Tierra de entes

Tierra de un pozo, un príncipe y entes sombras

—Catalina Fišo, se te acusa de copiar. ¿Puedes probar que este escrito originalmente fue hecho por ti? —cuestionó el profesor con un tono de voz alzado.

El hombre de mirada retadora y rostro caído por el tiempo, caminó de un lado a otro en el aula, agitando un cuadernillo viejo.

Cada paso que hizo el profesor, fue un eco tormentoso en la cabeza de Catalina, al igual que el cuchichear de los alumnos.

—No, profesor, yo no tengo manera de comprobarlo. Pero... realmente yo fui quien escribió la obra... —habló en un tono de voz bajo—. De verdad. —Agachó la cabeza. Catalina sintió que su corazón saldría por su garganta.

—Sin pruebas no hay nada que decir. Le daré el premio a tu compañera, la autora original de tan excelente trabajo. Catalina, suspendes mi curso, no quiero verte más. No le enseñaré a una copiona con problemas de creatividad —suspiró el maestro y entregó la vieja libreta a la joven que sonreía felizmente por su victoria.

Catalina mientras caminaba de regreso a su hogar, recordaba el momento más bochornoso de su vida, ser acusada de plagio. Ella no pudo hacer nada en contra de la ladrona, se trataba de la nieta del director, y la joven que se encargaba de abusar de ella. Para colmo, aquel día llovió mucho. Catalina llegó a su casa empapada por haber olvidado llevar una sombrilla. Para rematar el mal día, sus padres discutían como solían hacerlo seguido. Los gritos eran los encargados de romper con la armonía y paz del hogar. No importaba que tan acogedora Catalina considerara la casa donde vivía con sus padres. No importaba el esmero de su madre en comprar lindos muebles, menos importaba el talento de su padre al adquirir obras de arte. Todo el esfuerzo y encanto invertido en crear un cálido hogar, se iba a la basura cuando el matrimonio discutía a todo pulmón.
Catalina subió las escaleras que llevaba a su cuarto, buscando esperanzas en el consuelo y placer de sentir los ronroneos de un minino peludo. Sin embargo, su gato había muerto de viejo. El cuerpo del pequeño gato blanco yacía en el suelo, tieso y de patas arriba.
Catalina lloró en silencio, para después salir al jardín con el gato en manos, a pesar de que caía una tormenta. Ella deseaba enterrar a su mejor amigo y poco le importó la lluvia.
El jardín coexistía con un bosque, era el pulmón de la ciudad, muchos jardines ajenos al hogar de Catalina se conectaban al bosque de cedros grandes y follaje abundante.
Ella se adentró al bosque, buscando resguardarse de la lluvia por la gracia del follaje de tonalidades de caramelo.
Caminó y en su andar pisó el lodo mezclado con las hojas secas. Rodeó algunos árboles y siguió andando hasta encontrar el lugar idear para enterrar a su amigo. Cargaba el tieso gato en brazos, su único amigo. Suspiró, en cada paso que dio se sintió fuera de sí misma. Sintió no pertenecer a ningún lado. Su corazón fue oprimido, por contener las lágrimas y los gritos. Ella no deseaba regresar jamás a su disfuncional vida. Catalina estaba cansada de sentir que no encajaba, que estaba de más; estaba cansada de escuchar gritos, peleas, mentiras, calumnias, cuchicheos... Estaba cansada de acumular negatividad y no poder ser realmente quien era por la culpa de problemas externos.
Caminó por horas en el bosque, sumergida en sus pensamientos. Paró hasta que se encontró árboles diferentes al resto. Sintió miedo al ver la forma de los extraños árboles. Eran siete árboles de imponente tamaño, invadían mucho del bosque con su grosor y altura. La corteza era negra, y poseían ramas torcidas, similares a rayos cayendo del cielo. No había follaje que adornara a los imponentes, o algo que dejara claro que había vida en los extraños árboles. En el centro que rodeaban los árboles, había un pozo, era enorme, fuero de lo normal, algo que llamó demasiado la atención de Catalina. Dejó en el suelo el cadáver de su gato y caminó hacia el pozo. Estaba rodeado el pozo por estacas negras, con extraños símbolos grabados en estas, y en la tapa del pozo había un pentagrama pintado con tiza roja. El viento rugió de manera extraña. Tal vez alertando a Catalina de que no se encontraba en un lugar común y corriente. Curiosa, ella ignoró el viento, y destapó el pozo. Un sonido similar a campañillas de viento escapó de las profundidades del pozo.
Pensó que era el lugar perfecto para dejar el cuerpo de su amigo. Al girarse para ir por el cadáver de su amigo, una silueta esquelética se apareció enfrente de ella. Media más de dos metros, de ojos rojizos, huesos saltones, y piel de ceniza que ni un pelo cubría. Al momento que Catalina miró fijamente al ente, un trueno le cayó encima. El tiempo se detuvo por un momento, eso creyó. Catalina escuchó muchas voces hablarle al mismo tiempo en su cabeza. Después, fue empujada al pozo por la silueta humanoide. El grito de Catalina se escuchó tarde, cuando caía en el pozo, solo en el bosque el grito fue un eco lamentoso, y los pájaros que se resguardaban de la lluvia en el follaje, hicieron brevemente replica.
Mientras caía, Catalina sintió la muerte rodearla y abrazarla insistentemente con sus esqueléticas manos. Sintió la mano esquelética enterrarse en corazón y presionarlo con fuerza. Catalina cerró sus ojos.

Del otro lado del pozo había un mundo casi idéntico a la antigua Tierra, divido en dos partes, el reino sol y el reino sombra. El príncipe del reino sol, Nokto, paseaba con la princesa Luz, su prometida del reino sombra. Ella quería mucho a su prometido, no se despegaba de él. En el día que le presentaron a su prometido, el corazón de Luz se iluminó por una calidez que no pudo describir, deseó en el mismo momento ser la esposa de su prometido y estar siempre junto con él. Pensó que el niño que estaba enfrente de ella era el hijo del sol, uno de sus rayos más amados. No obstante, para ese entonces, ambos eran unos niños y no podían unirse en el momento.
Para Luz pasaba el tiempo demasiado lento, le faltaban tres años para cumplir la mayoría de edad, y así poder pasar por el ritual que uniría su alma con la de su prometido por la eternidad. Ella le gustaba mucho estar en el reino sol. Las flores crecían por todos lados, y los habitantes del reino eran amables, cálidos y generosos, a diferencia de donde ella provenía. Por otro lado, Nokto no la pasaba tan bien al lado de Luz, la miraba como si fuera una pequeña hermana enfadosa que cuidar. Sin embargo, él sabía que Luz representaba un tratado de paz muy importante. Por años, ambos reinos estuvieron en guerras, hasta que los príncipes fueron comprometidos para sellar el tratado de paz.




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