Como no respondí, mi amigo empezó a preocuparse.
—¿Sofi? ¿Te pasa algo?
Desperté de mi ensoñación y lo miré con una sonrisa.
—¡No, qué va! Perdona, estaba… Pensaba en muchas cosas, la verdad.
—¿Por ejemplo? —me insistió.
En un principio dudé si contárselo o no. Felipe era el más tranquilo del grupo, el que parecía más adulto, siempre con actitud reflexiva y calmada. Quizá él podría darme su versión de aquel recuerdo, una explicación.
Al final decidí que no iba a contárselo. Por algún extraño motivo, quería que aquel recuerdo me perteneciera solo a mí. Y, además, no quería quedar como una loca o alguien que no sabía diferenciar la realidad de la fantasía.
—Recuerdos del pasado —le contesté de forma evasiva—. Supongo que estoy aún emocionada tras la noticia. ¿No te parece increíble? ¿Qué piensas de todo esto? —Quise cambiar de tema para disimular.
—Yo no me creo que vayamos a graduarnos, la verdad —me dijo él con la vista fija en la hierba sobre la que estábamos sentados—. Parece que fue ayer mismo cuando nos conocimos…
—Pero, aunque nos graduemos, seguiremos estando juntos, ¿verdad?
Felipe levantó la vista hacia mí y me miró con una expresión que me costó interpretar. Parecía preocupado, pero también aparecía un brillo de decisión en sus ojos, lo que me hizo recordar la insinuación de Eduardo sobre sus sentimientos hacia mí. «Por favor, que no sea verdad», pensé con apuro.
—Yo… espero que sea así, Sofi.
—¡Claro que sí! No pienses en cosas tristes, anda. —Hice amago de levantarme—. Vamos, está haciéndose tarde.
Pero su mano cogió mi brazo para detenerme antes de que pudiese levantarme del todo. Me quedé de nuevo sentada y lo observé con el pulso acelerado. Felipe se negaba a mirarme a los ojos, como si estos le quitasen el valor que necesitaba mostrar en aquel momento.
—Antes, cuando me has preguntado qué hacía aquí, en realidad no quería solo tomar el aire, también quería decirte algo. —Respiró hondo antes de continuar—: Puede que esto te pille un poco de sorpresa…
Al notar que yo no intervenía, levantó brevemente la vista hacia mí, quizá para comprobar que seguía escuchándolo. Yo no sabía qué hacer. Si lo interrumpía, ¿se sentiría avergonzado por el chivatazo de Eduardo? Aunque si hacía lo contrario, él se declararía y sería mucho peor mi rechazo.
—Sofía, tú me gustas desde hace tiempo.
Cerré los ojos con expresión de dolor al oír las tan temidas palabras. Así que aquella información era cierta. Nos quedamos así unos segundos: sin que yo dijese nada mientras él observaba mi reacción. Se removió incómodo en el sitio, y hasta pude notar cómo se ponía cada vez más nervioso.
—Bueno…, tal vez he sido demasiado directo —me confesó, turbado. Al final tuve que abrir los ojos para devolverle la mirada. No se merecía menos si tenía que ser sincera con él.
—Perdóname, es que por un momento no sabía qué decir. Felipe, tú también me gustas mucho. Eres amable, tranquilo, sabes qué decir para calmar los ánimos cuando el grupo está demasiado nervioso o crispado… Eres un chico genial, en serio. —Vi que esbozaba una mueca al oírme—. Lo que quiero decir es que…
—Que no me ves de ese modo —completó por mí la frase. Me miró atentamente y, al final, sonrió con tristeza.
—No. Lo siento.
Nos quedamos así otro rato más: perdidos cada uno en nuestros propios pensamientos. ¿Cómo se había torcido la situación tan rápido? «Debí darme cuenta antes», me reprendí. Ahora revisaba en mi cabeza todos los momentos juntos y veía más claras esas señales que sí que había percibido Eduardo. ¿Lo sabría también Suni?
—Quería que lo supieras, aunque en realidad una parte de mí ya sabía que me rechazarías —me dijo entonces mi amigo. Lo miré, sorprendida—. No quiero que rompamos nuestra amistad, ¿de acuerdo? Puede que ahora las cosas no sean igual que antes, pero solo yo debo cargar con las consecuencias. Ha sido decisión mía. Me he arriesgado y he perdido.
—Otra vez vuelves a dejarme sin palabras —intenté bromear. Sus palabras me habían impresionado, tuve que reconocerlo—. Siento no poder corresponderte, Felipe, de verdad.
Él le restó importancia. Se levantó y me tendió la mano para que la cogiese, ofreciéndome una de sus amplias sonrisas. Sabía que estaba escondiendo su dolor, y eso me mortificaba más que si se hubiera enfadado conmigo tras mi rechazo. Acepté su mano y me levanté también.
—Solo te pido que no se lo cuentes a los demás. Suni parece inocente, pero se convierte en un demonio dispuesto a martirizarme en cada momento. —Nos echamos a reír—. Y Eduardo…, ya sabes cómo es.
—No te preocupes. Esta conversación puede quedarse aquí, entre estos silenciosos testigos —le respondí echando un vistazo alrededor, observando los árboles que nos rodeaban. Felipe me imitó y dio una vuelta completa para ver el entorno.
—No parecen de los que se chivan, ¿verdad? —Volvió a mirarme y los dos nos reímos de nuevo. La tensión, aparentemente, se había evaporado.
Durante el camino de vuelta tuve bastante tiempo para lamentar haberle respondido con una negativa. Sin embargo, no podía mentirle ni fingir que yo también sentía algo más por él. Eso habría sido cruel, aparte de que no era capaz de hacerlo. Felipe era uno de mis mejores amigos, y solo podría ser eso para mí.
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Editado: 01.12.2022