Cuando hacía sonar el violín, sentía que me transformaba. Ya no era una chica triste sin la mitad de su ser ni me sentía atormentada por recuerdos irreales de tiempos pasados. Simplemente, me convertía en parte de la música, me dejaba llevar por la melodía y me expandía hacia todos los rincones del mundo.
Practicamos una pieza que ya conocía: la Novena Sinfonía de Beethoven. No me desagradaba la música clásica, al contrario, pero de vez en cuando tenía el impulso de tocar algo más personal. Alguna pieza que expresase mejor cómo me sentía. Por eso, cuando terminaban los ensayos, me gustaba escaparme hasta un parque cercano a la residencia y liberar mi espíritu violinista.
No hubo ni un solo fallo, ni una sola nota discordante durante los más de diez minutos que duró la melodía. En cuanto sonaron los últimos acordes, abrí los ojos y sonreí, contenta. Siempre me sentía revitalizada tras una buena sesión de música.
—Muy bien, alumnos —nos dijo nuestro profesor entonces—. Veo que habéis practicado, al menos lo suficiente como para no sonar como un coro de gansos.
Contuve una sonrisa divertida. No nos tomábamos a mal sus comentarios mordaces porque formaban parte de su personalidad, y en realidad nunca infravaloraba nuestro talento como músicos. Simplemente, era un señor ya con sus buenos años y una forma de enseñar quizá un poco estricta, pero que funcionaba bastante bien.
—Quisiera comentaros una cosa antes de continuar con la siguiente pieza —añadió—. Es un asunto bastante importante para esta escuela, y nos implica como clase, sobre todo.
Agudizamos el oído, entonces. Al hombre parecía que le resultaba difícil encontrar las palabras exactas, y eso despertó aún más nuestra curiosidad.
—Nos han ofrecido una plaza para un concierto benéfico junto a otras escuelas de música de toda Europa. Es por ello por lo que, tras un intenso debate entre los profesores, hemos decidido que seáis vosotros los que interpretéis una serie de piezas en nada más y nada menos que la ciudad de Glasgow, en Escocia.
Al principio, ninguno supimos cómo reaccionar. Sus palabras nos habían petrificado a todos, hasta que Eduardo saltó de su asiento para gritar de felicidad y despertó por fin al resto. Lo imitamos y empezamos a aplaudirle a nuestro profesor, que repentinamente se mostraba bastante azorado e incómodo con la atención. ¡Era increíble! ¿Nos íbamos a Escocia? ¡Parecía que nos sonreía la suerte!
—Pero ¿cómo es eso? ¿Y qué piezas vamos a interpretar?, ¿las tenemos elegidas? —le preguntó uno de los alumnos, emocionado.
El señor Oria se aclaró la garganta para que los demás bajásemos el volumen. No le gustaba hablar demasiado alto.
—Por supuesto que las he elegido yo, señor Martínez, que para eso soy el profesor. ¡Sentaos todos! No soy un adiestrador de palomas.
No estábamos más calmados, precisamente, pero obedecimos y nos sentamos, intentando que no se notara nuestra excitación. Estaba muy entusiasmada con la idea, no solo por el hecho de viajar, sino porque, además, Glasgow siempre fue la ciudad preferida de Diana. Si ella siguiese con vida, seguro que se moriría por aquella oportunidad.
—Bien, como ya he dicho antes, he escogido una pieza sobre bandas sonoras para el grupo, y además, he dispuesto también que algunos de vosotros interpretéis una pieza en solitario —nos anunció—. Suni con el piano y Sofía con el violín. Cada una de vosotras podrá escoger su propia composición para ello. Confío en que sea decente, eso sí.
Al oír aquello, las dos nos miramos y sonreímos. ¡Íbamos a tener un número en solitario! Era la oportunidad perfecta para destacar, y más si estaban presentes escuelas de otras partes de Europa.
Tocar en una orquesta estaba bien, por supuesto, pero no era comparable con tocar en solitario y darle rienda suelta a tu propia música. Y eso era algo que ambas perseguíamos.
—Gracias, profesor. No le defraudaremos —respondió ella por las dos.
El señor Oria la mandó a callar con un gesto de la mano.
—Sí, sí. Os daré más detalles en cuanto acabe la clase, pero, ahora…, ¡se acabó el descanso!
—¡¿Has flipado tanto como yo?! —exclamó Suni en cuanto salimos del aula. Felipe y Eduardo iban justo detrás. El resto de los alumnos nos felicitaron según iban adelantándonos para ir a sus habitaciones o a atender sus asuntos.
—¡Pues claro! He sentido la necesidad de pellizcarme para saber si realmente era real o solo un sueño —le confesé.
—¿Ya sabes qué pieza vas a tocar? Yo no lo tengo claro. ¿Algo clásico como Para Elisa? ¿O quizá Dulce Hogar? No, es demasiado sencillo…
—¿Queréis pensar en lo realmente importante? —intervino Eduardo entonces, poniéndose entre ambas y echándonos a cada una un brazo por los hombros—. ¡Nos vamos a Escocia dentro de dos semanas!
Sonreí ampliamente mientras mi amiga gritaba de emoción.
—¡Nunca he ido a Escocia! Va a ser un gran viaje, sin duda —nos dijo ella.
—El broche final antes de graduarnos… —comentó Felipe. Todos nos detuvimos y nos giramos para mirarlo al darnos cuenta de lo que estaba diciendo—. ¿No lo habíais pensado? Creo que por eso el señor Oria os ha pedido un solo a cada una de vosotras. Es probable que, ya que nos graduamos, quiera que mostréis todo ese talento como profesionales.
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Editado: 01.12.2022