta azul marino y pantalones de vestir del mismo tono, complementados con unos tacones marrones. En sus manos llevaba una carpeta con documentos, señal de su profesionalismo.
—¡Señor y señora Warner! ¡Un placer verlos de nuevo! —exclamó Mishelle, dirigiendo su mirada a Francis—. Me imagino que es usted con quien hablé todo este tiempo sobre su hogar, ¿cierto?
—¡Así es! —respondió Francis, abrazándola brevemente—. Aún no puedo creer que nos haya conseguido un hogar tan hermoso a un precio tan accesible. ¡Eres la mejor!
Mishelle se sonrojó ante el halago:
—Muchas gracias, señorita Warner. Me alegra saber que está satisfecha con mi trabajo. —Sacó un manojo de llaves de su bolso y se las entregó—. Aquí tienen las llaves de su hogar.
Acto seguido, hojeó su carpeta mientras les explicaba con entusiasmo:
—La vivienda cuenta con tres amplias habitaciones, cada una con su propio clóset y aire acondicionado. Tienen tres baños completos, ideales para residentes e invitados. El cuarto familiar es perfecto para relajarse o, quién sabe —añadió con una risa cómplice—, para cuando empiecen a tener hijos. Además, hay una sala de estudio tranquila para trabajar o leer. El estacionamiento es amplio, y la cocina —con gas directo— se integra a la sala comedor, ideal para compartir en pareja. También incluye un área de lavandería bien ubicada, un caney para eventos, un tanque subterráneo de 4.000 litros y otro privado. Es una casa funcional y elegante, hecha para quienes desean lo mejor.
Thomas y Francis intercambiaron una mirada de asombro.
—¡Muchísimas gracias! —dijo Thomas, rodeando a Francis con su brazo—. Sabía que mi esposa elegiría lo mejor, y no me equivoqué.
—Es un placer, señor Warner —respondió Mishelle—. ¡Disfruten de su nuevo hogar!
La agente de bienes raíces les dio un último abrazo antes de despedirse. Mientras se alejaba, la pareja se quedó frente a su casa, ansiosa por explorar cada rincón. Comenzaron a descargar el equipaje del auto, y aunque la emoción los embargaba, no pudieron ignorar las miradas curiosas de sus vecinos desde las ventanas.
—Amor —dijo Thomas, contagiado por la felicidad del momento—, este hogar es simplemente perfecto. Aquí podremos disfrutar de la tranquilidad y planificar nuestra boda. ¿No te parece maravilloso?
Francis asintió con determinación:
—Por supuesto que sí, cariño. Es realmente hermoso. Siempre supe que encontraríamos el lugar adecuado.
Thomas frunció levemente el ceño:
—¿Estás segura de que todo irá bien? ¿No habrá complicaciones?
—No te preocupes —lo tranquilizó ella—. He cuidado todos los gastos, y ya está todo pagado.
—No me preocupo por eso —aseguró él, tomándole la mano—. Lo importante es que estamos juntos, construyendo nuestra vida.