Thorne Of Ashes

Capitulo 2

Capítulo 2

Anastasia

El hielo no se siente frío cuando lo llevas en la sangre.

Rusia despierta bajo una capa de nieve maldita, como si intentara cubrir todo lo que no puede borrarse. Pero la sangre no desaparece con el invierno.
Se congela.
Se conserva.
Se queda.

Estoy sentada frente al ventanal del despacho de mi abuelo. No porque quiera, sino porque me ordenaron estar aquí. Como siempre. Como toda mi vida.

Soy una Morozova.

—El matrimonio está cerrado —dice mi abuelo sin mirarme, sirviéndose un vodka con la calma de quien firma una sentencia de muerte.

Sergei Morozova, el patriarca de esta casa, a sus sesenta años aún conserva el poder, la frialdad y la mirada de un hombre que ha enterrado a más enemigos que recuerdos. Pertenece a una de las tres familias más poderosas de la Bratva, y nadie, ni siquiera yo, puede contradecirlo.

—¿Con quién? —pregunto, aunque ya sé que no tengo elección. Nunca la tuve.
En este mundo, todo se compra, se vende o se negocia.
Y yo... no soy la excepción.

—Nero Vescari. El Don de la Cosa Nostra.

Nero significa negro.
Y de pronto, todo lo mío parece teñirse de ese color.

—No necesito un esposo —respondo, aunque sé que la excusa es vacía. Ya tengo dieciocho. Siempre temí llegar a esta edad.
Papá hizo lo imposible para mantenerme lejos de los arreglos y las promesas forzadas. Pero ahora está muerto.
Y yo… estoy sola.

—Eres mi única nieta, Anastasia —dice Sergei, girando su copa con elegancia.
—Los Petrov no tienen descendencia femenina, y la hija de los Ivanov apenas tiene quince años. Natalia Ivanov no está disponible. —Hace una pausa—. Eres la única opción viable. Esta orden viene directamente de Adrian Petrov, y no puedo desobedecerla.

Lo dice con calma. Pero yo sé que le cuesta.
A su modo... me aprecia.
Soy su sangre. Su única heredera femenina.

—Pero Petrov se enteró de Arabella —agrega.

Ese nombre.
Ese maldito nombre es un puñal directo a mi pecho.

Arabella no tiene nada que ver con esto.
Ella no forma parte de la Bratva. No está involucrada desde hace años.
Nuestros abuelos llegaron a un acuerdo. La mantuvieron alejada. A salvo.

Sé que el abuelo está usándola. Mencionándola para empujarme a aceptar. Y maldita sea... funciona.

Si tengo que aceptar este matrimonio para mantenerla fuera de este mundo... lo haré.

—Está bien —digo, con voz baja pero firme—. Acepto. Pero recuerda que Arabella no es tu nieta. No tiene nada que ver aquí.

Las palabras me salen frías, entrenadas. Como me enseñaron.
No muestres emociones.
No flaquees.
No llores.

Me duele negarla.
Pero es lo mejor para ella.

Sergei asiente, satisfecho. Él nunca quiso que nos vincularan con la Élite… y mucho menos con los Crawford.

—¿Me puedo retirar? —pregunto sin expresión.

—Puedes irte.

Salgo del despacho sin mirar atrás. No me permito flaquear. No aquí.

Apenas cierro la puerta, mi celular vibra.

Mi celular vibra y al ver el nombre, una sonrisa automática se dibuja en mis labios.
Ella siempre logra sacar lo mejor de mí.

La réplica exacta de mi rostro me saluda.

Casi gemelas.
Pero no del todo.

Ella tiene el cabello dorado, brillante como el sol, y los ojos azul profundo como el mar.
Yo soy hielo puro: rubio platinado, ojos celestes.
Dos versiones del mismo linaje.

Los Crawford tienen el gen de los gemelos. No es una coincidencia, es un patrón.
Mi madre, Violet, tuvo una gemela que murió.
Mi abuela también fue gemela.
En la familia Crawford, los gemelos no son una posibilidad, son una certeza.
Una maldición hermosa que se repite generación tras generación.

Arabella y yo somos la última prueba viviente de eso.

Arabella viste un vestido rosa. Su color. Su esencia.
Se ve como lo que es: la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

—Hola, Ela.

—¡Hola, Ana! —me saluda con esa sonrisa que siempre me hace olvidar la oscuridad.

—Te he echado de menos —dice.

No podemos vernos, pero la llamo cada vez que puedo.
Aunque estas últimas semanas… he estado más vigilada que de costumbre.

—¿Pero ha pasado poco tiempo? —bromeo.

Con Ela... puedo ser yo.

Todos me conocen como la Reina de Hielo.
Me da igual.
Que hablen. Que inventen.
No me importa si piensan que no siento.

Porque la verdad es que no pueden ver lo que guardo debajo.
Y prefiero que sea así.

Ella sabe que es una máscara.
Solo ella.

—Eres mi única familia, Ana.

—No lo soy. Tienes al abuelo Alexander, que te adora.




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