Thorne Of Ashes

Capitulo 1

Capítulo 1
Nero

La noche cae sobre la mansión como un manto de muerte lenta. Todo está en silencio, excepto por mi respiración, pausada, monótona. Inútilmente viva.

Estoy de pie frente a la ventana, observando la nada. Lo hago cada noche. No porque esté esperando algo, sino porque el insomnio es mi castigo, y los recuerdos... mi única compañía constante.

El reflejo en el vidrio me devuelve una imagen que nunca cambia. Las cicatrices lo cruzan de forma desigual, marcando la piel desde la frente hasta el cuello. Y no se quedan ahí. Las quemaduras continúan por mi pecho, mis brazos, parte de mi espalda. Las quemaduras en mi torso laten como si aún ardieran bajo la piel. Soy una masa de carne rota, cosida con odio y acero.

Dicen que el tiempo cura.
Mentira.
El tiempo solo transforma el dolor en rutina.

Han pasado veinte años. Dos malditas décadas desde aquella noche.

Y sin embargo, puedo sentirla como si estuviera ocurriendo ahora mismo. El aroma metálico de la sangre. El calor de su cuello entre mis dedos. La expresión congelada en su rostro cuando la vida se le fue... cuando yo se la arranqué.

Elena.

La maté. Con mis propias manos.
No fue un impulso, ni un accidente. Fue una elección.
La asfixié mientras me miraba. No quise ver sus ojos cuando se apagaron, pero lo hice. Los mantuve abiertos.
Y después… terminé el trabajo. Su familia. Uno por uno.

¿Me arrepiento?
No.
Lo disfruté. Cada maldito segundo.

Matteo Vescari, mi tío, fue el único que no me dio la espalda. Esa noche estuvo a mi lado. Cuando regresé del infierno, él pudo haber reclamado el trono. Tenía el poder, la lealtad de los hombres, el respeto. Pero no lo hizo. Esperó. Me esperó.

Me ayudó a recuperar lo que era mío: el mando de la Cosa Nostra.
Y eso, no lo olvidaré jamás.
Él ha sido más padre que el que me engendró. Más leal que cualquier sangre.
Como debe ser en esta vida. Como puede ser... para un hombre de la mafia.

Un zumbido me saca de mis pensamientos.
El celular vibra sobre la mesita. Lo tomo con desgano.

El zumbido del celular me arranca de la quietud.

Lo miro. Número internacional.

Rusia.
Perfecto. Justo lo que necesitaba.

Ni siquiera necesito ver el nombre para saber quién es.
Adrian Petrov.
El pakhan de la Bratva. Un cabrón tan elegante como peligroso.Y últimamente, un dolor de cabeza constante. Hemos estado en una especie de enfrentamiento velado desde hace meses. Fricciones. Malentendidos estratégicos. Egos.

—¿Qué deseas, Petrov? —pregunto sin molestia en fingir cortesía. Estoy cansado. No quiero perder mi tiempo. Ni siquiera tengo planes de dormir, pero no significa que quiera escucharlo.

—Nero. Siempre es un placer oír tu voz —dice con esa voz suave, educada, que engañaría a cualquiera. Su acento apenas perceptible. Pero yo sé lo que se esconde detrás. En sus ojos se lee la locura. La verdadera. Esa que se disfruta.

—No creo poder decir lo mismo. Si no vas al grano, corto.

—Una alianza —responde.
—¿Por matrimonio? —pregunto, sintiendo cómo se tensa mi mandíbula.

Ah. Claro.

La vieja jugada.
—Exacto.

—¿Quién?

—Valentina Leone.

Eso me toma por sorpresa, aunque no lo demuestro.

Silencio.

Valentina Leone. Hija única de Lorenzo Leone, uno de nuestros capitanes. Sé quién es. Hermosa, orgullosa, demasiado limpia para este mundo. Tengo entendido que odia todo lo relacionado con la Bratva. Desde que su padre fue herido en un ataque fallido, culpa a los rusos.

No la culpo. Pero tampoco me importa.

Si un matrimonio con Valentina Leone sirve para sellar esta absurda alianza... entonces que así sea.

—Está bien. ¿Y si no quiero? —le lanzo, más por joder que por rebeldía real.

Petrov suelta una risa suave. Casi burlona.

—Sé que estás en guerra con la Yakuza, Nero. Así que no deberías rechazar esta oportunidad. Pero para que todo sea más... equilibrado, tú también deberás casarte con una mujer de la Bratva. Me parece lo justo.

—No deseo casarme. No está en mis planes.

—Matteo piensa diferente. Según los rumores...

Y tiene razón.
Mi tío ha estado presionando el tema últimamente. Cree que es momento de estabilizar el nombre, de establecer una imagen fuerte. Una familia. Herederos. Como si eso pudiera redimirme.

Tengo treinta y cinco años. Lo sé.
Y sí, en algún momento tendré que casarme.
Pero no ahora.
No con una desconocida.
No por un trato político.

Aunque... ¿qué más da?
El amor no está en el menú. Nunca lo ha estado.

—Está bien, Petrov —respondo, seco, cortante.
Quiero terminar la llamada. Quiero volver al silencio. A mis demonios. A los recuerdos que no me dejan dormir.




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