Mis amigos propusieron salir esa noche a celebrarlo, pero descubrí que no me apetecía demasiado seguir con ellos, sino pasar tiempo a solas. Sinceramente, desde que había salido del aula sentía el hormigueo constante en los dedos, los nervios a flor de piel y las ganas de coger mi violín y ponerme a ensayar.
No tenía ni idea de qué pieza iba a escoger para mi intervención en solitario, y por eso quería practicar con varias hasta encontrar alguna que me gustase. El nuevo objetivo me mantendría calmada y sería el entretenimiento perfecto para mí.
Suni solía interpretar melodías ya creadas por otros artistas extranjeros, aunque también componía sus propias creaciones. A mí, por el contrario, me encantaba componer piezas nuevas. Por eso, siempre estaba ensayando y apuntando posibles melodías que después perfeccionaba hasta altas horas de la noche en mi habitación.
Ese día necesitaba desesperadamente ponerme a practicar, así que me marché directa a la residencia tras despedirme y fui hasta mi habitación para darme una ducha rápida y relajarme un par de minutos. Aún era temprano, el sol ni siquiera estaba demasiado bajo, así que tenía tiempo para escaparme en un rato al parque más cercano y practicar.
Me inspiraba mejor en un entorno natural, más que entre cuatro paredes. Allí sentía que era libre y que la música se expandía hacia todos los rincones: entre las hojas, bajo la tierra, sobre las nubes…
A veces creía que tal vez no era tan distinta de Diana. Ella soñaba despierta casi todo el tiempo, con la nariz metida en increíbles libros de historias sobre hadas, faunos y demás criaturas mágicas. Aun así, sacaba tiempo para estudiar magisterio, su segunda gran pasión. Habría sido una buena profesora si todo hubiera sido diferente.
Mi nariz, por el contrario, estaba metida en las partituras de mi violín. Mi hermana podría darles clase sobre historia, matemáticas o ciencias a niños gritones porque era su sueño, mientras que el mío sería dedicarme por entero a mi música. Nuestros padres no se tomaron bien al principio que quisiera centrarme más en mi carrera como violinista antes que en otra cosa que consideraran con más… salidas laborales. Pero yo aún no tenía claro qué quería estudiar ni qué quería hacer salvo una cosa: tocar el violín.
Me dejaron tranquila gracias a Diana y su intención de estudiar en la universidad, pero, ahora que no estaba, volvían a presionarme para que estudiase lo que ellos querían. Por eso me mudé rápidamente a la residencia para quienes estudiábamos en la academia de música.
Y ahora, a pocos meses de cumplir veintitrés años, iba a graduarme como violinista por todo lo alto: viajando a Glasgow y demostrando mi talento frente a una multitud de personas, en un escenario que durante un instante sería solo mío. Solo de pensarlo ya me provocaba un hormigueo de excitación.
Pero también pensé en las palabras de Felipe, aquellas en las que nos recordaba que ese era nuestro último año estudiando. Tenía sentido que fuera una forma de celebrar nuestra graduación, y que nuestro profesor también se asegurase de que las dos alumnas más aventajadas pudieran tener una oportunidad extra de llamar la atención de algún músico experimentado o alguna institución interesada en contratarnos como músicos.
Más descansada, me cambié de ropa para ponerme una más cómoda: vaqueros, zapatillas de deporte y una camiseta con el logotipo de mi serie favorita, Juego de Tronos. Me puse una chaqueta con capucha y le eché un vistazo a mi violín para comprobar que estaba bien antes de salir de la habitación.
Mimaba aquel objeto como si se tratase de un ser con vida propia. No era para menos, ya no solo por el valor monetario, sino por el cariño especial que le tenía. Fue… Fue un regalo de Diana cuando conseguí entrar en la escuela de música. Solo por eso, merecía todas y cada una de mis atenciones.
Salí del recinto que ocupaba mi residencia en dirección al parque que se encontraba no muy lejos de allí. No era un lugar demasiado grande, pero tenía hasta un pequeño lago, y suficientes árboles para que una pudiese medio esconderse a tocar el violín. Igualmente me encontraba con algún que otro testigo de mis improvisados conciertos, pero como no me suponían una molestia, simplemente los ignoraba.
En su mayoría eran familias o parejas jóvenes que se acercaban a escuchar, aplaudían cuando terminaba una pieza e incluso llegaban a dejarme algunas monedas. La primera vez que me sucedió aquello, casi me dio un ataque de risa. Suni y los demás lo consideraron mi primer sueldo, e insistieron en que lo ahorrase para poder invitarlos algún día a una buena cena. Una que seguía teniendo pendiente, recordé de pronto.
El parque estaba desierto a aquella hora, cosa que agradecí. Fui hasta mi rincón habitual, medio oculto por varios árboles frondosos que parecían cercar mi escenario hecho de hojas, hierba y ramas. Deposité el estuche en el suelo y cerré los ojos mientras realizaba unos ejercicios de respiración. Con la mente despejada, podría concentrarme mejor. Saqué entonces el violín y tomé el arco, aunque antes revisé bien las clavijas.
—Hola, Sofi —dijo una voz a mi espalda.
Pegué un brinco, sobresaltada, y me volví para descubrir a Felipe, que levantó una mano en forma de saludo junto con una sonrisa de disculpa.
—¡Dios, Felipe! Me habías asustado —le solté—. ¿Qué haces aquí?
—Yo también quería despejarme un poco la cabeza, y este sitio parece tan bueno como cualquier otro —me respondió dando otro paso más hacia mí—. ¿Podría quedarme a escucharte? Prometo no estorbar. Seré una tumba.
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Editado: 01.12.2022