Hay cosas que son inexplicables y lo que me está sucediendo en estos momentos es una de ellas. ¿Alguna vez te has planteado la posibilidad de detener un sentimiento?, huir de él y no volver solo para ponerte a salvo; ¿has pensado en renunciar a algo que te hace feliz solamente porque te asusta?.. ¡Pues yo sí! Y voy a contarte por qué...
Mi paso por la ciudad después de un día de trabajo se había transformado en un ritual aburrido que en cada jornada me hundía en el más penoso de los tormentos. Todos los días era lo mismo: levantarme de madrugada, caminar tres cuadras hasta el paradero del bus; media hora, una hora, dos horas hasta que finalmente llegaba y de inmediato una taza de café antes de empezar; luego, lentamente, casi martirizantes, ocho horas transcurrían sin que sucediera algo que valiera la pena recordar.
La hora de la comida era el único momento que parecía disfrutar. Inmersa en los párrafos del libro que estuviera leyendo ese día, mientras lentamente terminaba con lo existente en el plato me bebía a prisa las letras que me contaban mil y un historias.
De regreso en la oficina, regresaba a mi triste realidad. Y no era cuestión de que no me gustara mi trabajo, era algo más; llevaba mucho tiempo en soledad, hacía mucho que mis amigas se habían ido de la ciudad y ni hablar de un hombre, si, alguien que quisiera estar conmigo, quizá por mi forma de ser. Soy una mujer rara en todos los aspectos, siempre me lo han dicho y creo que eso es parte de que yo siga sola, no me he topado con él, con ese loco que teniendo el mismo desorden mental que el mío me haga cambiar de idea y lanzarme a una aventura que tal vez no tuviera final… y… hemos llegado al meollo del asunto; yo creía que no me había topado con él, pero no es así; hace poco me di cuenta de que todo este tiempo lo tuve en frente y no lo había notado.
Una de tantas noches, después de cumplir con mis obligaciones laborales, caminé varias cuadras hasta llegar a la terminal de autobuses. Era hora de regresar a mi habitual encierro, ese pequeño departamento que a esas fechas me asfixiaba y lo peor era que no me quedaba de otra más que regresar a ese lugar del que tantas veces desee salir corriendo.
Caminaba levantando de vez en cuando la mirada para no chocar con el gentío que a esa hora inundaba el lugar – ¡estupendo! – exclamé al sentir justo cuando el bolso caía al suelo después de que algún distraído como yo me empujara por descuido. Aquel no había sido uno los mejores días en el trabajo y yo estaba tratando de calmarme. Hice una pausa y sentí como la ira inundaba mis venas – tranquila – me repetía una y otra vez fulminando al torpe que me había dejado ahí recogiendo todas las cosas que llevaba entre las manos.
Negué con la cabeza y rezongando me acerque a una taquilla, necesitaba mi pasaje ya. Me atendió una chica que parecía estar muy divertida y en su semblante vi algo que yo había perdido hacía mucho tiempo; un brillo en sus ojos que por un momento envidié; la miré y después de contener el aliento y pagar me di media vuelta dirigiendome hacia la puerta.
Avanzaba con pasos entrecortados y fue entonces cuando escuché una voz que me hizo girar intempestivamente. Cuando el tono suave de aquella voz entró por mis oídos, mi piel se erizó de inmediato provocando que una descarga eléctrica recorriera desde mi cuello hasta la espalda baja. Los latidos de mi corazón se aceleraron y un efecto tranquilizante se segregó por todo mi cuerpo adormeciendo mis sentidos y regalándome una inmensa calma. Parecía hipnotizada y sin darme cuenta me detuve justo en medio del lugar mientras miraba en todas direcciones tratando de localizar el origen de tan paliativa melodía.
Giré en mi eje y no pude encontrarlo, entonces reanudé a prisa mi paso al escuchar que anunciaban la salida de mi autobús, aun así, no me fui hasta que él dejó de hablar. Corrí un par de metros y volviendo la mirada hacia el interior suspiré por primera vez en mucho tiempo.
