Thorne Of Ashes

Capitulo 11

CAPÍTULO 11

Nero

Veía rojo. La rabia me recorría por todo el cuerpo, pero mis ojos seguían fijos en Alina, como si fuera un imán que me atraía. Me miró con sus hermosos ojos almendrados, celestes, cristalinos.
Estaba en mi despacho revisando algunos documentos bancarios, porque, aparte del mundo de la mafia, era un empresario de conglomerado y petrolero, cuando supe que había una llamada desde el teléfono convencional, ya que da una señal a mi teléfono que se encuentra en mi despacho. Quizás había violado su privacidad, pero no había privacidad entre marido y mujer. Y Alina era mi mujer y solo mía.
¿Quién se creía Sergei Morozova? Ni él, ni Petrov, ni nadie me quitaría a Alina. Era mía y lo sería para siempre. Quizás deba matarlo, pero se ve que Alina lo quiere. Sin embargo, tuve que dejarle claro a él que jamás me quitaría a Alina.

—No debiste haber hecho eso —dijo Alina, mientras se ponía de brazos cruzados. Su cabello platino le caía en la espalda, y sus labios carnosos, de un color rosa, se veían apetecibles. Y me surgió una pregunta: si la besara ahorita, ¿me correspondería?

¿Acaso ella piensa lo mismo que su abuelo? ¿Que no la merezco? Y sé que es verdad. Alguien como ella... yo nunca la merecería.

—¿Te quieres divorciar? —pregunto. Si me pidiese el divorcio, ¿se lo daría? No... no se lo daría.
—No es... —dice, pero la interrumpo, porque no lo iba a aceptar. No quería escucharla decirlo saliendo de esos labios que me han tentado para besarla.

—Nunca te haré daño —digo—. Velaré por tu seguridad. No tienes razones para querer separarte de mí. Te he tratado bien —balbuceé—. Entonces, ¿por qué quieres hacerlo?
—Nero —responde, y desvía la mirada.
—¿Amas a otro? —pregunto—. ¿Es por eso? —digo—. O porque te causo asco, ¿verdad? —expuse—. Esa es la razón. No puedes soportar ver mi rostro, y no imaginas verlo toda tu vida sin querer vomitar.
—No, no es eso —responde. Pero la miro fijamente, y ella levanta la mirada y me vuelve a mirar—. Nero, si me dejaras hablar —dice—. No, no quiero divorciarme de ti —afirma—. Y no me das asco, eres atractivo. Y esa sería la última de las razones por la que me divorciaría de ti. Y no hay nadie —expresa—. ¿Entendiste? —pregunta.

—Pero tu abuelo —digo. Pero me interrumpe.
—Si no hubieras interrumpido y hubieras escuchado mi respuesta, te hubieras enterado de lo que le habría dicho al abuelo —dice, mientras se va a sentar a la cama, y voy detrás de ella. Tengo que agachar mi espalda para que nos podamos ver, porque me quedé parado y, aunque estaba sentada en la cama, era pequeña para mi altura—. Le iba a decir que no era necesario, que no me quería casar contigo, y que, aunque le doliera, ahora era una Vitale, y que me tratas bien —responde.

—Gracias —digo—. Por no ver el monstruo que soy.
—Nero, no eres un monstruo —dice—. Pero eso no significa que vas a desconfiar de mí a cada momento.
—No dudé de ti —respondo—. Dudé de los comentarios que dicen de mí —que no niego, son verdad—, que te hicieran cambiar de opinión —expongo—. Que eligieras a tu abuelo —digo, porque nadie me había elegido nunca. Nunca era la opción de alguien. Ni siquiera mi madre me había elegido. Pero quería ser la primera opción de mi ángel. Y entonces supe que estaba perdido, porque a Alina la consideraba un ángel… mi ángel.

—No voy a elegir un bando —responde—. Pero voy a seguir pendiente del abuelo, y no pienso dejar de estarlo —dice—. Pero eso no significa que no vaya a ser leal. Ahora pertenezco a la Cosa Nostra. Y no significa que vaya a darle información al abuelo sobre ti —expone—. Mi lealtad está contigo. So... solo no lastimes al abuelo, por favor. Él me importa.
—Nunca mataría a tu abuelo. Es tu familia —respondo—. A menos que él atente contra tu seguridad.
—Gracias, Nero —dice—. Me has tratado mejor que cualquier persona con la que me hubiera visto obligada a casarme.

Y algo posesivo dentro de mí despertó al pensar que Alina se hubiera casado con alguien más que no sea yo.

El estómago de Alina ruge, y sus mejillas se sonrojan. Baja la mirada al piso. Mi primer pensamiento es que no tiene por qué avergonzarse, no hay nada en ella que no fuera perfecto, ni siquiera su rugido. Y me arrodillo.

—Vamos a desayunar —digo, levantándole la cara—. Vine a buscarte para desayunar.
Duda antes de tenderme una mano para ayudarme a levantarme. Y me di cuenta de que me puse de rodillas por Alina.
Cuando nunca he estado de rodillas por nadie.




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