Hoy, domingo diez de septiembre, es un día diferente al resto. Francis, nuestra protagonista, ha tenido experiencias bastante inusuales en los últimos dos días. Apenas llegó a su nueva residencia, presenció cómo una señora mayor quedó estática como un maniquí, y mientras cocinaba, sintió cómo el tiempo se ralentizaba momentáneamente. Pero hoy, no está pensando en eso.
Por fin, en este día, tiene a su esposo Thomas todo el día para ella. Finalmente podrán disfrutar de un hermoso tiempo de calidad juntos, algo que no habían logrado desde que se mudaron.
Son las ocho de la mañana y la pareja apenas comienza a levantarse. Están juntos y abrazados en su cama. Thomas se encuentra del lado izquierdo, vistiendo únicamente un short de color negro. Francis, del lado derecho, lleva puesta una franelilla blanca y unos shorts grises que usa como pijama. Ella reposa con su brazo sobre el pecho de Thomas, disfrutando de ese íntimo y tranquilo momento.
Quien se levanta primero es Thomas. Lo hace con energía, dejando que Francis descanse un poco más. Se pone una franelilla y enciende la televisión, mientras busca sus chanclas negras debajo de la cama. En ese instante, se le ocurre una idea para el día.
-Cariño, ya se me ocurrió en qué haremos hoy -dijo con entusiasmo-. Vamos a salir a un sitio especial del estado Lara. ¡La Flor de Venezuela! ¡Este monumento es el mejor y único en todo el país!
-¿De verdad? ¿Y a qué sitio te refieres? -preguntó Francis, con curiosidad.
-¡Es la mismísima Flor de Venezuela, mi amor! -respondió él, contagiado de emoción.
-¿La Flor de Venezuela? ¿Cuál es ese sitio? -insistió Francis mientras se incorporaba y se sentaba en la cama.
-La Flor de Venezuela es un lugar increíble. Parece una flor gigante, ¿sabías? Sus pétalos se abren y cierran con la luz. La diseñó un arquitecto de acá, Fruto Vivas. Antes era un pabellón en una expo en Alemania, pero ahora es un centro cultural. Hay exposiciones, conciertos, talleres... y un jardín botánico hermoso por dentro. Es uno de esos sitios que te hacen sentir orgulloso de ser de aquí.
-¿De verdad tiene sus pétalos que se abren y se cierran? ¡Suena increíble! ¿Es cierto? -exclamó Francis, fascinada, mientras se levantaba de la cama.
-¡Claro que sí! Es un monumento nacional -dijo con una sonrisa orgullosa, como si eso lo dijera todo-. Es uno de esos lugares que hay que ver al menos una vez en la vida.
-¡Qué maravilloso! ¡No tenía idea de que un sitio así existía! ¿Cuándo nos vamos? ¡Ya deseo conocer y ver el sitio! -expresó entusiasmada Francis.
-¡No te preocupes! Aparte de ser tu futuro esposo, ¡también seré tu guía turístico! -dijo Thomas con una sonrisa mientras hacía un gesto como si se pusiera un sombrero metafórico para complementar el chiste-. Y las propinas serán muy bien bienvenidas.
-Ja, ja, ja. Aparte de mi futuro esposo, abogado, guía turístico, ¡también eres comediante! No sabía que eras tantas cosas en uno -rió Francis, acercándose a Thomas y colocando ambas manos sobre su pecho mientras lo miraba a los ojos.
-Está bien, está bien -respondió él, colocando su mano izquierda en su cintura mientras con la derecha acariciaba suavemente el rostro de ella-. Tal vez pueda aceptar otro tipo de propina de su parte, señorita.
-¡Eres un atrevido! -le dijo Francis entre risas, dándole un pequeño empujón.
La tarde transcurría con esa calma deliciosa que solo se encuentra cuando dos personas se sienten realmente cómodas una con la otra. En el fondo, la televisión murmuraba una vieja comedia romántica, apenas prestada atención entre risas propias y cucharones de madera chocando suavemente contra ollas en la cocina.
-¡Eso no se revuelve así! -dijo Francis entre carcajadas, arrebatándole la cuchara a Thomas-. Mira cómo estás salpicando todo.
-¿Ah, sí? -replicó él, fingiendo ofenderse mientras se acercaba con una sonrisa pícara-. Yo estoy innovando, se llama estilo libre de cocina.
-¡Sí, claro! Me encanta tu estilo: arroz al piso con aroma a desastre.
Ambos estallaron en risas, y ella le dio un golpecito con la cuchara en el hombro. Luego, sin decir mucho más, siguieron cocinando en perfecta coordinación: él picando cebollas mientras ella probaba la salsa.
Cuando terminaron, comieron frente al televisor. Un bol de arroz con vegetales, pechugas al limón y jugo de parchita acompañaban una película vieja que ya se sabían de memoria, viéndola juntos mientras estaban en el sofá.
-¿Recuerdas cuando vimos esto por primera vez? -preguntó Francis con una sonrisa nostálgica.
-Claro. No dejabas de repetir las líneas antes que los actores -dijo Thomas con un tono burlón-. Sentí que estaba viendo la versión comentada del director.
-¡Exagerado! Fue solo un par de veces... -rió ella, metiendo otro bocado-. Pero sí, lo arruiné un poquito.
-Un poquito nada más -repitió él, alzando las cejas con dramatismo.
Cuando el reloj marcó las seis de la tarde, los platos ya estaban lavados, las risas comenzaban a apagarse, y la rutina daba paso a la preparación para la noche. Se dirigieron juntos al clóset que compartían, ese pequeño santuario donde convivían sus estilos y sus vidas. El clóset compartido, con sus puertas abiertas de par en par, revelaba prendas ordenadas en perfecta armonía: las camisas de él al lado izquierdo, los vestidos de ella al derecho.
Thomas sacó una camisa blanca impecable y la sostuvo frente al espejo.
-¿Qué tal esta? -preguntó, ajustando el cuello con un dedo.
Francis, ya vestida, se acercó por detrás y le rodeó la cintura, apoyando la barbilla en su hombro.
-Te ves bien, pero siempre luces bien -susurró, dándole un beso en el cuello.
Thomas se rió, girándose para besarla en la frente.
-Tú sí que vas a llamar la atención con eso -dijo, señalando su atuendo..
-¿Demasiado? -preguntó Francis, dando una vuelta sobre sí misma.
-Demasiado hermosa -corrigió él, lanzándole un cinturón que ella atrapó al aire-. Pero si alguien te mira más de tres segundos, lo desafío a duelo.