Llegué hasta mi lugar, me recargué en el respaldo del asiento y tomé mi libro dispuesta a olvidarme del incidente. Apenas pude leer un par de palabras y el sonido armonioso de hacía un instante volvió a escucharse en mi cabeza produciendo el mismo efecto sedante que me inundó el cuerpo la primera vez. Tenía una sensación desconcertante, ni siquiera sabía quién era él, pero me sentía diferente después de haberlo escuchado. No podía creer que una voz tuviera tal poder, sonreí, me mordí el labio abrazándome a mi libro y cerré los ojos recordando el delicioso sonido que recién me había embrujado.
Transcurrieron los días, la misma rutina en la oficina, pero algo había cambiado después de aquella noche y a pesar de no conocerlo, sentía algo que me llamaba a acudir a la terminal cada vez que mi jornada terminaba.
Deje de viajar en taxi y cada noche esperaba, sentada frente a las taquillas, simulando leer el libro que ya no pasaba de la página 23. Mientras esperaba, con la mirada fija en el libro, trataba de imaginar su rostro, sus ojos, sus manos y mientras más pasaban los días, mayor era el efecto que aquella voz provocaba.
Me acostumbre a pasar un par de horas en la terminal, ansiosa por escucharlo empezaba a imaginar cómo sería conocerlo, sonreía a solas mientras que la gente me miraba al pasar frente a mí. Quería conocer su nombre, deseaba mirarlo a los ojos y aunque lo dibujaba en mi mente, podía sentir un cosquilleo en el vientre al pensar en que sus ojos alguna vez se fijaran en mí.
Habían pasado cerca de tres semanas, esa noche me sentía tranquila, el trabajo había mejorado y mi ánimo era diferente, sonreía con más frecuencia y parecía que la monotonía se había ido. Lo que ya se había convertido en mi mejor pasatiempo ocupó un espacio vital en mi rutina, así que cada noche me sentaba a esperar para poder escucharlo pero aquella noche no sucedió. Los minutos pasaban y él no aparecía, empecé a desesperarme y al cabo de las dos horas en que yo permanecía ahí, decidí que era tiempo de irme.
Con la mirada clavada en el suelo avancé hasta mi habitual taquilla, esperaba ver a la que hasta ese día se había convertido en algo parecido a una amiga. Mis manos rodeaban el libro y mi cabeza permanecía inclinada. Cuando llegó mi turno para acercarme, ni siquiera levanté la mirada, me enfoqué en el bolso y empecé a hurgar un poco en busca de algo de efectivo, además, necesitaba encontrar mis lentes, mi precausión era más fuerte que mi prisa, era indispensable revisar a detalle para segurarme que no hubiera algun error en el tiquete, además de echar un vistazo para saber a detalle quien me ha atendido y así poder agradecer.
El ibro entre mis manos se deslizó y cayó al suelo, mi bolso estaba a punto de caer por lo que fijo mi mirada en el abrigo que pende de mi brazo – bienvenida a Bolivariano y Continental bus, ¿cómo está usted? – escucho la voz de quien me brinda el servicio que hace un esfuerzo por aclarar un poco su voz; agradezco apenas y aún sin levantar la mirada me coloco los lentes mientras pido el boleto, entonces me agacho para recoger mis cosas y cuando me levanto alcanzo a ver una mano extendida sujetando el tiquete – señorita, le recuerdo su viaje...– lo interrumpo, de pronto tengo la necesidad de esfumarme rápidamente – gracias – le digo apenas al tiempo que levanto el rostro y tomo el papel en mi mano. Es entonces cuando noto la ausencia de la chica que me atiende siempre, en su lugar un chico que de inmediato captura mi atención.
Mis ojos se fijan en los suyos mientras que mis dedos rozan su mano y en mi cuerpo aparece la misma sensación que me produce escuchar la voz que hacía que esa noche yo estuviera ahí; – grac… gracias – le digo, esta vez con más firmeza justo cuando el aclara nuevamente su garganta y en su rostro serio se dibuja una leve sonrisa que hace que mis rodillas pierdan fuerza.
