Tierra de entes

Tierra de Odette

Bajo una mentira se contó que Odette nació entre las cortesanas del rey, la consideraron hija de la noche y la luna. La belleza de la hija bastarda del rey era imponente y nadie se atrevió eliminarla, a pesar de ser considerada un error. Odette sabía la verdad, sobre quien fue su progenitora. Cada vez que miraba su pecho, donde un corazón debió latir, recordaba a la mujer que la despreció, su madre. En su corazón estaba la verdad. Sin embargo, Odette decidió guardar el secreto. Era odiada por los habitantes del reino, no la aceptaban como una legitima princesa.
El tiempo pasaba lentamente para la pequeña princesa. Odette solía divagar en el castillo, como si fuera un fantasma más del lugar. Prefería ignorar su entorno, perderse de las miradas juzgonas. Odette estaba sola, y el castillo era su parque de juegos.

La música de una animada orquesta retumbaba seguido por los salones del castillo. El rey pedía con frecuencia música en su castillo, él odiaba el silencio de las tinieblas, sentía que lastima los oídos el silencio profundo. Igual Odette, odiaba el silencio, y por eso, siempre en su cabeza sonaba la melodía de una caja musical, acompañada esta de fragmentos de historias que imaginaba la princesa. Impulsaba más su creatividad leyendo, se resguardaba en la polvorienta biblioteca, buscando tener muchas vidas en lo que leía.

 

Los cuentos favoritos de la princesa eran los clásicos y de romance. A sus once años, había leído tantos libros que su conocimiento y vocabulario era amplio, algo  que hacía sentir orgulloso al rey, tener una hija tan inteligente. Cuando las víboras de las cortesanas no observaban, el rey se infiltraba en la habitación de su querida hija, dejaba libros nuevos para ella. Odette amaba a su padre, amaba el hombre distante a su manera, lo admirada con devoción; comparándolo con la misma parca. El imponente tamaño del rey, y su presencia era notable en el castillo. Reencarnaba su ser a los dioses de las tinieblas.

 

Las cortesanas hablaban seguido entre ellas, rumoraban como él estaba profundamente enamorado de un rayo de sol, pero no cualquier rayo de sol, uno divino. Y por aquello, él era infeliz, por no tener el rayo de sol. El desprecio en las palabras salía al flote, las cortesanas odiaban a todo ser del reino sol. Odette sintió curiosidad, deseaba saber cómo eran los rayos de sol. Buscó en los libros, pero no encontró nada.

Cuando Odette cumplió catorce años, conoció a su media hermana nacida semanas atrás. Según, otra cortesana había concebido un retoño del rey, en el nombre del amor. Aquel amor era extraño, las cortesanas que se embarazaban y tenían al bebé, como castigo eran decapitadas. Odette se sintió feliz al conocer su hermana, pensó que jamás estaría sola de nuevo y jugaría mucho con ella. Sin embargo, algo anduvo mal, la cortesana que parió a Luz no fue asesinada, a diferencia de lo que se contaba de la supuesta madre de Odette, a ella la dejaron vivir, para cumplir el papel de reina y madre; sobretodo para sanar el corazón roto del rey. Odette fue desplazada por la reina, la odiaba y no la miraba con buenos ojos, ni como hija legitima del rey. A pesar de lo malo, Odette decidió no guardar rencor. Decidió ser una hermana amorosa, una hija amable, y una hijastra respetuosa.

Los años pasaron, y un vació comenzó a crecer en el corazón de la princesa. Su soledad se hizo mayor al igual que ella, La soledad le hacía eco en su corazón, porque sabía que había gente afuera que podría amarla, apreciarla, comprenderla y quererla. Sin embargo, en el reino era ignorada, tratada como una marginada y algo despreciable. Odette planeó huir del castillo, ir a vivir a otro lugar y conocer el amor, ese que tanto leía en libros. Aquel amor que otorgaba fuerzas y valor a los débiles para enfrentar a los dioses más crueles. Aquel amor que daba poder para superar todo. Aquel amor que representaba un sacrificio sumamente gratificante.
Cuando Odette se encontraba realizando maletas, escuchó a los guardias hablar mientras hacían su guardia. Hizo a un lado su larga cabellera y pegó el oído a la puerta, escuchó con atención los susurros de los hombres.

—¿Sabes qué el Rey secuestró el hijo de la reina sol? —preguntó el guardia a su compañero, su voz resonó debajo del pesado casco.

—Sí...me huele a guerra. —El guardia torció la mueca y pensó en su familia.

—Considero que el rey se ha vuelto loco —comentó un guardia dudoso—. Ha matado a su mujer en un arranque de ira. Era una cortesana, sí, pero no merecía morir de manera tan cruel. Pobre princesa Luz, crecerá sin una madre.

—Tal vez cree que la reina sol se unirá a él después de secuestrar al príncipe, como chantaje. La reina era un estorbo para sus planes, que lastima.

—Que lio... no quiero luchar con los del reino sol, ellos son malvados a pesar de tener una bondadosa apariencia.

—No me queda duda que son fuertes. Veras, —susurró el guardia—: el niño... el que secuestró el Rey, no muere, se regenera como una plaga —reveló nervioso.

—Renunciaré, no quiero luchar con esos demonios... por algo tienen cuernos.

Odette despegó su oído, feliz, por fin saciaría su sed de curiosidad. La joven deseaba saber como eran los hijos del sol. Siguió investigando, hasta saber donde su padre tenía prisionero el hijo de la reina. Dejó su huida para después.

Caminó por le castillo con una lámpara en manos, a pesar de que era de día, y la mayoría de los habitantes dormían, los muros desgastado que rodeaban el castillo obstruían el paso del sol. Abrió la puerta de la torre, desplazándose lentamente por el lugar, la oscuridad del interior fue destruida por la luz de la lámpara. Al acercarse, Odette se percató de un delicioso aroma que había en el ambiente, uno que le aceleró el corazón. Emocionada, se acercó hasta donde un niño apareció a su vista, yacía encadenado. La sangre que emanaba el pequeño era la causa del aroma que atraía a Odette. Ella observó al niño, aquel pequeño retoño de sol que buscaba con la mirada a una salvadora, su madre. El brazo herido del pequeño cayó en el charco de sangre, y el otro brazo que aún permanecía en el torso del príncipe, fue estirado, esperando alcanzar a la silueta borrosa que se acercaba con curiosidad.




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