Tierra de entes

Antes de la tragedia

Catalina se alistó y salió corriendo de la cueva con el zorro encima, caminó por el suelo labrado cubierto de nieve que llevaba a la cima de la gran montaña, apenada por lo sucedido en la cueva: intentó huir. Nokto fue detrás de ella, pero mantuvo distancia, estaba consumido en sus pensamientos. Catalina dejó de caminar hasta tener cerca al príncipe, se giró en sí misma y habló, entonando una seria voz:

—Cuando lleguemos al reino sol, deberás hacer como si yo no hubiera existido —dijo y esbozó una fría y falsa sonrisa.

Nokto subió su mirada, observó a Catalina, ella se encontraba a unos pasos de él, no obstante, con sus palabras hacía una distancia más lejana a la realidad . Le pareció tan fría como la misma nieve. Escuchó claramente lo que ella dijo, pero no encontró palabras para responderle, más que nada, no quiso creer en lo escuchado. Nokto sabía que Catalina temía de sus propias sentimientos, y que ella no quería interponerse en el tratado de paz entre reinos. Nokto se quedó parado, como si el tiempo se hubiera detenido, como recordatorio de que no era así, sus lentes se empañaron por el frío que había en el ambiente y su respiración.

—Es verdad, lo que te pido. No me mires asombrado, —prosiguió— así que... como lo prometimos, olvida lo conversado en la noche. —Catalina continuó su camino y nuevamente se adelantó.

Catalina le faltó un poco el aire cuando llegó casi a la cima de la montaña, paró un momento. Dio con la mirada algunas casas de ladrillos y tejas, la nieve les cubría el techo, algunas casas tenía la chimenea humeando, algo que la alegró, ver vida. Ella retomó camino, y miró más casas modestas de considerable tamaño. Pensó por un momento que se trataba de un pueblo fantasma, ya que nadie salía de las casas. No obstante, cuando ella puso un pie en el suelo del pueblo, un ente escamado que la observaba desde lejos, salió corriendo lejos. Catalina creyó ver a una enorme lagartija. El ente fue corriendo directo a unas enormes escaleras, al parecer estas daban acceso al palacio que se situaba en la cima de todo. Parecía hecho con la misma nieve que caía, los pilares de la arquitectura eran blancos, y tenía grandes ventanales de cristales azules. El palacio ante la mirada de Catalina, estaba lejos, demasiado.
De un momento a otro, resonaron las oxidadas bisagras de puertas al ser abiertas y cerradas, aparecieron más entes, rodearon a Catalina, parecían tener mucha curiosidad por ella, no le despegaban la mirada. Los entes curiosos poseían un tamaño atemorizante, eran sumamente esbeltos; y estaban cubiertos por escamas en lugar de piel. Algunos respiraban con dificultad, hinchándose constantemente su pecho, parecía ver un trozo de carbón ardiendo en su interior. Vestían ropas humanas a pesar de poseer grandes muslos encorvados con pies que terminaban en garras. Meneaban sus colas, como si perros alegres fueran. Para Catalina, todos los entes parecieron miembros de una familia acaudalada mutada para espantar, ni su vestimenta elegante les quitaba lo terrorífico, eran horribles ante la vista de Catalina. Ella pensó en el pasado, en la época donde las damas vestían largas prendas con estampados coloridos sin dejar mucho a la vista, y en los caballeros que portaban trajes. No obstante, no eran humanos delicados los que portaban lindas prendas, eran entes de alargados hocicos y de hoyos pronunciados cuales eran las fosas nasales; sin olvidar sus brillantes ojos saltones.

—¡Tú! —Dijo un ente de escamas rojas brillantes, traje negro hecho a su complexión y corbata de moño exageradamente grande.

El ente de traje se abrió camino con sus manos, empujando a los demás.

Asustada, al ver los rostros alargados que la juzgaban con una mirada saltona digna de un lagarto, Catalina dio unos pasos atrás.

—¡Déjenla en paz! —Nokto llegó después y se abrió paso entre los curiosos, empujándolos con fuerza, hasta llegar donde Catalina estaba.

—¡Un Floroj! —gritó enojado el ente de traje y corbata de moño púrpura. Señalo el cuerno de Nokto con su alargado y escamoso dedo índice .

—¿Qué hay con eso? —preguntó Nokto enojado.

—Los Floroj sacrificaron y mataron a muchos humanos y brujos... —entrecerró sus ojos el Ente— Nosotros, los dragones, amamos a los humanos. Tanto que adoptamos su manera de vivir, sus valores, su idioma... Aunque ya pocos lo hablamos.—Fijó su mirada en Nokto—. Ten en claro algo... los dragones odiamos a los de tu especie.

Los entes alargados cerraron más el circulo, estiraron sus manos y tomaron a la fuerza a Catalina, Nokto y el zorro Nobe, separándolos. No conforme con eso, les retiraron las pertenencias que llevaban.

—¡Déjenme! —Nokto abrió la flor de su cuerno, estaba decidió a atacar.

—¡Alto ahí! —exclamó el ente de gran moño—. Somos inhumes a lo que planeas hacer —advirtió—. La liberaremos... y a ti, cuando nos ayudes.

—¿Y si me opongo? —Nokto cerró la flor de su cuerno, no dudó en que fueran inhumes a su ataque, las escamas lucían duras, como una armadura de diamante.

—Te mataremos, a ti, la humana se queda... y le quitaremos el aroma a Floroj que tiene —reveló su plan el ente, mientras olfateaba de cerca de Catalina.

—¡Desgraciados! ¡Qué bajo han caído al tomar rehenes! —gritó enojada Catalina, pataleó, pero fue parada en un jalón.

El ente que sujetaba los brazos de Catalina, presionó con más fuerza, clavó sus garras, haciendo que corriera sangre de los finos brazos de Catalina. Ella no dio queja, no quiso enterar a Nokto de lo sucedido y él se enojara más.

—¿Qué quieren que haga? —Nokto bajó la cabeza, estaba cansado del odio que tenía los entes del mundo hacia los Floroj.

—Les daré los detalles en el palacio —dijo el único que ente que hablaba, con una entonación petulante.

Nokto y Catalina fueron liberados.

Los curiosos dragones humanoides que rodeaban, se abrieron paso hacia las escaleras, mientras hablaba un extraño idioma entre ellos, similar a rugidos. Mientras se cuchicheaban en el oído unos a otros, salían de sus alargados hocicos una lengua viperina. Catalina, temerosa, caminó cerca de Nokto, intentó tomarle la mano, saboteándose a sí misma, desistió y no lo hizo.




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