Tierra de entes

Un bosque

Catalina y Nokto pudieron entrar al bosque, los Birdoj les concedieron el paso cuando miraron a Catalina hacer desaparecer a los entes sombras.
En el primer día del bosque, el Birdoj que hablaba un poco el idioma de los viajeros, los invitó acompañarle al mercado que realizaban los de su especie, precisamente para él reubicarse a sus labores como el pescadero del mercadillo. Catalina y Nokto estaban agotados, pero el asombro de ver los ruidosos entes moverse de un lado a otro mientras realizaban trueques, les ahuyentó el sueño. Lo más relevante al inicio fueron las hembras Birdoj, ya que eran diferentes a los machos; esbeltas y más pequeñas, sus plumas negras, y no de colores; las plumas llegaban hasta su cuello, cubriéndoles casi todo de su ser.
El cabello de todas era negro como la obsidiana, largo hasta tocar el suelo y parecer una cola. No poseían alas y tampoco grandes muslos, eran ágiles y sus pequeñas garras no sonaban cuando andaban por el follaje. Su rostro era alargado de duras facciones, resaltado por anchos labios rojizos. Nokto miró por un momento fijamente a las Birdoj, no se entendió a sí mismo, si le parecieron hermosas u horribles. Catalina analizó la cara del príncipe, intentando descifrar sus pensamientos, ya que a ella le parecieron exóticas las damas aves. Pocos Birdoj hablaban el idioma de los viajeros, se comunicaban a través de cantos. Catalina cuando escuchó los entes no dudó en pensar en canarios. Sintió que le clavaron la mirada algunos, pero se encontraba tan maravillada por el exótico mercadillo, que pasó por alto el grosero gesto de algunos entes.
Grandes peces colgaban de las ramas de los imponentes árboles, carnes y pieles por igual, eran productos exhibidos para el intercambio que realizaban los entes. Había arpas en hileras, rústicas pero encantadoras. También, máscaras hechas de barro se encontraban en el suelo, exhibiéndose para el intercambio. Y ni hablar de los minerales que cautivaron a Catalina, varios Birdoj poseían minerales de gran tamaño para el intercambio, algunos estaban tallados para ser filosas flechas, lanzas y espadas.

—Nokto, ¿y si compramos unas espadas, o dagas? —Catalina apuntó hacia las armas de amatista apiladas.

—Sí, al menos que tengas algo de valor contigo, dudo que acepten lo que usamos en el reino sol para comprar. —Se quedó pensativo por un momento—. ¿Crees qué les interese una bruja sin poderes a cambio de una espada?

—¡Qué grosero! —Catalina hizo un puchero y cruzó los brazos.

—¿Te quejas por qué dudas de ser útil? Yo creo que te pueden comer, aunque seas más huesos que nada. No podrían hacer un abrigo con tu piel, tampoco utilizarte para cazar, eres muy débil. —Llevó su mano a la barbilla— No, pensándolo bien, ni una flecha me darían por ti.

—¿Qué me darían a cambio de un príncipe grosero? —Catalina se acercó al Birdoj que hacía las armas con minerales— ¿Qué me das a cambio del rubiecito? —preguntó.

El ente inclinó su cabeza, sacudió sus plumas amarillas y esbozó una sonrisa. Catalina miró al joven Birdoj, le pareció agradable el rostro de porcelana que él poseía, al igual que las brillantes plumas amarillas y sus ojos azules. El ente brincó de un lado a otro, expandió sus alas mientras realizaba un canto. Nokto inclinó su cabeza, observó la escena desde su lugar, le pareció familiar las acciones del Birdoj. Efectivamente, en el pasado, el príncipe observó en el bosque de girasoles a las aves; como los machos cantaban y expandían sus alas para atraer a las hembras. Al recordar eso, escapó una sonrisa, fue más de risa, porque Catalina estaba embobada con el Birdoj.

—Le gustaste, ten cuidado — Nokto despreocupado alertó.

—Claro que no, bobo. Es obvio que solo está intentando hablarme. —Catalina se giró en sí misma para hablar con Nokto.
Momento en que se acercó más el Birdoj, dio un gran salto y cubrió a Catalina con sus inmensas alas. Catalina pegó un grito del susto, logró que el Birdoj se alejara de ella de un brinco. Corrió hacia donde Nokto estaba y se ocultó detrás de él.

—Disculpar, él buscar... —dijo el ente que hablaba un poco el idioma de los viajeros y poseía un hermoso plumaje azul.

Llevaba consigo peces recién pescados con sus flechas, no demoró mucho en pescar y dejar solos a los aventureros.

—Lo sé, le dije, pero ella no me escuchó —Nokto dio queja.

—No pasa... nada. Mejor seguimos nuestro camino —comentó nerviosa Catalina.

—La reina verlos, seguirme.

Catalina y Nokto siguieron al ente, él se dirigió hacia donde enormes casas de madera estaban construidas entre las gruesas ramas y troncos de los inmensos árboles. El Birdoj subió por una escalera de tamaño considerable, rodeaba un tronco y daba entrada a la casa de manera más grande de todas. Catalina caminó con mucho cuidado, los escalones estaban hinchados y cubiertos de moho; algo que los hizo ser resbaladizos. Por otro lado, el príncipe, cansado, subió los escalones desganado; le parecieron que solo daban vueltas al tronco y no llevaban realmente a ningún lado. Al pasar el tiempo, llegaron a la gran casa de tablones rústicos y húmedos de madera; tenían helechos crecieron por todos lados. Entraron guiados por el Birdoj, lo primero que saltó a la vista fueron los candelabros encargados de iluminar el espacio donde varios nidos se encontraban alrededor de una mesa redonda de patas cortas. Algunas arpas se encontraban en el balcón que daba vista al bosque.
Lo segundo que resaltó a la vista, fue la reina, era una mujer cubierta de plumas blancas del cuello hacia abajo, no tenía alas, tampoco garras, solo una fina silueta humanoide emplumada; y un alargado rostro de pómulos marcados. Lo más relevante de ella fue las plumas doradas de su cabeza, alzadas hacia arriba y alrededor de su cabeza, como si de una corona se trataran.

El Birdoj de plumas azules se acercó al nido donde ella yacía echada, le dio un pescado. El ente se paró, tomó el pescado, abrió su boca dejando visible sus filosos dientes; y clavó una mordida a un costado del pescado. El ente cantó algo que solo entendió la reina, Nokto hizo mala cara al no entender. La reina inclinó su cabeza sin soltar el pescado, miró fijamente a Catalina y Nokto. Inclinó su cabeza en modo de agradecimiento. Estiró su alargado brazo emplumado y señaló con su dedo índice uno de los nidos.




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