Tierra de entes

Tierra de un palacio de lluvia

Los tres viajeros, Catalina, Nobe y Nokto, cruzaron una neblina, y fueron recibidos por una intensa lluvia. A la lejanía se miraba un antiguo palacio de mármol. Encima del palacio había espesas nubes que se mantenía ancladas por arte de magia. La lluvia parecía no tener fin. Los árboles de la zona estaban podridos con la humedad. También, se había formado lagos en la zona, invadidos por lirios acuáticos. Los colores del lugar eran opacos en escala de grises. Y los entes que rondaban como fantasmas, eran translúcidos como la misma lluvia. Catalina pensó que las siluetas trasparentes que contenían agua en su interior eran fantasmas; sin embargo, así eran los entes que vivían en el palacio de lluvia; esbeltos entes con forma humanoide. Asombrados, los viajeros se sintieron estar en un mundo totalmente diferente al que dejaron atrás.
Cuando se adentraron al palacio, un ente de lluvia los recibió y a señas pidió que le siguieran, guio con su líder. Para la sorpresa de todos, el líder era un dragón antiguo; uno de escamas nacaradas y tornasoles como perlas. El majestuoso descansaba enroscado en sí mismo, solo dejaba a la vista su hocico, fuertes extremidades, y las filosas garras. Por ningún motivo abandonaba el enorme salón donde yacía, ya que, era el encargado de invocar y mantener la lluvia. Al igual que proteger los entes, esos que trasformó con un hechizo en su forma intangible.

El dragón, con su áspera voz, invitó amablemente a los viajeros a descansar. Aceptaron la invitación, puesto tenían meses andando por el mundo y estaban sumamente cansados. El palacio era enorme, de amplios salones, y ventanales que ofrecían una vista a la melancólica lluvia que jamás dejaba de caer. Era un lugar casi vacío, ausente de muebles y bienes. Se percibía en el aire un penetrante aroma a humedad, y se hacía más presente el aroma en los blancos muros enlamados, donde crecían hongos y helechos.
Los entes que habitaban el lugar, solo necesitaban de la lluvia para existir, lo demás era algo trivial.
La iluminación fue otorgada por Nobe, en voz baja recitó el hechizo que invocó llamas alrededor de él.
Caminaron por los pasillos amplios del palacio, el frío venía acompañado con la humedad. Nokto extrañó los rayos del sol, la lluvia le pareció algo triste de contemplar.

Descansaron en un gran cuarto, donde Nobe atrapó y dejó fijas las flamas con un hechizo, esperó que fuera suficiente y lograran calentar la fría habitación. La habitación estaba vacía, solo había un enorme ventanal con la vista al cielo tempestuoso. Nokto dejó la pesada mochila que cargaba. Permaneció de pie, y por un largo momento se perdió en la vista de la ventana, precisamente, en la lluvia que no dejaba de caer.

—No nos vamos a quedar mucho, ¿cierto? —preguntó Nokto muy serio.

—¿No te gusta la lluvia, príncipe? —cuestionó Nobe de manera burlona.

—No mucho... prefiero los días soleados. —Nokto dejó de ver la ventana para acercarse al fuego, tomó asiento en el suelo e intentó encontrar paz en las llamas que flotaban en el salón.

Catalina se quedó pensativa, miró lo decaído que estaba Nokto, tenía semanas así, ausente e ido. Recordó cuando contaba historias de noche, ella sabía que Nokto se hacía el dormido, pero la flor de su cuerno lo delataba, se abría cuando escuchaba cuentos que le gustaban.

—Nokto, ¿sabes de algún cuento? —preguntó Catalina. Sacó un par de mantas de la mochila y cubrió a Nokto con una.

—Gracias —agradeció el gesto amable de Catalina—. No sé muchos cuentos, tampoco los recuerdo con claridad.

—Entonces tendré que contarte algunos, no te duermas y pon atención, apréndelos para cuando te pida que me cuentes alguno. —Catalina sonrió. Terminó sentándose junto Nokto, enfrente de la cálida llama invocada por el brujo.

—Yo iré a investigar un poco el palacio, me da curiosidad. También quiero hablar con el dragón, quiero saber las nuevas —Nobe salió de la habitación, algo le preocupaba, y eso era la amabilidad del dragón.

—En un mundo paralelo y lejano en la Tierra —habló pensativa Catalina—, existían unos amantes que estaban destinados a reencarnar una y otra vez, para encontrarse y hacer realidad su sueño; estar juntos y amarse como lo hacen humanos. No obstante, siempre pasaban por desgracias, debido a que cargaban consigo un mal karma. Ellos antes no eran humanos, eran dioses de un precioso mundo que daban vida con su presencia, pero no podían estar juntos en aquel sueño, no podían amarse. Pidieron un deseo a una bruja y nacieron como humanos, pero cuando lo hicieron, el mundo que cuidaban desapareció, muchas personas murieron. Por eso mismo, estaban malditos y les pasaban desgracias, porque en su egoísmo de quererse amar, mataron incontables vidas.

—Hubiera hecho lo mismo en su lugar —confesó Nokto. Lentamente volvió a sentirse cálido con la compañía de Catalina.

—Yo... también. —Rio—. Los sentimientos nos llevan a ser impulsivos, ¿no crees?

—Supongo. —Nokto rozó su hombro con el de Catalina, comenzó a sentirse nervioso al estar muy cerca de ella a solas.

—Sabes Nokto, he estado evadiendo el tema... Ahora que estamos solos, quiero hablarlo.

—Dime.

—No soy ningún regalo de algún dios para ti, quiero que tengas en claro eso. He venido a escribir sobre este mundo, no más.

—Entiendo, no tienes porque preocuparte. Eres una bruja, una buena, con sentimientos.

—No soy tan buena. Cuando te conocí pensé que eras un príncipe mimado. Eras muy malo conmigo, cortante y grosero —confesó Catalina.

—Tú no fuiste muy buena que digamos. —Nokto arqueó una ceja.

—Es como sobrevivimos, algunos. Los problemas nos llegan a cambiar. Siempre pensaba en las discusiones de mi familia, eso no me daba tiempo para socializar y convivir con los demás. Recuerdo que, cuando era niña inventé a una compañera a mi casa, salió llorando y corriendo, cuando escuchó como mis padres peleaban entre sí. Desde ese día, no volví a invitar a nadie a la casa.




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