Thorne Of Ashes

Prólogo

Prólogo
Nero

El monstruo murió, pero quedó uno peor.

Vacío.
Esa era la palabra exacta. Así era como estaba. Así era como me sentía… si es que sentir seguía siendo parte de mí.

Regresé del entierro del hombre que más odié en toda mi vida.
Benedetto Vescari.
Mi padre.
Un nombre que sabía amargo incluso antes de que pudiera entender su significado. Un nombre cargado de golpes, gritos ahogados, y un silencio que me devoraba por dentro.

Era el tipo de hombre que destruía con las palabras, pero también con los puños. Alguien que se alimentaba del miedo ajeno, que encontraba satisfacción en reducir a los demás a nada. Incluido su propio hijo.

La Bratva lo mató. Su enemigo. Una muerte rápida, impersonal. Fue un ajuste de cuentas, una estrategia, un golpe limpio.
No me dolió. Me dio satisfacción.
Pero no plenitud.
Porque esa muerte me correspondía a mí.
Debí ser yo quien lo apagara. Quien lo mirara a los ojos mientras caía. Quien le devolviera todo lo que me hizo.

El frío de la noche me caló los huesos al cruzar los jardines de la mansión.
La misma donde crecí sintiéndome como un intruso en mi propio infierno.
No había calidez entre esas paredes. Solo grietas, ecos de violencia y la constante sensación de que nunca fui bienvenido.

Entré sin prisa. Sin mirar atrás.
El silencio era espeso, como si incluso la casa supiera lo que venía.

Y ella estaba ahí.
Elena Corsini. Mi madre.
El único rostro familiar que me quedaba.

La mujer obligada a casarse con un monstruo.
La que dio a luz a otro.

Sus ojos oscuros estaban hundidos, vacíos, como si algo dentro de ella hubiera muerto hace años.
Todavía tenía los restos de los moretones que Benedetto le dejó antes de morir.
Era un fantasma de sí misma. Una sombra que se arrastraba por los pasillos, que evitaba tocarme, hablarme, mirarme demasiado tiempo.

Verse forzada a concebir a un hijo producto de violaciones repetidas… y que ese hijo sea la viva imagen del hombre que la destruyó… no debe ser fácil.

La última vez que hablamos, yo tenía nueve años. Fue una conversación de cuatro palabras: “No toques eso, Nero.”
Desde entonces, nada.
Solo miradas cargadas de algo que no me molesté en interpretar.
No necesitaba palabras para saber que me odiaba.

Pero esa noche… esa noche no lo disimuló.

La forma en que me miró fue distinta. No era solo rencor. Era decisión.
El tipo de mirada que antecede a la muerte.

La primera chispa del incendio comenzó en el ala este.
Lo supe por el olor. El humo venía con fuerza. Lo sentí en la garganta antes de verlo.
Pero no fue eso lo que me paralizó.

Fue ella.

Elena entró en la sala con algo entre las manos.
Un cuchillo.

No gritó. No lloró. Solo avanzó hacia mí.
Sus pasos eran lentos, firmes.
El filo brillaba con la luz del fuego que empezaba a colarse por la puerta.

—Muere, maldito monstruo —susurró.
Su voz no tenía temblor.
Tenía certeza.

Y luego, el corte.
Directo a mi mejilla. La piel se abrió como papel, la sangre brotó rápido, caliente.
Otro más. En la frente.
Y otro en la clavícula.

No reaccioné.
No porque no doliera, sino porque… no me sorprendía.

Ella me odiaba.
Y ahora quería terminar lo que Benedetto empezó.

Esperé.
No sé qué exactamente. Tal vez que lo hiciera de una vez.
Pero alguien la detuvo.

Mi primo. El elegido de Elena.
La versión mejorada de un hijo.

La sujetó, la arrastró lejos, le habló como si fuera una niña perdida.
Ella lloró. Se quebró. Y desapareció con él.

Yo me quedé de pie.
Con la cara sangrando.
La piel ardiendo.
Y el fuego acercándose.

Las llamas lamían las paredes como si celebraran.
La casa crujía.
Y yo… solo observaba.

No iba a gritar.
No iba a correr.
No iba a rogar.

Porque si esa noche tenía que morir, lo haría de pie.
Pero no morí.

Caí. Sí.
No por el fuego.
Sino porque la sangre y el humo nublaron mi visión.

Y mientras todo ardía a mi alrededor, supe que ya no había nada en mí que pudiera salvarse.

La carne se curará.
La piel se renovará.
Pero la traición… la traición se convierte en parte de ti.

No hubo lágrimas.
Solo una promesa.

Una que repetí mientras mi cuerpo se arrastraba hacia la salida:
Sobreviviré.
Y cuando lo haga, todos van a pagar.

Soy Nero Vescari.
Y nací entre fuego, sangre y odio.
Lo que me queda…
es destruirlos a todos.




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