Tierra de entes

Tierra de bruja falsa

Catalina no recordó en que momento terminó en la alcoba donde yacía. El lugar era un tanto rústico, los muebles demasiado antiguos y muy grandes, al igual que el espacio innecesario de la alcoba. Alzó su cabeza al techo, miró las vigas de madera, movió su vista al centro del techo, había colgado un candelabro plateado y empolvado; era el encargado de iluminar el lugar en las noches. Volvió su mirada a la cama, las sabanas que cubrían su cuerpo le fueron atractivas, en especial el decorado de estas, eran diversas flores bordadas en una seda blanca.
No sintió el dolor que recordaba en su cuerpo. Vendada por completo, un desconocido ungüento debajo de las vendas la mantenía fresca y sin dolor. Su ropa estaba doblada en una silla de terciopelo azul que se encontraba ubicada al lado de la extensa cama. Confundida, le dio vueltas a lo sucedido. Cruzó por su mente las sombras que robaban sus sueños y en el joven rubio atravesado por una rama. Dejó su lugar en la cama y caminó lentamente hasta uno de los dos balcones de la habitación. Los ojos de Catalina se abrieron por completo, cuando miró enormes flores crecer por todos lados, como si fueran árboles; también los había, pero las flores invadían todo. Eran de diferentes colores, formas, y olores. Sintió ser ella una pequeña hormiga, ya que los girasoles alcanzaban alturas descomunales. Algunos tallos gruesos se encontraban rodeados con enredaderas de campanillas azules, blancas y amarillas. A la lejanía había un lago con grandes lirios acuáticos. Lo que más captó la atención de la mirona, fueron sin duda los girasoles, invadían todo el lugar y hacían que las demás flores perdieran protagonismo. Los pétalos parecieron unirse al cielo y en el suelo, tapizado de pétalos secos, era visible la sombra de los girasoles.
El amanecer estaba llegando, saliendo un sol que imitaba a los enormes girasoles. Catalina se fascinó por lo que miró, para ella era estar como en un cuento de hadas.

La puerta de la habitación fue tocada y después abierta. Entró un señor pequeño, encogido por su avanzada edad, media menos de un metro, tenía el cabello que arrastraba blanco como la nieve, al igual que su larga barba. No obstante, eso no era lo más impactante en él, eran los tres cuernos encima de su cabeza, en especial porque rosas crecían por todos lados en los cuernos. El hombre pequeño tenía una sonrisa plasmada en su arrugado rostro, los ojos cubiertos por los caídos párpados, y vestía una túnica verde con bordados de rosas.

—¿Ya te encuentras mejor? Lleva usted tres días dormida —preguntó con un tono de voz ronco.

Detrás del anciano entró Nokto, quien hacía eco en cada paso dado. Catalina no respondió a lo preguntando, y solo inclinó su cabeza. Analizó con más calma al joven de rubios cabellos. Portaba una armadura oscura hecha a la medida del esbelto, al igual que una corona de flores del mismo material que la armadura. Vestía de manera diferente a la primera vez que lo vio Catalina, con una camisa, un suéter y un pantalón oscuro; en pocas palabras, vestido como cualquier joven de la edad. Lo que más llamó la atención, fue el azul de la mirada del joven, una melancólica mirada enmarcada por unos anteojos de armazón plateado. Catalina se sintió inquieta, al ver aún el joven con la rama clavada en la cabeza, la que tenía una flor amarilla en la cima. Concibió la idea de que todo era una broma, no entendía porque ellos vestían así. Lo que no sabía Catalina era que, los reyes del reino sol vestían de negro, demostrando con ello a que no temían de la oscuridad. Y los reyes del reino sombra, vestían de blanco, con ello afirmaban sentirse cómodos con la luz. Era una antigua costumbre.

—¿Dónde estoy? ¿Por qué no le han quitado la rama? ¿Tan clavada está a su cerebro? —Apuntó con su dedo índice al cuerno de Nokto.

—¿No eres de este mundo, cierto? —preguntó el anciano, al momento que se acercó a la joven sorprendida—. No es una rama, es el cuerno del joven príncipe. Yo también tengo cuernos. Observe usted con atención, por favor.

—Yo. —Suspiró—. Tienes razón... — Catalina quedó en blanco, por un momento, no supo cómo responder—. No soy de este mundo. Sé que es un sueño... tal vez un limbo. Morí cuando me cayó el rayo... No, esto tiene más pinta de paraíso —Llevó sus manos a su cabeza, intentó no entrar en pánico.

—Entonces... ¿Eres una bruja o una humana? En los antiguos papiros cuentan como algunos brujos venía al reino sol y sombra. Si vienes a ayudar, llegas tarde, la guerra terminó —comentó Nokto con un tono de voz agresivo y poco amigable.

—¿Guerra? —preguntó desconcertada.

—Sí, los brujos en el pasado venían a defender a un reino, apoyarlo para la victoria con su sabiduría, pero es demasiado tarde para eso. Llegas demasiado tarde, la reina ya fue asesina, me cortaron un cuerno y ahora... hay un estú...

—Príncipe, basta —interrumpió el anciano—. Deje de incomodar a la señorita.

Al momento que el anciano se dio la vuelta para retar con la mirada a Nokto, Catalina pudo ver una cola en él, era alargada como la de una rata, pero estaba cubierta de rosas.

—¿Qué haces aquí? Cuál es tu propósito? ¿Por qué llegaste tan herida? —Pasó de largo de su consejero y cuestionó el chico de lentes.

—Cuatrojos, me incomodas. Me hablas con un tono de voz molesto. No sé quién seas, o qué te creas, pero eres muy grosero. Si yo quiero voy a donde se me da la gana. Sí, soy una bruja poderosa. Y sí tú me molestas, te convertiré en rata y alimentaré a mi gato contigo. —Catalina ocultó su asombro, mintió, no se le ocurrió otra cosa debido a los nervios.

—Discúlpelo, señorita bruja —El anciano volvió a ver a Catalina— Es un joven maleducado —habló el anciano e inclinó su cabeza ante Catalina.

—Roi... — el pelirrubio miró asombrado a su consejero y cruzó con enojo sus brazos.

—Nada, Nokto. Estamos frente a una bruja poderosa, no la ofendas, ella es sabía, debemos tratarla como algo superior. Por favor, bruja. Díganos, ¿cuál es su objetivo? Pondré toda mi disposición para que usted pueda lograr su cometido.




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