Tierra de entes

Tierra de gigantes

En cada paso que dieron los viajeros el campo de tomates se alejó, solo quedaron hojas secas de color caramelo que eran, de vez en cuando, arrastradas por el viento; estas tapizaban la tierra negra.
Catalina se preguntó, ¿por qué no podía ver los rayos del sol, o las estrellas? Su pregunta interna fue respondida cuando miró enormes montañas cubrir la vista del cielo. Eran extrañas montañas, encorvadas en una dirección, formaban una especie de cúpula. No pudieron ser apreciadas más, la oscuridad del lugar ocultaba el encanto de las montañas encorvadas.

—Al parecer estamos en un valle —comentó Nobe mientras caminaba despreocupado—. Tengo entendido que los habitantes del reino sombra imitaron el diseño de este valle en su reino, construyeron murallas enormes donde el sol no pasaba.

—Antes su muralla era como una cúpula —añadió información Nokto—. Pero con las guerras, la muralla se vio afectada y cayó, al igual que muchos de los habitantes. Tanto en el reino sombra como en el sol, quedan pocos habitantes.

—Nokto —nombró Nobe sumamente serio, dejó de caminar—. Cuando seas rey, para con las guerras, y con la caza de humanos y brujos.

—No me convertiré en rey... —Nokto bajó la cabeza y se alejó de Nobe y Catalina.

Nobe miró a Catalina buscando respuestas, ella solo se encorvó de hombros y continuó caminando. Catalina sabía que Nokto estaba deprimido, no tenía sueños y solo buscaba escapar de sus obligaciones como príncipe. Catalina tenía fe en que el viaje le haría bien a Nokto, para que recapacitara y pudiera llegar a ser un buen rey. Miró caminar a la lejanía al príncipe, observó como mechones del cabello se agitaban con el viento, sobresalieron en la oscuridad, al igual que su piel nacarada. Catalina pensó en el sol, ahí estaba el sol que no se manifestó en el cielo, estaba encarnado en un príncipe de un cuerno. La contemplación de Catalina fue cortada de un momento a otro, por un pie, uno delicado pero gigantesco. Vibró el suelo, Catalina, Nobe y Nokto no pudieron permanecer en pie, se agacharon y se sujetaron del suelo cubierto de acículas secas y grises. El gigante que caminaba cerca de ellos ni los miró, no sintió la presencia de los diminutivos. Nokto casi terminó su viaje, por poco pudo haber sido pisado por el refinado pie gigante. El gigante no pudo ni ser visto, la oscuridad del lugar cubría su misteriosa presencia, avanzó y se alejó de los asombrados. Catalina alcanzó a Nokto, tomó la lámpara que él llevaba en la mochila. Con esperanzas de alcanzar al gigante y verlo. Catalina corrió, la imagen vista de un pie con uñas negras, maleza, helechos, hongos y musgo; no fue clara del todo en su mente. Corrió y corrió, emocionada, hasta que tropezó en un charco de fango. Rápidamente se levantó del charco, y sacudió sus ropas, se rindió. Suspiró y regresó al encuentro de Nokto y Nobe. Para ese momento, el brujo ya había invocado llamas que alumbraban el camino.

—Se pondrá más oscuro, hasta que salgamos del valle. Caminemos cerca de los árboles para no ser pisados —sugirió Nobe.

—Yo quiero ser pisado —comentó Nokto entre bromas.

—Se nota, príncipe deprimido... ¿No estás muy joven para vivir con tanta tristeza en tu corazón? —preguntó Nobe y miró a través de su máscara, por un momento, los ojos de Nokto—. Ves Catalina, no es buen partido —dijo al ver el puchero de Nokto.

—¿Partido? Nobe dices cosas extrañas. —Catalina se acercó a las llamas.

Le llamaba mucho lo atención como el brujo podía invocar fuego, y como aquel fuego parecía tener vida propia, como si fueran almas danzando.

—¿Con qué propósito dices que nos acompañas en el viaje? —preguntó Nokto enojado.

—Catalina me dijo que debe escribir para que este mundo no sea olvidado por los dioses, así que, la acompaño para protegerla, y ver el mundo que desconozco. He leído mucho, pero no sé tanto del mundo como me gustaría —Nobe respondió amablemente.

—Eres de mucha ayuda, Nobe. Gracias a ti no he muerto de hambre, y no nos han atacado los entes salvajes, estoy muy feliz de que estés acompañándome —agradeció Catalina.

Nokto cruzó los brazos y no dijo nada más.

Los pinos de acículas azules permanecían quietos, parecieron tener vida, y temer de agitarse en conjunto con el frío viento. Eran pinos exóticos de troncos negros, las acículas eran hermosas, con diferentes gamas de azules.
Nokto se mantenía en alerta, por si un gigante aparecía. Fue la primera vez que miró un ente tan enorme. Cerró los botones de su gabardina, no le gustaba mucho los climas fríos. No tardó en anhelar el sol. Buscó con la mirada flores, pero solo había pinos y más pinos azules en el lugar; y claro, uno que otro hongo y helecho.
Aparecieron unas extrañas luces vislumbradas en el interior del bosque, Catalina le preguntó a Nobe si sabía qué eran aquellas enigmáticas luces: él no supo la origen o que ente las producían.

—Puede ser un ente peligroso, continuemos nuestro camino por la orilla del bosque, hasta que encontremos un lugar seguro para descansar —recomendó Nobe.

Con el avanzar, los pinos fueron incrementado de tamaño, enormes, más que el mismo gigante que fue visto con anterioridad.

—Si los árboles son así de grandes, no quiero imaginar el tamaño de los entes de este lugar —comentó Nokto.

—Es hermoso, me siento tan insignificante —dijo Catalina con una sonrisa plasmada.

—¿Y eso te hace feliz? —preguntó desconcertado Nobe.

—Sí, a veces es bueno sentirse pequeño. Donde vengo, hay seres soberbios, que pisotean los ideales ajenos, se creen más enormes que los planetas, les llaman egocéntricos. Pero la verdad, todos somos tan insignificantes a nuestra manera, y estar aquí me lo ha recordado... Me ha recordado que somos tan insignificantes y a la vez todo un universo interno.

—Me gustaría conocer el mundo donde provienes —comentó Nobe.

—No tiene nada de especial, al contrario, hay humanos crueles. —Catalina pensó en su compañera de clases que le robó su libreta—. La verdad —guardó silencio por un momento—. Hay de todo, tanto buenos como malos.




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