Tiempo de Ceniza

Capítulo cuatro

 

Capítulo cuatro

 

Minutos después, nos dejan descender de las naves frente a las puertas de un edificio alto. Cientos de rostros que jamás he visto bajan de las otras naves. Siempre me he preguntado cómo viven las otras provincias de la Tierra.

¿Igual que nosotros?

Al parecer, sí.

El continente está dividido en cuatro provincias, cada una tiene su propia Regencia, pero la nuestra es la capital. Solo una pequeña parte del planeta está poblada. Cruzando el mar, hay terreno muerto. En ese lado del mundo no hay más que deshechos y paisajes contaminados. Se llama «Zona Cero».

Al parecer, años atrás, millones de humanos se enfermaron por una pandemia. Muchos murieron, incluso estuvimos cerca de la extinción, sumándole los asesinatos de los Corvus y las desapariciones producidas por el manto. El resultado fue una disminución exorbitante de población en aquellos lares. Todas las personas sobrevivientes fueron transferidas a este extremo.

Primero, nos separan por provincias; después, los Veladores nos obligan a hacer hileras, según el vecindario en el que vivimos. En la mía, están los mismos que subieron a la nave que nos trajo a este sitio. Diviso a Qeren en su fila, debe estar asustada, como todos.

Las filas comienzan a avanzar con lentitud. Todavía no puedo creer que dormiremos en este lugar desconocido y con gente extraña. Al único que conozco de mi área es a Gareth, pero porque vivimos en el mismo vecindario y no es exactamente una buena compañía.

El umbral está delimitado por dos barreras de fierro grisáceo. Tenemos que pasar para poder ingresar a la edificación. El marco de metal emite un tenue tintineo, pueden identificar cualquier ente clandestino u objetos prohibidos. Los utilizan para asegurarse de que no tenemos armas en los bolsillos.

Irónico.

¿De dónde un humano promedio obtendría un objeto como ese?

En caso de que fuera posible, ¿quién sería tan estúpido como para traerlo a un lugar repleto de extraterrestres?

Los sonidos de los sensores resuenan, formando una desordenada melodía. Tal vez pasan algunos minutos, pero más pronto que tarde, entro y me encuentro en el vestíbulo.

La habitación está a oscuras. Una luz púrpura parpadea iluminando las colchonetas. Chicos y chicas de mi edad deambulan por las filas, siguiendo las órdenes de los Corvus, quienes nos indican la distribución de las camas.

Para mi desgracia, el Velador señala una colchoneta junto a la última persona con la que me gustaría dormir cerca. Si no fuera tan egoísta, malhumorado y ególatra, tal vez seríamos grandes amigos. Después de todo, nos conocemos desde niños. Siempre vivió a tan solo cuatro casas de la mía.

Gareth destaca en la mayoría de los Sectores del Centro. Tiene tanta fuerza que es capaz de derribar a cualquier oponente. Sus brazos responden bien en puntería y es un experto para idear planes. Quizás su única flaqueza es el Sector Mentanumérico, pero la mayoría es débil en esa área.

Una vez mamá le dijo a papá que era probable que su valor fuera teniente. Existe la posibilidad de que lo alojen en Corvellar si es lo bastante bueno como para que los Corvus quieran darle la oportunidad de vivir en su planeta. Aseguró que Gareth estaría entre los primeros lugares de la Prueba de nuestra generación. Ella no tiene la capacidad de predecir el futuro, pero rara vez se equivoca.

No puedo imaginarme lo que debe ser separarse de las personas que amas. Los humanos que se van nunca regresan. No podría soportar estar en su lugar y vivir con la incertidumbre.

No me mira, ni siquiera levanta la cabeza cuando paso frente a él. Sin embargo, me nota, lo sé porque su mandíbula se tensa. Me asombra que no musite ninguna palabra despectiva cuando se percata de mi estancia en el espacio contiguo.

Extraño.

Me dejo llevar por el cansancio y me acuesto en mi colchón. Cierro los párpados, necesito descansar.

Al parecer, no puedo tener paz ni un mísero instante. Algo es arrojado a mi rostro, algo suave. Cuando abro los ojos, lo primero que veo es el color naranja, como un par de flores que de vez en cuando florecen en la cima de la colina donde se encuentra el manzano.

Aparto con mi mano los calcetines y rio por lo bajo, silenciosamente para no llamar la atención. Son las prendas más graciosas que he visto. Es brillante y seco como el otoño, no es una tonalidad que se suele usar en la ropa.

Levanto la cabeza para mirarlo. Gareth me regresa una mirada impasible y, posteriormente, lanza un bostezo y se encoge de hombros como si fuera algo normal.




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