Después de que me entregara el tiquete, agradezco nuevamente y retrocedo un par de pasos; sin decir nada más, me doy media vuelta y sin saber por qué razón avanzo apresurada hacia mi autobús sintiendo, quizá producto de mi imaginación, su mirada recorriendo mi espalda.
Acelero el paso y aunque lo deseo con todas mis fuerzas, no soy capaz de volver la mirada aunque definitivamente esos ojos no serán faciles de olvidar. La ansiedad me ataca nuevamente, no puede estar pasándome esto a mí, ¡a mí!, que tantas veces me proclamé inmune a esta clase de sentimientos, después de todo, parece que aún puedo ser vulnerable...
Al llegar al departamento, dejo que mis cosas caigan en el piso y casi sin fuerzas, me despojo de los zapatos y me dejo caer sobre la cama; de inmediato viene a mi cabeza la imagen de la sonrisa calma de aquel chico en la taquilla y el tono suave de la voz que me hace regresar a la terminal noche a noche. Suspiro y me quito los lentes mientras afuera se escucha el arrullo de la lluvia al caer; me recuesto boca abajo y pienso en ellos hasta que el sueño empieza a vencerme.
El tiempo tiene que seguir su curso, y yo, cada día me siento más confundida. Ni siquiera he cruzado más de un "gracias" con él y sinpoder explicarlo me ha atrapado un sentimiento que me niego a aceptar; cualquiera diría que estoy enamorada y esa es la razón por la que ahora estoy aterrada. Busco motivos que me hagan despertar de esa ilusión repentina y no encuentro ninguno. Desde que él apareció en esa taquilla, no hace más que aparecer en mi mente y me resisto a aceptar que, aunque ni siquiera sé como se llama me provoca algo que antes no había sentido.
El instante en que cada noche él me entrga el pasaje se ha transformado en un momento, a mi parecer íntimo entre los dos; me mira y sonrie levemente y yo no puedo evitar sonrojarme – buen viaje y hasta mañana – me ha dicho la última vez mientras que las puntas de sus dedos rozan mi mano, su voz no se escucha bien, a diferencia de quien cada noche sigue hablando en la terminal haciendome regresar la siguente noche.
Tengo dos razones para regresar, pero es ahora que empiezo a rehusarme, no quiero seguir con ésto, la última experiencia no fue nada agradable y a decir verdad, esto que estoy sintiendo me da mucho miedo, creo que es tiempo de volver a mi rutina, no pienso esperar a que ésta sotuación no tenga remedio.
Un par de noches sin dormir, pensando. ¡No puedo creerlo! ¡Ni siquiera sé nada de ellos!, y a pesar de todo, es inútil tratar de sacarlos de mi cabeza; no sé cómo explicarlo, en realidad creo que no hay forma de hacerlo pero hay algo en ellos que nunca había visto en ningún otro.
Una noche más ha llegado, ya no sé si debo ir a tomar el autobús o simplemente debo llamar a un taxi, es dificil para mí aceptar que me he enamorado. Camino indecisa rumbo a la terminal y como siempre me siento frente a las taquillas, espero ansiosa por escucharlo, abrazada a mi libro eternamente en la página 23. De pronto lo escucho y en ese momento levanto la mirada descubriendo frente a mí al chico de la taquilla y mi corazón da un vuelco al descubrir que la voz que tanto he disfrutado y que me obliga a estar ahí cada noche le pertenece.
Al terminar su llamado voltea hacia mi y entonces vuelve a sonreír sin apartar la mirada. Yo acomodo mis lentes y tragando saliva sin dejar de mirarlo puedo sentir como se sonrojan mis mejillas. Me levanto a toda prisa y tomando mis cosas me apresuro a buscar una salida. Ya afuera llamo a un taxi y los minutos se hacen eternos mientras espero.
