Tierra de entes

Tierra de gemelos/ parte dos

—¡¿Por qué!? —preguntó Nokto enojado antes de ponerse de pie. Los ojos se le opacaron por las lágrimas contenidas.

—Estamos a mano, ambos perdemos algo querido —guardó silencio por un momento—.Debo sacrificarte —reveló con una entonación alegre—. Hace mucho que contaminaste a la reina con tu inmunda sangre, acepta las leyes de este mundo. Acepta tu destino.

De un momento a otro, las manos de Orben se prendieron en llamas, los huesos y articulaciones de sus manos fueron visibles desde el interior de la intensas llamas. Nokto sabía que no tenía muchas probabilidades de ganarle, él solo tenía el trueno, y en su estado débil no era capaz de lanzarlo. Dio unos pasos atrás, sin dejar mirar al brujo. En la mirada de Orben solo había ira acumulada, por muchos años, él reencarnaba el caos. Orben, veloz, se acercó empuñando sus manos ardientes, lanzó unos golpes probando los reflejos del príncipe. Nokto en su fatiga logró esquivar los ataques. Sin darse la oportunidad a fallar y fatigarse más, moviéndose rápidamente, se ubicó detrás del brujo que media fuerzas para ese entonces. Nokto tomó del cuello a Orben y lo derribó en la nieve con la idea de así lograr apagar las flamas. Poniéndose encima, Nokto puso con fuerza sus manos en los codos del brujo, alejando las llamaradas. Al utilizar mucha fuerza, salió un chorro de sangre de las heridas de Nokto, manchando al brujo que intentaba someter.

—Eres fuerte, —rio— los Floroj lo son, pero en especial más tú. Me encargaré de hacerte cenizas, para que jamás logres volver a la vida —habló muy enojado.

Orben utilizó toda su fuerza para girarse en el suelo y quitarse de encima a Nokto. Al liberarse, pateó a Nokto en su herida, sacándole más sangre y dejándolo sin aire. Una vez en pie, Orben se alejó y eliminó las flamas de sus manos. El brujo pensó que no debía perder más tiempo, era momento de terminar con su enemigo. Del bolso de su saco tomó una varita, era una varita alargada, hecha y unida con el cuerno cortado de Nokto cuando era niño y fue secuestrado. Asombrado, Nokto miró la flor en la punta de la vara, la que creyó que se marchitó y desapareció cuando fue cortado su cuerno.

—Pero... qué de... —Nokto intentó ponerse de pie, pero solo tuvo fuerzas para hincarse, los oídos le zumbaban, escuchaba el latir intenso de su corazón y su vista estaba borrosa—. ¿Por qué tienes mi cuerno? —preguntó y alzó la mirada ante el brujo.
Nokto contempló la sonrisa de victoria de Orben enmarcado su pálido rostro, resaltaron las pecas del malvado brujo.
—Sirven como armas, siempre y cuando la presencia del ente exista. Por fin les encontré un uso útiles a los Floroj —Alzó la mano donde sostenía la varita.

La flor se abrió lentamente y resplandeció al par de las agitadas nubes. Antes de que un rayo saliera impulsado, Nokto abrió la flor de su cuerno, no por su voluntad propia, sino en un reflejo, la flor trabajó en conjunto con la de la varita. Nokto pudo mirar de manera confusa como de la flor de la varita salía una raíz dorada fantasmal, conectada al corazón del portador, Orben, consumía su vitalidad para funcionar.
Orben estaba muy seguro de su victoria, él en el pasado pactó con los Ombroj del reino sombra para estar conectados a ellos, a su poder y vitalidad.

—No... no quiero más batallas, no quiero más guerras, no quiero esto. ¡Estoy harto! —gritó Nokto en su desesperación.

Cayó un violento trueno en Nokto, todo se puso oscuro para él, sintió por un momento que su existencia desapareció. En la oscuridad, nuevamente escuchó las voces de los alargados entes, los que vestían ropas desgastadas y portaban doradas coronas. Aquellos entes que se hicieron llamar dioses en el mundo divido por dos reinos.

—Hijo de la luz, hijo de la carne. Primero fue la vasija, para que después pueda existir el ser —hablaron en conjunto los siete entes con una voz desvanecida—. Reencarnaras a uno de nosotros, tu existencia fue acordada y pactada con tu progenitora, eres la vasija hecha para tal propósito. Nosotros te mandamos un regalo, el ser. Salvaras a nuestro precioso sueño con el poder de un dios que olvidó.— revelaron en conjunto.

Un recuerdo apareció en la mente de Nokto, una lejana conversación dada en las tinieblas.

—Este mundo morirá, es inevitable, y los dioses no pueden regresar y salvarlo. Sin embargo, hay una opción, crear una vasija que pueda hacer reencarnar a un dios, por eso he sido enviado aquí por ellos, ese es mi propósito —retumbó una voz masculina en la oscuridad.

—Una vasija... que cruel suena llamar así a la vida —calló por un momento la melodiosa voz femenina que habló—. ¿Seré apta para crearla?

Aquella voz la reconoció Nokto, era la de su fallecida madre.

—Lo eres, por eso tú me encontraste en el pozo. Es un portal que mantiene las almas capturaras, donde le tiempo no pasa. Cuando llega la persona indicada en el pozo, el regalo llega. Los dioses están desesperados y no dudan en utilizar lo que sea para salvar su apreciado mundo —explicó la voz masculina.

Las voces se callaron, Nokto supo la verdad, por qué existía y vivía, solo era un ente nacido para darle vida a uno de los dioses que crearon al mundo de entes.

Nokto caminó en la oscuridad, hasta acercarse a lo único visible, los enormes entes de coronas doradas que yacían de pie formando un circulo.

—No quiero luchar, estoy cansado... ¡Interfieran ustedes! ¡Hagan algo! No solo estar en esta oscuridad utilizando a los demás como peones. ¡No quiero su regalo! Que más da, que se destruya el mundo, ella... —Nokto bajó la cabeza.
Los enormes entes que parecían esculturas no respondieron ante la queja de Nokto.

Él se echó en el suelo de la oscuridad, Nokto no quería nada. Entonces, en su mente apareció Catalina, recordó que ella fue lanzada al precipicio por el brujo. Las lágrimas salieron de sus ojos. Enojado y triste, se quitó los lentes y los lanzó lejos.




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