Capítulo dos
Tan solo su nombre me hace tragar saliva. Recuerdo que le rompió a Qeren uno de sus dientes delanteros. Mi amiga no podía dejar de llorar, tampoco dejaba de sangrar y de repetir lo mucho que le dolía.
Me mira desafiante y barre mi cuerpo con la mirada, midiendo si valgo la pena. Cuando sus comisuras se elevan y deja de prestarme interés, sé que, evidentemente, no la valgo.
Los enfrentamientos comienzan. Gareth pasa al frente primero que yo. Peleará contra un Tantum como él.
Su oponente se multiplica. Decenas de cuerpos iguales a él aparecen por todo el lugar. Gareth se vuelve invisible y comienza a lanzar bolas de fuego desde distintas posiciones, que el otro Tantum logra esquivar con torpeza.
El supervisor da por terminada la pelea después de que el joven Meriton encierre a su contrincante en un círculo de fuego que le roba el oxígeno y lo deja tirado en el suelo.
Mis compañeros no aplauden. Algunos gritan que la batalla fue un asco. A la mayoría le gusta ver sangre y lágrimas.
El Corvu grita mi nombre. Cierro los párpados y aprieto los puños. Escuchando los murmullos de la gente, ellos también se dan cuenta de que soy una pobre gacela frente a un león furioso: uno poderoso y despiadado. Si pudiera usar mi talento las cosas serían muy diferentes.
Llego a mi destino y clavo la mirada en Morgan. Ella hace lo mismo conmigo, y puedo notar que sus ojos se mofan de mi próximo destino. Observo su cabello azabache un segundo y me preparo. Ella posee un talento menor: es un Imperio. Apuesto a que ya sabe cuál es mi punto débil. Los Imperios son muy parecidos a los Teques, excepto que no necesitan tocar para conocer la verdad. Pueden adivinar sin importar el lugar o la época de la historia en la que nos encontremos. En el Sector de Guerra, los humanos con talentos menores no pueden hacer mucho a menos que tengan algún poder. Yo no puedo usarlos, así que no hay gran diferencia entre las dos.
Suena la campana. Me quedo en blanco. Mi única táctica es esquivar.
Eludo algunos golpes y patadas, pero no puedo responder. Mi entrenador dice que, si no estoy segura del movimiento, mejor no lo haga o podría ser peor. Sus puños se disparan y las aletas de su nariz se abren con frustración porque aún no puede tumbarme. Es como el juego del gato y el ratón. Yo soy el ratón.
Lanza un rugido que me hace estremecer. Esa ligera distracción, provoca que su puño golpee mi mandíbula. El dolor viaja por toda mi cabeza, siento que mi cerebro rebota en mi cráneo. Se me acerca amenazante, y escucho aplausos y gritos provenientes de las gradas.
Utilizo mi poder sin importarme si eso me convierte en cobarde. Partículas surgen del aire… Me agrada admirar cómo los átomos se funden y forman lo que mi mente les ordena.
No logra darme el segundo golpe, pues su puño colisiona contra mi escudo hecho de pequeños elementos imperceptibles. Eso la hace enfurecer. Intenta llegar hasta mí, pero ninguna de sus tácticas funciona. Como no consigue avanzar más, el supervisor da por terminada la pelea.
Apenas desaparece mi escudo, Morgan se me lanza como animal hambriento.
—Ya verás lo que te haré, Sentinamo inútil —susurra con tono escalofriante.
Cuando abro los ojos, estoy en el suelo, con ella encima de mí. Su sonrisa perturbadora se burla de mi debilidad.
En un intento por escapar de mi mala fortuna, levanto las rodillas y golpeo su espalda. Morgan lanza un grito ahogado. La empujo lejos de mí, pero de un segundo a otro, se planta frente a mí y me noquea, dejándome en completa oscuridad.
Despierto en las gradas, con la cabeza zumbándome. Los párpados me pesan, y me pregunto si puedo permanecer aquí y fingir que sigo dormida. Hay un tubo de hielo a mi lado. Seguramente lo dejó ahí algún Gart, uno de esos pequeños androides, ya que dudo que un Corvu se molestara en traerlo. Lo agarro y lo aprieto contra mi labio. Espero que no se hinche.
A la hora del descanso, camino a paso lento hacia las bancas que se encuentran en el exterior del recinto. Suelo venir aquí, dado que la mayoría de los humanos prefieren quedarse en el interior para contar sus logros. No me gusta vociferar, y no es como si tuviera mucho que presumir. Mi lindo labio partido solo sería motivo de burlas.
Sacudo mi cabello, ya que la liga comienza a apretar y la raíz me arde. Mis ojos pasean, inspeccionando el patio que no es más que suelo y bancas. Mi mirada se detiene en dos figuras peculiares. El subdirector de la Regencia, Yelinton Tenmoon, está discutiendo con Horton, el jefe de los veladores. Dicho suceso es demasiado extraño, ya que los Corvus no pelean entre ellos.