Al fin llega y cuando me dispongo a abordar, siento la sútil fuerza de una mano sujetandome por el brazo – no te vayas – mis rodillas se doblan al reconocerlo y hago un inútil esfuerzo por zafarme sin voltear a mirarlo – no te vayas por favor – repite y yo cierro los ojos sin darle la cara sintiendo en mi cuerpo una deliciosa calidez que de a poco me envuelve – no puedo quedarme – al fin le respondo y delicadamente me gira hacia él aunque yo permanezco con la cabeza agachada.
De pronto nos envuelve el silecio y con su mano me sujeta por el mentón obligandome tiernamente a mirarlo; una vez más me pierdo en sus ojos y no puedo frenar un suspiro; él empieza a hablar – cada noche te he observado, sentada frente a la taquilla, sujetando ese libro al que jamás volteas la página – me mira sonriendo y yo sigo si artícular una sola palabra.
Paciente espera sin decir nada, de pronto lo miro y sonrío pensando en las veces en que desee tenerlo así de cerca – ¿qué pasa? – y liberando mi tensión suelto un carcajada que lo desconcierta un poco – disculpa, cuando estoy nerviosa me rio mucho – asiente y amplía su sonrisa – ¿estás nerviosa? – me llevo ambas manos al rostro y el suelta una risilla burlona – ¿por qué? – una de mis manos permanece en mi rostro y con la otra acomodo mi cabello mientras que él aparta un mechón de mi cara y lo coloca detrás de mi oreja – ¿te puedo invitar un café? – no respondo de inmediato y mi silencio es interrumpido por el conductor del taxi – ¿señorita?, ¿necesita el servicio o no? – él chico de la taquilla se apresura a responder – no, ya no es necesario – se acerca al chofer y le paga ofreciendo una disculpa, enseguida me mira con complicidad y yo accedo llena de mil emociones.
Vuelve a acercarse a mi y yo retrocedo un paso – no voy a comerte – dice sin desviar la mirada y yo aprieto mis cosas entre mis manos, enseguida coloco el libro dentro de mi bolso y sujeto el abrigo con fuerza, él lo toma y me cubre cuidadosamente mientras me mira fijamente a los ojos – soy Ely – extiendo mi mano – Rubén – responde apretandola entre las suyas, después colocándola enmedio de su puño me guía por la calle hasta un café cercano a la terminal.
Desde el interior del lugar miramos a la gente caminar apresurada, pero yo siento que el tiempo se ha detenido. La conversación entre nosotros fluye como si nos conocieramos de tiempo atrás, me divierten sus locuras y las mías lo hacen reír a carcajadas – ¿por qué te fuiste? – dice de repente y yo siento como de a poco mis mejillas vuelven a sonrojarse; suspiro y desvío la mirada hacia la calle – no lo sé – susurro apenas justo cuando él se sienta a mi lado – te he observado todo éste tiempo – vuelvo la mirada apresurada y me encuentro de frente con sus ojos y puedo sentir su aliento muy cerca.
Mi respiración se entrecorta y puedo escuchar los latidos de mi corazón que acelera su ritmo casi al punto de salirse de mi pecho – ¿por qué te fuiste? – dice de nuevo – porque me asustas – sonríe sin dejar de mirarme y una risilla burlona se escucha – ¿te asusto? – reafirmo mi respuesta y como si él predijera mis acciones me lo impide colocando su mano en mi mejilla; un suspiro se me escapa y sin más le respondo – si... Me asustas, porque me gustas – lo miro fijamente conteniendo las ganas inmensas que tengo de besarlo, sonrió un tanto aliviada, sostengo la mirada y me levanto para buscar la salida. Avanzo un par de pasos y es entonces cuando siento sus manos en mi cintura, apretandome fuerte mientras me gira hacia él. En un movimiento me aprieta contra su cuerpo y sin esperar mi consentimiento nos fundimos en un beso lento y profundo.
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Editado: 02.10.2018