La Ciudad Central se erguía majestuosa ante ellos, un testimonio de la opulencia y el poder de la corona. Las puertas de la ciudad, imponentes y grandiosas se abrieron para recibir a los "comerciantes" del Wallmapu. Catriel y su grupo pasaron sin problemas; la tregua de un siglo había hecho comunes estos intercambios, aunque la paz era frágil.
Una vez dentro, la magnitud de la Ciudad Central los envolvía. Edificios altos, calles bulliciosas y la diversidad de la vida urbana se desplegaba ante ellos. Se dirigieron al mercado central, un hervidero de actividad donde comerciantes de todas partes se congregaban.
—Recuerden, mantenemos los ojos y oídos abiertos —advirtió Catriel mientras se adentraban en el bullicio del mercado.
Se separaron, cada uno con la misión de encontrar a Marco Ruiz. La información que necesitaban estaba en algún lugar entre los vendedores bulliciosos y los compradores regateadores. La tensión era palpable; cada mirada y cada conversación podían ser cruciales.
Después de horas de búsqueda intensa, un nombre emergió de entre la multitud: "Busca a Miguel". Era un muchacho adolescente.
Rayen, con una mirada escrutadora, se acercó al joven. —¿Miguel? —preguntó, su tono reflejando una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—Sí —respondió el adolescente con entusiasmo—. Soy un gran fanático de las peleas en la Gran Arena. Marco fue un peleador formidable, y sé que Miguel era su amigo cercano. Lo encontrarás en el distrito 8.
Rayen asintió, agradecida por la información. —Muchas gracias —dijo, inclinando su cabeza en un gesto de respeto.
Con la nueva pista en mano, Rayen se adentró en la multitud, buscando a Catriel para compartir lo que había descubierto.
—¿Miguel? —Rayen se acercó a Catriel, su voz apenas audible entre el ruido del mercado—. Distrito 8, Gran Arena. Eso es todo lo que pude encontrar.
Catriel asintió, la determinación marcando sus rasgos. —Es suficiente —respondió—. Vamos.
La noche comenzaba a caer cuando llegaron al distrito 8, un lugar conocido por su vida nocturna vibrante y entretenimiento sin fin. Las luces de neón pintaban las calles con colores vivos, y la música resonaba en el aire.
La Gran Arena, un edificio imponente en el corazón del distrito, era su destino. No era un lugar común, sino un epicentro de combates de MMA donde los luchadores se enfrentaban en un ring y la multitud se congregaba para ser testigos del espectáculo de fuerza y habilidad. Catriel podía sentir la energía del lugar, un cóctel potente de emoción, peligro y oportunidad.
—Estén alerta —ordenó a sus compañeros mientras se adentraban en la arena.
Dentro, la multitud era un mar de rostros anónimos, cada uno una pieza del rompecabezas que estaban desesperados por resolver. Catriel, Rayen, Newen, Antu y Namku se movieron con propósito, sus ojos escaneando la multitud, buscando al enigmático "Miguel".
La tensión aumentaba con cada paso, y la misión que los había llevado desde el corazón del Wallmapu hasta las profundidades de la Ciudad Central estaba a punto de alcanzar un punto crítico. En ese momento, cada decisión, cada movimiento, era esencial. Estaban en territorio enemigo, y la sombra de la corona se cernía sobre ellos, tan omnipresente como la luna llena que brillaba en el cielo nocturno.
Catriel se movía con cautela entre la multitud ruidosa y animada. La Gran Arena estaba viva con la energía de la expectación; los luchadores se preparaban, los espectadores apostaban, y la anticipación se construía como una melodía inminente.
Se acercó a la zona de apuestas, donde un hombre con ojos astutos y manos rápidas manejaba el intercambio de dinero y esperanzas. Catriel, con su estatura imponente y físico robusto, atrajo la atención del hombre de inmediato.
—Estoy buscando a un hombre llamado Miguel —dijo Catriel, su voz firme a pesar del ruido que los rodeaba.
El hombre de las apuestas lo evaluó de una mirada.
—¿Buscas a Miguel para entrar al circuito de peleas, eh? —preguntó, su mirada recorriendo la envergadura de Catriel.
Catriel, rápido para captar el hilo de la conversación, asintió.
—Sí, quiero probar —respondió, manteniendo la mirada fija en el hombre.
El hombre de las apuestas hizo una seña a uno de los guardias cercanos y le pidió que llevara a Catriel al camerino de Miguel. El guardia asintió y Catriel lo siguió a través de la multitud, su corazón latiendo con ansiedad.
El camerino estaba iluminado tenuemente, y Miguel, un hombre de mediana edad con una mirada que hablaba de años en el negocio, se levantó para recibir a Catriel.
—Así que quieres pelear —dijo Miguel, evaluando a Catriel.
—No exactamente —respondió Catriel, cambiando su tono—. Te busco porque tu nombre apareció mientras buscábamos a Marco Ruiz.
La expresión de Miguel cambió; una mezcla de sorpresa y cautela cruzó su rostro.
—¿Por qué buscan a Marco? —preguntó con una mirada inquisitiva.
Catriel se quedó en silencio por un momento, evaluando a Miguel. No estaba seguro de hasta qué punto podía confiar en este hombre que, hasta hace unos momentos, era un completo desconocido.
Miguel, notando la desconfianza en los ojos de Catriel, decidió tomar la iniciativa.
—Él me dijo que vendrían algún día —dijo Miguel, su tono serio—. Puedo ver que vienes del Wallmapu. ¿Qué sabes de Marco?
Catriel se sintió un poco desarmado. —No mucho, la verdad —admitió.