Tiempo de Ceniza

Prefacio

 

Prefacio

Planeta Tierra, 2020

 

Los transeúntes se movían de un lado a otro. Desde las alturas, lucían como diminutas hormigas dirigiéndose a sus hormigueros en un día de lluvia.

Junto a la ventana, Yenerica se preguntó si eran tan insignificantes como parecían, tan débiles, tan pequeños, tan miserables. Bastaba con apretar un botón para acabar con ellos, pero no querían que el núcleo explotara. Querían al núcleo.

Durante mucho tiempo observaron de cerca el comportamiento de esos seres. Habían estado tan enfrascados en sus mundos, que ni siquiera se dieron cuenta de los infiltrados que llevaban viviendo más de una década ahí. Al principiohabían temido ser encontrados por medio de los satélites, pero encontraron la manera de transmitir mensajes sin ser descubiertos.

Las comisuras de Yenerica Curvo se levantaron con entusiasmo. Llevaba esperando aquel momento gran parte de su vida.

Estudió el entorno para comprobar que todo se estuviera llevando según lo acordado. Su vista volvió a la ventana después de cerciorarse que se estaban preparando para el ataque. Sus soldados estaban entrenados para matar a cualquiera que se interpusiera en el camino. Iba a gozar viendo cómo caían y se apoderaban del sitio.

Solo una cosa importaba en el universo. Poder.

Eso era lo que su padre le había dicho cuando era una niña, mientras daban un paseo frente a la Cascada de los Diamantes en Corvellar. Aquella delicada obra de la naturaleza que les regalaba vida a todos los que se atrevían a bañarse en su líquido púrpura. Ella fue valiente y a eso se le debía su hermosa juventud, a pesar de llevar viviendo miles de décadas.

No es que no fueran poderosos, pues los Corvus formaban una de las organizaciones espaciales más temidas en todas las galaxias. Es que nada bastaba para ellos y el planeta Tierra era algo que deseaban por el tipo de seres que lo habitaban.

Regresó a la realidad cuando escuchó los murmullos emocionados de su tropa. Decidió volver a su puesto y dejar de mirar por el vidrio. Al colocarse en la parte trasera de la nave, podía ser testigo de las múltiples pantallas que mostraban las ciudades que atacarían. Estaban suspendidos, escondidos entre las nubes de ese cielo nublado.

—Nave Y45 sobre París, en orden —pronunció un capitán por medio de la radio central.

—Nave P23 sobre Pekín, en orden —dijo otro.

—Nave R78 sobre Nueva York, en orden.

Y así comenzó el desfile. Una serie de ciudades fue nombrada. No iban a tener piedad hasta poseer el rincón más recóndito del planeta azul.

¿Importaban los humanos? ¡Por supuesto!

Necesitaban seres pensantes, pues los planes de los Corvus eran ambiciosos, pero eso no indicaba que debieran ser piadosos. Solo los que fueran suficientemente inteligentes como para aceptar la derrota quedarían bajo su yugo.

Esperó con paciencia, manteniendo la mirada fija en los computadores, entretanto los demás aguardaban a que todas las naves estuvieran preparadas. Sintió un apretón en su antebrazo y no necesitó moverse para saber quién era. La mujer se situó a su lado con la mirada más brillosa que había visto jamás. Sus cabellos negros caían como la espuma, creando un paisaje casi mítico.

—¡Todo listo! —exclamó el capitán, dándole un asentimiento y esperando los mandatos.

Se concentró y se dijo que todo estaría bien. Ya habían burlado los satélites, los infiltrados le habían confirmado que no esperaban el ataque, ya sabían las posibles reacciones e iban preparados porque habían estudiado todo. Solo faltaba iniciar la invasión.

—¡Naves! —llamó, sabiendo que todos podían escucharla, aunque estuvieran a kilómetros de distancia—. ¡Ahora!

Y el caos comenzó.

No hubo sitio en la Tierra que quedara a salvo de la colonización.

Disparos.

Gritos.

Destrucción.

Muertes.

Guerras.

Y muchos años de esclavitud.




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