Tierra de entes

Tierra de aceptaciones

Catalina se encontraba buscando en secreto la cueva que conectaba a túneles, los que llevaban a muchas partes del mundo de entes. Nokto no sabía de los planes de ella, sobre regresarlo a su reino, solo la seguía sin cuestionarse a dónde se dirigían y por qué. Subieron por la pendiente nevada, había un camino labrado que rodeaba la montaña hasta la cima que se encontraba cubierta de espesas nubes blancas. Al parecer el camino en el pasado fue un lugar concurrido en su momento, mantenía un buen aspecto, pero la nieve lo hacía complicado para subir. Por suerte, en aquella noche no nevaba, el cielo estaba despejado y las estrellas radiantes, imponentes en el firmamento; reflejándose en la nieve.
Cuando encontraron el túnel a la mitad de la cima de la montaña, descubrieron que se encontraba derruido, no había paso. Cansada, Catalina decidió pasar el rato en una cueva cercana al túnel destruido, mientras pensaba en qué hacer y cuál ruta opcional tomar. Nokto no tenía buen aspecto, era más sensible a los climas fríos, temblaba constantemente, sus labios eran morados; y tenía ojeras negras embarcando el azul de su mirar. Caminó en el interior de la cueva detrás de Catalina, abrazándose a sí mismo. Por otro lado, Catalina estaba acostumbrada al frío, donde ella vivió la mayoría de sus años, era un lugar de largos inviernos.
Catalina prendió la lámpara y se quitó de encima el zorro que utilizaba de sombrero. El zorro, Nobe, caminó más al fondo de la cueva y volvió hacer lo mejor que sabía hacer: dormir. Después de armar un campamento provisional en el interior de la cueva, Catalina le pidió a Nokto que se volteara y no mirara, cambió sus ropas húmedas. Deseó más que nada en el momento un chocolate caliente que la reconfortara. Recordó que cargaba botellas de vino. Al terminar de cambiarse, fue abrir una botella, no dudó en empinarle, saciando su sed y buscando calor en el alcohol. Ella nunca había bebido demasiado, solo en ocasiones especiales, y a lo mucho una copa. Sintió el calor recorrer su cuerpo. Le ofreció a Nokto, pero este se negó, jamás había bebido algo fermentado y no sabía qué males le podría ocasionar beber algo así. Catalina insistió, y le aseguró que no se sentiría mal, al contrario, recuperaría calor. Nokto no soportaba el frío, optó por hacerle caso a Catalina, bebió del vino. Le pareció que era dulce, pero lo ácido y el alcohol le hizo no sentir amor a la bebida. Bebió un poco hasta que recuperó el color en su rostro, sus mejillas se sonrojaron, al igual que las de Catalina.

No obstante, ella comenzó a hablar demasiado y reír. En su escándalo sacó las mantas de la gran mochila y le dio una a Nokto, la de ella; quedándose con la del príncipe, se envolvió, y percibió el aroma de él en la calientita manta, aquel aroma a flores. De un momento a otro, Catalina guardó silencio, la tristeza la abrazó. Con la culpa de sus planes secretos, pensó en que no volvería a oler a Nokto, menos charlar con él. No entendió del todo por qué le causaba tristeza proteger a su amigo.
Observaron desde su respectivo lugar la aurora boreal que se presentó en el momento. La mirada de Catalina se iluminó. Lo divino y místico de la naturaleza estaba en su apogeo. Las luces se ondearon por el cielo; el verde, azul, rosa y amarillo del aura boreal resplandecieron en el firmamento; fueron como espectros danzando y uniéndose entre ellos, mientras las estrellas hacían de luces en un escenario. Catalina se emocionó ante lo visto. Observó por horas la aurora boreal, acompañada de una botella de vino, no se dio cuenta en que momento la terminó y abrió otra.

Nokto desde su lugar, cubierto por una de las mantas, contemplaba exactamente lo mismo que Catalina, la inspiradora aurora boreal, él no se pudo explicar lo feliz que se sentía de estar justo en aquel momento. Su corazón se regocijó de una felicidad irracional.

—Esto es muy hermoso, demasiado —habló Catalina, destruyendo el silencio del lugar— Quiero ser como la aurora...Tal vez como el aire, o como el frío. Libre —Estiró su mano comparándola con el cielo estrellado.

—¿Libre? —Nokto inclinó su cabeza y desde su lugar miró la espalda de Catalina cubierta por la manta, y su largo cabello negro rozar en el suelo rocoso de la cueva. Percibió tristeza en el tono de voz de ella.

—Libre... sí, para ser todo y nada con mi presencia, para no estorbar, para no sentir, pero si para poder pertenecer algo. Me aterra pensar que este viaje terminará pronto. Siento que es un precioso sueño. —Bajó su mano y se apoyó en el suelo con esta.

—¿Terminará pronto? —preguntó inquieto Nokto.

—Te regresaré al reino sol —confesó en su ebriedad—. Y después volveré al pozo. Entendí tarde, lo caótica que es mi presencia en este mundo. Debo volver... debo hacerlo. —Catalina buscó calma abrazándose en sí misma—. Ya no quiero ocultarte la verdad. Lo pensé cuando los entes nos atacaron —reveló con la voz quebrada, y de su rostro escapó una lágrima.
—¿Por qué? —Sorprendido, Nokto sintió enojo por los planes secretos de Catalina—. No volveré... aunque me lleves a la fuerza, me hubiera dado cuenta y no te hubiera seguido el camino. Pero... — Clavó su mirada en Catalina, pudo ver la tristeza que había en ella, el enojo se fue de un momento a otro. Nokto se paró y tomó lugar junto Catalina—. Si insistes en que vuelva al reino, lo haré, pero tú tomaras mi lugar como rey.

—¡¿Qué!? —Catalina giró su cuello y miró con mucho asombro a Nokto.
Buscó en la expresión de él algo que le indicara que lo dicho era broma, no obstante, Nokto poseía una expresión serena.

—Ya lo había pensado antes, serás una buena reina. Eres sensible, de buenos sentimientos, y te gusta ayudar a los demás. Es lo que necesita este mundo, reyes que busquen unión, paz y contemplen los sentimientos ajenos antes de actuar. Sería un pésimo rey, pero... tú no. — Nokto sonrió al ver los ojos sorprendidos de Catalina.

—Estás loco... —Catalina frunció el ceño y desvió su mirada—. Tú eres parte de un tratado de paz sumamente importante. No puedes dejar el reinado, regresarás ¡y...




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