Tierra de entes

Tierra de emociones

Emocionarse, por eso pasó Catalina, su piel se erizó, sus pupilas se contrajeron. Contuvo las lágrimas, porque lo observado la conmovió hasta el alma. Su corazón dio un vuelco, un frío intenso recorrió y acarició su piel estremecida, cuando el viento sopló y arrastró consigo el polen de las flores. Lo que contempló Catalina Fišo fue un mundo hermoso, robado de los sueños del niño fantasioso del planeta. Se sintió sumamente afortunada poder estar en aquel lugar. Creyó que tal vez un bondadoso dios la amaba, y por aquel puro amor, la llevó al mundo dividido por dos reinos. Pensó que podría dejar sus penas atrás al contemplar lo hermoso del mundo, aquello aligeraría su alma de los males que la ataban, para ir al espacio y ser una estrella más.
Caminó por el campo de enormes girasoles, mientras estiraba sus brazos y esbozaba una amplia sonrisa en su feliz, y sonrojado, rostro.

Antes de partir, retiró las vendas de su cuerpo, no quedaba mucho de las marcas dejadas por el rayo. El consejero del príncipe, quien tomaba responsabilidades del rey, Roi, le entregó ropa nueva a Catalina; un sombrero de ala ancha puntiagudo, una túnica negra con bordados de lilas, un vestido negro y unos botines oscuros. Catalina vistió las ropas emocionada. Antes de partir, le entregaron en un gran bolso de piel con muchas pertenencias. Lo más destacado del contenido del bolso fue un papiro extenso enrollado, una plumilla y tinta. Nokto apareció después, ya no portaba la corona, tampoco la armadura. Una gabardina impermeable de color rojo fue lo que más resaltó en el príncipe, lo demás eran ropas negras comunes y unas botas de cintillas. Catalina no podía dejar de ver el único cuerno que poseía el príncipe, con una flor amarilla en la punta, en aquel momento estaba cerrada.
Roi se despidió desde el puente que daba entrada al castillo, alzó su mano y miró alejarse a los viajeros. Una extraña sonrisa se marcó en el arrugado rostro de Roi.

Nokto, no muy feliz, llevaba en su espalda la gran mochila, se sintió el burro personal de la bruja. Enojado, con la cara larga, caminó detrás de ella.
Catalina siempre quiso ir a campar con su padre. Él solía presumir lo que hacía en su juventud, acampar y escalar entraba en su egocéntrica conversación, según él fue todo un aventurero. A pesar de hacer múltiples súplicas a su padre, Catalina terminaba acampando sola en el bosque de la ciudad. Su padre nunca se hizo un espacio a su hija ya que, según él, le consumía demasiado tiempo su trabajo como pintor.
Catalina solía salir de su hogar con una pequeña casa de acampar, cargaba con ella a su gato y unos trastos. Pasar el fin de semana fuera de su casa la inspiraba para nuevos escritos, y la alejaban de los conflictos de sus padres.

Todo en la Tierra perdió importancia, Catalina sintió que había encontrado el mundo a donde pertenecía.

—Principito, ¿por qué las flores son tan grandes? —preguntó Catalina al ver los girasoles enormes.

—Son normales, no entiendo de que hablas. —Levantó una ceja, le pareció una locura las preguntas de la bruja.

—De donde vengo los girasoles no son tan grandes. —Alzó sus manos haciendo un encuadre con sus dedos y cerró un ojo, enfocó a los girasoles.

—De seguro del lugar donde provienes es similar al reino sombra —comentó molesto.

—Espero poder escribir sobre ese tal reino sombra. —Sonrió y bajo las manos.

Mientras Catalina caminaba por el campo de girasoles, observó a gente con cuernos y cola moverse entre el lugar, arrancaban flores. Acciones que llamó la atención de Catalina, sobre todo verles la cola menearse de un lado a otro, ya que Nokto no tenía una cola.

—¿Por qué tú no tienes cola? —No tardó en formular la pregunta que le cruzó por la cabeza.

—Eso no te incumbe, bruja. Enfócate en contemplar y escribir. — Torció la mueca y entrecerró los ojos.

—Vale, un príncipe de mal genio —hizo un puchero—. Pero sabes qué, no me importa viajar acompañada de un mimado, donde vengo la gente es cruel y uno aprende a no tomarles importancia. Eso haré contigo, mimado.

Nokto no respondió, solo se limitó a girar su rostro a un lado, cuando Catalina buscó ver la expresión del príncipe ante lo dicho. Ella frunció el ceño y continuó observando su entorno. Feliz, Catalina no tardó en usar el papiro y hacer apuntes de lo que veía.

»El reino sol es un lugar donde habita una especie extraña de humanos, poseen cuernos similares a madera tallada para ser un cuerno, y estos cuernos tienen una o varias flores. La mayoría de los humanos cachudos tienen colas alargadas cubiertas por flores. Excepto por el príncipe, que al parecer fue mutilado, solo tiene un cuerno y una flor amarilla en este. Los habitantes del reino sol se mantienen vivos comiendo flores. A fuera del castillo hay sembríos de flores enormes, algunas tiene el mismo tamaño que algunos árboles. Los girasoles son los más destacados a la vista, invadiendo todo lo que veo con su imponente tamaño. A veces imagino que les saldrán raíces y caminaran como si fuesen gigantes.
En el campo de flores hay pequeñas casas, como cabañas, donde viven los recolectores de flores; a diferencia del castillo son humildes y no parecen poseer demasiados bienes. En fin, supongo que está de más los bienes, cuando tu existencia solo depende de comer de flores.

Catalina caminó en silencio, con el papiro en manos, el paisaje se volvió repetitivo; pequeñas cabañas, grandes girasoles, un suelo tapizado de pétalos secos, y uno que otro árbol coexistiendo en los campos. El sol no quemaba la piel de la bruja escritora, a pesar de que ella caminaba debajo de este en la hora más intensa, era cálido a comparación con el de Tierra, cosa que la asombró. Se giró en sí misma para saber que fue del silencioso Nokto. Él caminaba recto, sin bajar la mirada, detrás de la bruja, mantenido una distancia aproximada de un metro. Llevaba en la mano un girasol enano, comía de los pétalos mientras miraba la vista del lugar. Seguido él solía pasear por los campos de girasol con Luz, cosa que le amargaba el paseo, pero aquella vez era diferente para él, quiso recordar el lugar donde fue criado, para no olvidarlo en su viaje y añorarlo.




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