Tierra de entes

Tierra de insectos/ parte dos

Catalina se refugió y escondió debajo de un árbol, mientras veía los entes insectos moverse de un lado a otro, inquietos y demasiado activos por la noche.
Catalina pensó y pensó en lo dicho por Nokto, en su cabeza dio vueltas el momento. Buscó en sus adentros la respuesta acertada para darle al príncipe. Se preguntó que era sentir amor, aprecio, cariño y apego; no sabía las diferencias. Era Algo que Catalina no aprendió en casa, sus padres ni un abrazo le daban, menos le proporcionaron un te quiero. Ella creció en un ambiente carente de amor. Llevó sus piernas en sus brazos, abrazándose a sí misma. Observó el cielo, las estrellas competían duramente con la luna, brillando con intensidad. Pequeños grillos eran iluminados con los rayos lunares, brincaban por el pastizal que alfombraba el pueblo. Catalina concentró su mirar en los pequeños grillos, algunos raspaban sus patas con las alas, por lo tanto, grillaban de manera escandalosa.

—Supuse que saldrías corriendo —dijo Nokto, quien se situó en el otro extremo del tronco.

—¡Ah! —gritó Catalina sorprendida—. Me encontraste... rápido ¿De verdad hay una raíz que nos une?

—Algo así... —respondió pensativo.

—Algo me da duda, ¿por qué no querías utilizar el poder de tu flor? —preguntó Catalina después de un largo silencio.
—Porque cuando lo utilizo me arrastra a un momento que no quiero recordar, uno que me niego, me da cierto pavor, tanto que me congela —suspiró desganado—. Pero cuando te vi en peligro, no pude evitar romper mi promesa. Desde la primera vez que te vi, no pude dejarte atrás en el pozo. Me preguntaba constantemente por qué yo me topé contigo, por qué fui yo —guardó un largo silencio—. Solo quería desaparecer, y así fue, desapareció esa parte de mí que era tan negativa. Contagias de una alegría difícil de explicar. Tu perspectiva de la vida es interesante. Lo siento, no quería abrumarte, dije las cosas sin pensarlo.

—¿Somos amigos? —preguntó Catalina.

—¿Amigos?

—Sí, los amigos se apoyan en todo, se aprecian y se quieren; hacen que la vida sea más amena. Nosotros somos amigos, eso... ¡Sí! Compartimos una aventura, viajamos juntos y nos apoyamos. Eso nos hace ser amigos. —Catalina dejó su lugar y fue donde Nokto se encontraba.

Yacía sentado en el césped y recargado en el tronco, su cabello ocultó su rostro desde la perspectiva de Catalina, hasta que ella se sentó junto con él. Contempló el serio rostro del príncipe. Por un momento, el cielo y las estrellas brillantes se reflejaron en los cristales de los lentes de Nokto.
Catalina analizó rápidamente y a detalle a Nokto. El cabello rubio, los ojos azules claros, la tez nacarada, la extraña gabardina roja y las ropas oscuras. Él dejó de ver el cielo cuando sintió la pesada mirada de Catalina encima, giró su rostro, buscando ver los soles que le parecían ser los ojos de Catalina. Ella llevó su mano en la mejilla del príncipe y con suavidad la pellizcó un poco, rompiendo la tensión que se formó.

—¿Qué pasa? —dio queja Nokto.

—Eres todo un estereotipo —reveló Catalina y le liberó la mejilla—. El bonito príncipe de cabellos claros y ojos de color.

—¿A qué te refieres con eso?

—Promételo —Catalina cambió el tema y alzó su mano, la empuño, excepto por su meñique—. Prométeme que somos y seremos amigos.

—¿Y por qué pones tu mano así?

—Tienes que hacer lo mismo, y que tu meñique se enganche al mío, si no cumples tu promesa, se te caerá el dedo.

—Entonces no lo prometo, es un hechizo extraño... da miedo —Nokto cruzó sus brazos.

—Se supone que es lindo y especial. Hacer una promesa con el meñique le da seriedad al asunto —mencionó Catalina mientras hacía un puchero.

—No le veo lo lindo, es extraño y más si se te cae el dedo por no cumplir tu promesa. Me imagino que te puedes enojar conmigo, te vas, ya no eres mi amiga, y a mi se me cae el dedo. Que horror.

—Eso no lo esperaba... —Bajó Catalina la mano—. Es una buena vista, aquí el cielo jamás se ve igual. Cuéntame un cuento, aún estoy alterada por los salvajes hombres insectos. —Catalina se recargó en el tronco, estiró sus piernas y se envolvió en la calidez del momento.

—Un cuento... deja lo pienso. Hace mucho, pero mucho, había una chica de largos cabellos negros y figura escuálida. Poseía dos soles, uno en cada cuenca de sus ojos. Sonreía tímidamente, pero con honestidad. Ella conocía muchas historias y era una aventurera de corazón. Un día, esa joven conoce a un hombre con cabeza de grillo, se enamoró perdidamente de él, se unieron y tuvieron muchos hijos escuálidos con cara de grillo. Fin. —Nokto soltó una pequeña risa al contarla el final del cuento.

—No me gustó tu cuento, es poco realista. —Catalina torció la mueca, y miró un ente insecto brincar por el cielo, hasta situarse encima de un tejado de paja—. ¿Por qué crees qué algunos se volvieron salvajes?

—No lo sé, pero es preocupante, un caballero con el poder de maldecir, pienso que debe ser un brujo. Probablemente hay más brujos aparte de Nobe... Si no hubiera cambiado de forma le preguntaría una manera de eliminar la maldición. Realmente no son malos los entes cabeza de insecto... me siento mal por haberles atacado.

—¡Ya sé! Vamos a hacer que Nobe regrese a su forma original y nos ayude. ¡Tenemos que hacer algo! —Catalina dejó el cómodo césped y se paró con prisas.

Catalina corrió con prisas en la humilde casa donde había quedado el zorro, Nokto le siguió el paso más calmado. Entraron y miraron el zorro dormir con las patas extendidas en el suelo. Catalina lo tomó y sacudió con fuerza.

—Nobe, tienes que ayudarnos, deja tu forma de zorro —dijo Nokto después de que Catalina sacudiera al zorro.

Lo que no sabía Catalina, y menos Nokto, era que Nobe estaba hechizado por parte del dragón que dejaron atrás en el lugar de la lluvia imparable. La bruja mitad Floroj estaba segura de que Nobe haría mal trio en le viaje de que emprendían Catalina y Nokto. Cuando dejaron el salón, la bruja lanzó a espaldas el hechizo que hizo cambiar a Nobe, él no pudo hacer nada al respecto.




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