Tierra de entes

Tierra de insectos/ parte uno

Acampar en el camino, reunir provisiones, detenerse por fuertes lluvias o por intensos fríos, así se escurría el precioso tiempo para Catalina y Nokto, viajar a pie les tomaba demasiado tiempo. Pasados los meses, Catalina a veces se frustraba cuando el panorama era repetitivo y no se veía nada que la distrajera y sacara de sus pensamientos.
Nokto caminaba callado la mayor parte del tiempo, algunas veces pensó en como ayudar Nobe, pero con el pasar de los días, perdió relevancia que Nobe fuera un zorro. Cuando caminaban debajo de los rayos solares, la flor del cuerno de Nokto se abría y tomaba lo que necesitaba de su apreciado sol. Catalina de vez en cuando fijaba su mirada en esos momentos, le pareció ver resplandecer la flor cuando el sol le llegaba. Ella no dudó en varias ocasiones sugerir querer una flor y un cuerno, así se ahorraría de comer y siempre olería bien. Nokto solo sonreía cuando escuchaba a la joven humana anhelar ser diferente. Algunas veces, Nokto le explicaba a Catalina que la alimentación influía mucho en los aromas corporales. Los de su especie comían flores, néctar y miel con agua, era normal que su aroma fuera diferente a alguien que comía carne de cadáveres. Catalina cada día más le gustaban los Floroj. Nokto no tardó en hablar basado en su aprendizaje en el reino. Le contó a Catalina que los de su especie sentía demasiado la vida a través de sus cuernos, percibían un mundo que los ojos no lograban mostrar. Por ese motivo en su alimentación no se incluía animales, debido a que tenía la presencia y aroma de la muerte; a diferencia de las flores, la muerte tardaba en llegar a ellas. Catalina escribía seguido sobre lo que decía Nokto, le intrigaba demasiado él y los de su especie. No tardó en insistir en que le contara sobre el ritual de unión e intercambio de flores. Sin embargo, era el tema que evadía más él. Catalina intentando animarlo, mientras caminaban, le habló de las bodas humanas.

—Cuando dos humanos se aman, suelen hacer una boda, invitan a sus familiares y ellos son testigos del amor de que se tienen, —contó muy feliz Catalina— porque no les apena que los vean enamorados. La mujer suele usar un precioso vestido blanco, representa la pureza. Y el hombre un traje muy elegante. Después de que un servidor de un dios les da la bendición, pasan todos a un salón, donde hay comida, música y todo es felicidad. Al final, en la noche, cuando los invitados se fueron, los esposos pueden consumar su amor, en un acto carnal —platicó lo último un tanto apenada.

—Interesante, blanco... pureza. Eso tiene que ver con los que leí en los antiguos papiros. —Nokto se quedó pensativo por un momento y miró sus pies mientras caminaba—. Los seres vivos poseen una energía única, esas energías nos distingue, es como una presencia, un color, un aroma y más. Cuando pasamos mucho tiempo con otro ser vivo y le otorgamos permisos sobre nuestra persona, nuestra energía se contamina con la del individuo que tiene tantos permisos. Se fusionan, como dos colores que se mezclan, también los aromas. Entonces, queda impregnada la energía de uno al otro. Como los de mi especie podemos percibir eso, por eso solo son fiel a una sola pareja. Es una aberración que un Floroj tengan más de una presencia marcada en su energía, aparte de la suya. —Nokto miró el perfil de Catalina, la sonrisa de ella.
Nokto se sintió aliviado al ver sonreír Catalina, semanas atrás, ella pareció estar muy deprimida por perder a Nobe.

—Eso es romántico, y a la vez un sometimiento. Debe ser triste, si muere tu pareja, te quedas solo.

—No te quedas solo, pon atención. La energía... más bien la presencia de esa persona se queda plasmada en la tuya. Jamás te puedes quedar solo, aunque muera esa persona —explicó Nokto.

—¡Es muy romántico! —gritó fuerte Catalina.

Catalina insistió con el tema, pero Nokto no habló más, se enfocó en el nuevo panorama que presenció.

El cielo estaba despejado, las estrellas competían en contra de la luna para ver quienes resplandecían más.
Un insecto postrado en el pastizal, miró la escena proporcionada por Nokto y Catalina: En silencio y separados por una distancia que impusieron a sí mismos, una joven de largos cabellos y de sonriente rostro caminaba entre los pastizales. Detrás de ella, le seguía el paso un príncipe de un cuerno que llevaba un zorro encima de sombrero.
Nokto desvió su mirar del paisaje y contempló por un momento el largo cabello de Catalina, algunos mechones lo alcanzaron y le acariciaban el rostro cuando volaban con el viento. Nokto suspiró, pero no de cansancio, sino porque le gustó lo que miraba.

El pastizal pareció infinito, lo único a la vista eran colinas cubiertas de este, y la vida solo era compuesta por grillos abundantes que brincaban de un lado a otro.

—¿Quieres que te ayude a cargar a Nobe? —preguntó Catalina.

—No... estoy bien. Me parece un poco extraño que tomara esta forma y duerma tanto —comentó Nokto pensativo.

—Nos está evadiendo. —Catalina dejó de caminar y alcanzó a Nokto—. Nobe, eres muy cobarde, prefieres tomar la forma de un animal antes que hablar con nosotros —regañó Catalina el zorro que yacía encima de Nokto.

El zorro no se movió de la cabeza de rubios cabellos donde dormía desparramado.

—Tal vez utilizó mucha magia y para recuperar fuerzas tomó la forma de un zorro que duerme —Nokto supuso aquello de nuevo.

Al llevar Nokto el zorro encima, de vez en cuando, una patita negra cubría un lente de los anteojos, y por lo tanto, la vista de Nokto; teniéndola él que moverla seguido, como si fuera un mechón más de su cabello para poder ver donde caminaba.

—Este pastizal parece un mar, ¿no crees? —Catalina siguió caminando entre el pastizal, un tanto desganada.

—Me gustaría por lo menos no estar tan perdido. Desconozco mucho de este mundo... —Llevó Nokto una mano a su hombro.

—Era porque estabas en el castillo, no salías. —Sonrió Catalina, por un momento imaginó a Nokto como una princesa en una torre.




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