Thomas y Francis: Una pareja ideal.

Capítlo 5.5: eL.pEso--dEl.SiLince0.

Unas horas antes...

Eran las doce y media. El bufet de abogados, a unas cuantas cuadras de la zona residencial, tenía sus luces de neón opacas y un leve zumbido del aire acondicionado que apenas se notaba sobre el murmullo de los casos, las firmas y los cafés mal tomados.

En una gran mesa redonda de vidrio, Thomas revisaba unos documentos con la precisión habitual. Frente a él, Marcos recostado en su silla giratoria mordisqueaba la tapa de su bolígrafo, mientras Elías hacía girar su taza de café con energía excesiva.

—¿Y entonces? —preguntó Marcos, alzando una ceja—. ¿Ya mandaste la solicitud de restitución?

Thomas no alzó la vista de los papeles, pero respondió con claridad.

—Sí. El propietario quiere que se emita la orden esta misma semana. El ocupa no tiene documentación válida ni contratos. Técnicamente, no hay nada que lo sostenga en la propiedad.

—Excepto el cuerpo —agregó Elías, riéndose solo—. ¿Qué? Está ocupando con su existencia, ¿no?

Marcos soltó una carcajada leve, mientras Thomas suspiraba, sin detener su firma.

—No lo pongas así en el informe, Elías, por favor.

—Tranquilo, tranquilo —dijo Elías, alzando ambas manos—. Pero igual el juez va a pedir pruebas de que el dueño quiere regresar. Si no lo demuestra con suficiente peso, podrían alargar el caso.

—Lo sé. Por eso estoy adjuntando el historial médico del padre del dueño —aclaró Thomas—. Estuvo en rehabilitación y ahora vuelve a vivir allí. Es su casa desde hace veinte años.

—¿Y el ocupa?

—Un "amigo" que se quedó mientras él estaba fuera. Ya te imaginarás.

—Siempre son "amigos" —murmuró Marcos, ahora con voz más seria—. Te va a tocar jugarlo fino. No hagas que parezca una persecución, sino una restitución familiar.

Thomas asintió con un gesto leve. Se notaba concentrado, como siempre.

—Lo tengo bajo control.

—¿Y tu esposa? —preguntó Elías, cambiando de forma brusca el tema, con ese entusiasmo característico suyo—. ¿Van a ir al evento, no? Hoy se celebra la victoria del general contra los nazis o algo así, ¿o me vas a decir que no te sabes la fecha?

—Sí, claro que la sé —respondió Thomas con una sonrisa pequeña, apenas asomada—. Hoy cuando salga voy con ella a ver un rato el evento. Ya vi que montaron todo afuera de la residencia. Supongo que no querrá estar sola con tanto alboroto.

—¡Eso es lo que quiero oír! —exclamó Elías—. Conmemoración, gaitas, tequeños y cerveza nacional. ¡Todo perfecto! Aunque bueno, si tenés suerte y están dando discursos, podés escaparte en silencio.

—No cuentes con eso —dijo Marcos con una sonrisa cansada—. El alcalde es de los que no suelta el micrófono hasta estar seguro de que todos lo escuchen.

Thomas cerró la carpeta de documentos y se apoyó en el respaldo de su silla. Por primera vez en el día, dejó que su mente se alejara del caso y pensara en su hogar.

—Solo quiero salir de aquí y ver cómo está todo. Ella no durmió bien anoche. Me gustaría llegar a tiempo para acompañarla.

Los otros dos asintieron, sin bromear esta vez.

—Haces bien, Tom —dijo Marcos—. El trabajo puede esperar unas horas. Pero ella no.

La tarde empezó a colarse entre los vidrios del bufet cuando al fin salieron. El sol golpeaba con suavidad, y el aire olía a asfalto y mazapanes de alguna panadería cercana. Los tres se habían dado una escapada para comprar unas cosas antes de que cada uno tomara su rumbo.

Thomas iba caminando con las manos en los bolsillos, todavía con el caso dándole vueltas en la cabeza.

—Ya, ya —le dijo Elías, dándole un pequeño golpe con el codo en el brazo—. ¿Podés dejar de pensar en el caso? Ya lo tenés armado. Es pan comido, hermano.

—Pan comido, sí —repitió Marcos—. Aunque ojo, que no se te pase ningún detalle. Un olvido tuyo y ese "amigo" se termina quedando con la casa, un perro y hasta la nevera.

—Lo tengo todo bajo control —respondió Thomas, pero sin sonar del todo convencido.

—Eso dices siempre —siguió Marcos—. Pero no te olvides: nuestro trabajo a veces es ayudar al necesitado... y a veces, ser el abogado del diablo.

Los tres se echaron a reír. Elías hizo una cruz hacia un expediente invisible que tenía en manos.

—¡No me lo recordés! —rió—. ¿Se acuerdan del tipo aquel que Thomas defendió? ¿El que decía que "tenía derecho" a cazar perros callejeros porque eran "un recurso alimenticio sin dueño"?

—Solo acepté ese caso por la paga —dijo Thomas con media sonrisa.

—¡Y por el reto! —lo interrumpió Marcos entre carcajadas.

—Sí, bueno —dijo Thomas, fingiendo resignación—. Admito que fue interesante. Aunque casi pierdo la fe en la humanidad.

—Pero ganaste pápa —añadió Elías—. Con argumentos, como siempre.

—Sí. Pero me duché tres veces ese día y alimenté a los perritos callejeros que me encontrara por ahí —agregó Thomas, y los tres volvieron a reír.

El rato pasó ligero entre chistes y pasos lentos junto a bolsas con sobres de café, chicles, algún papel para imprimir. Concluyendo con su llegada a la parada de bus, en la esquina donde se cruzaban los caminos de los tres.

Marcos y Elías se sentaron en el banco largo y de metal, mientras Thomas se quedó de pie, acomodándose el cinturón de su pantalón.

—¿Y el escarabajo? —preguntó Elías con una sonrisa traviesa—. No me digás que no trajiste tu fiel Volkswagen hoy.

—¿Qué pasó? ¿Lo prestaste para una exposición retro? —añadió Marcos, burlón.

Thomas sonrió y negó con la cabeza.

—No. Solo quería caminar —respondió tranquilo.

—¡Mirá! El abogado serio se nos puso nostálgico —dijo Elías.

—O romántico —agregó Marcos—. Seguro quiere llegar caminando para sorprender a su esposa. Cuidado y no lo encuentras con otro.

—Ja, estúpido —dijo Thomas con una sonrisa pequeña, mirando al cielo como si buscara algo en el azul turbio de la tarde—. O tal vez... solo quiero tomar aire antes del ruido.



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En el texto hay: distopia, suspenso, #ucronia

Editado: 01.09.2025

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