Son las seis de la mañana, no fui a trabajar hoy.
Lo decidí luego de verla cuando entré a mi hogar, en otro momento hubiera pensado que no ir es una pérdida de tiempo y de mi habilidad, pero no. No fui producto de mi pereza, ni tengo algún permiso o debo ir a algún evento especial. Lo hice porque algo no estaba bien. Algo... que no puedo explicar con pruebas.
Y eso, para mí, es frustrante. Ya que por primera vez en mi vida, no puedo rebatirlo.
Tengo el caso más particular, y la víctima es... mi esposa:
Llevo cinco años con ella, una vida compartida, una rutina estable. Es una mujer fuerte, curiosa, empática y algo impulsiva, conozco su forma de hablar, su lenguaje corporal cuando está incómoda y la mirada que tiene cuando algo no le cuadra... pero cuerda. Siempre ha estado cuerda. Y ahora, según sus propias palabras, estamos envueltos en algo muy peligroso de lo cual el alcalde es el perpetrador.
Me pide que le crea. Y aunque no tengo razones claras, la parte más visceral de mí lo hace. Porque también he visto lo que ella ve, ¿y como llevar la contraria allí?
Tengo una escena: Una visita inesperada del alcalde, alguien educado, formal, cortés, que según la víctima, conocía cada rincón de nuestras vidas. Su salida fue tranquila, sin violencia. Pero ella quedó... destruida, asustada. Yo la vi, esa no era la mirada de alguien que dramatiza, sin embargo, como abogado, ¿Qué tengo?
¿Alguna evidencia sólida? No.
¿Algún testigo? Solo yo. Y ni siquiera escuché algo de esa conversación.
¿Alguna justificación legal para sospechar de una violación a la privacidad? Tampoco, todo lo que tengo es el testimonio de la víctima. Y sí, es mi esposa.
Pero en este juicio interno, eso basta.
Así que, aunque no tenga pruebas, aunque no tenga más que su voz temblorosa y esa forma en la que no pudo mirarme directo a los ojos el día de ayer, decidí que hoy no la dejaré hundirse.
Pase lo que pase, no se va a quedar sola.
Estos pensamientos atravesaron la mente de nuestro pelirrojo, hasta que el sonido de la tetera lo devolvió a la realidad, mientras estaba en la cocina preparando el desayuno para ahorrarle trabajo a ella y despejar su mente, reorganizando sus ideas. Nada tenía el más mínimo sentido en estos momentos, por más absurdo que suene que "el alcalde no quiere que investigue más acerca de una falla en la matrix."
Que es una teoría que está a nivel de los creyentes del terraplanismo, pero es lo único a lo que apuntaba esto. ¿Qué se puede hacer?
Pues simple, nada.
Solo haré lo que un esposo preocupado haría, me quedaré con ella, por si las cosas empeoran y la quieren involucrar más o intentan hacer algo en contra de su bienestar.
El tiempo pasó y entre arepas y café, todo estaba servido, listo. Para acabarlo, al café de Francis le añadió un poco más de azúcar de lo habitual junto a leche en polvo, como le gusta a ella, en cambio. Para el mismo, se dejó el café negro, fuerte, para poder despertar y que le dé un plus de energía.
—¿En qué mundo estás? —dijo ella, con los brazos cruzados y apoyada en la puerta.
—Ah, oh...—Voltea para verla.— Nada, no podía dormir y estaba pensando en todo esto, ya sabes. Aunque no vayas al trabajo, el trabajo no te abandona. —se ríe de forma breve.— Pero bueno, ¿Quieres comer conmigo?
Ella asiente, pero no puede evitar mantener su escepticismo.
—¿En qué piensas entonces? —se sienta, y agarra un plato con su desayuno y café.
—Pues...—piensa en como lo dirá por un momento.— Analizo todo lo que pasa en este caso, para saber qué hacer.
Ella frustrada, voltea los ojos.
—Esto no es un caso de alguna corte, cariño. —dijo, mientras comía.
—Si, lo sé. Pero trato de unir los puntos y pensar en alguna solución pero no me llega nada, es frustrante. —toma un sorbo de café.
—No pienses tanto mi amor, no te revientes la cabeza con ello. ¿Si? Solo es esperar a que se vaya y nada paso.
—No cariño, escucha. Tu y yo somos un equipo, y si algo te ocurre a ti sin que yo pueda hacer algo, no me lo perdonaría. —suspira.— Siendo muy honesto, solo quiero pensar en alguna solución, también vigilar que no te llegue algún acosador de nuevo.
Se hace un silencio, pero no uno incómodo.
—Thomas, creo que no hay nada que hacer, ¿Esta bien? —dice, con tristeza.— el alcalde es alguien importante y con prestigio. ¿De verdad creerían lo que tengamos que decir con respecto a el?
—Pues...—toma una pausa.— No, no lo harían. Y en si, todo lo que sabemos es algo muy... Difícil de creer para nuestra desgracia. ¿Un alcalde te pide que dejes de investigar una teoría de conspiración que para nada es real? Sería el hazmerreír.
—Ahi está, no podemos hacer mucho, solo esperar a que se vaya para hacer como si nada hubiera ocurrido. Igual agradezco que te hayas quedado conmigo. —toma su mano.— a pesar de las circunstancias, me siento segura.
Thomas sonríe.
—Mientras yo esté contigo, nunca estarás en peligro. —mientras acaricia su mano con su pulgar.
—¿No te dijeron nada alguno de tus jefes? —preguntó ella, curiosa.
—Si, me contactaron, pero les expliqué que estaba enfermo y me tomaría el día, no me pusieron muchos pero, entonces no debes preocuparte. —sonríe.
La pareja estaba acabando de desayunar, todo va en orden, pero... Tocaron a la puerta, no una, ni dos veces, fueron varias. Tocaron fuerte y rápido, como si quien estuviera detrás de la puerta tuviera prisa por ser atendido.
Ambos se miraron, extrañados.
—¿Hoy ibas a ver a alguien, cariño? —preguntó, con la vista clavada en la puerta.
Ella solo negó con la cabeza, en silencio.
El pelirrojo se levanta, y se dirige hacia allá, con cada paso, los golpes a la puerta aumentaban conforme el se acercaba. Pero se mantuvo totalmente sereno, observó por la mirilla y... No había nadie allí.
Dirige su mirada hacia Francis, dándole a entender que esté alerta, y poco a poco abre la puerta, donde al fin aparecen dos personas, tenían ropas negras, y son casi del mismo tamaño que nuestro pelirrojo protagónico.