La noche estaba envuelta en silencio, roto únicamente por el rugido distante de los camiones que se aproximaban. Newen, con su lanza en mano, observaba desde lo alto de una duna. A su lado, Rayen ajustaba las cuerdas de su arco, su mirada fija en el horizonte.
La luna, brillante y llena, iluminaba el paisaje desértico, haciendo que la arena brillara con un tono plateado. Ambos camiones, con sus luces encendidas, parecían serpientes mecánicas avanzando a través del desierto.
Con una mirada de complicidad, Rayen y Newen se prepararon. La respiración de ambos se sincronizó, y en perfecta armonía, lanzaron sus armas. La flecha de Rayen y la lanza de Newen se dirigieron hacia el primer camión, impactando con precisión en el piloto y copiloto.
A lo lejos, Rayen vio cómo Catriel y Antu avanzaban hacia el segundo camión. Con una destreza sorprendente, lanzaron granadas boleadoras que, al explotar, volcaron el vehículo. Las llamas iluminaron la noche, y por un momento, todo pareció detenerse.
Namku, con rapidez, se acercó al primer camión, sacando las llaves del conductor y abriendo la puerta trasera. Sin embargo, una mirada de preocupación cruzó su rostro al no encontrar a Víctor.
Antu y Catriel, con movimientos rápidos y precisos, acabaron con los conductores del segundo camión, que aún estaban aturdidos por el volcamiento. Namku, con una seña, alertó a Catriel sobre la ausencia de Víctor en el primer vehículo.
Sin perder tiempo, Catriel abrió el segundo camión, y allí, entre el humo y el polvo, estaba Víctor, aturdido pero ileso. Rayen ve como Catriel, aliviado, sacó a Victor del camión y le entregó el caballo de Namku. Le indicó que debían partir de inmediato.
Rayen observó cómo Catriel y Víctor se alejaban a galope. A pesar de su fortaleza y valentía, una sensación de melancolía la embargó. No era miedo o preocupación, sino más bien un sentimiento de tristeza por el camino que cada uno debía tomar. Aunque sabía que debía dejar sus sentimientos de lado, no podía evitar sentir un vacío en su corazón.
Newen, con una mirada urgente, señaló hacia los camiones. -Rayen, rápido, bajemos.
Ambos descendieron con agilidad por la pendiente de la duna, las botas hundiéndose en la arena mientras se acercaban a los vehículos. Rayen, con rapidez, tomó las llaves del conductor del camión volcado y rápidamente abrió la parte trasera. Allí, esposados y con rostros marcados por el miedo, estaban Sofía, Sumaq y algunos otros miembros de su grupo.
El alivio se dibujó en el rostro de Rayen. -¿Están todos bien? ¿Alguno de ustedes sabe conducir?
Sumaq, aún conmocionado pero firme, asintió. -Yo sé.
-Entonces suban al otro camión, rápido -ordenó Rayen. Mientras Newen tomaba asiento en el asiento del copiloto, el resto del grupo se acomodó en la parte trasera del camión. Sin embargo, justo cuando estaban a punto de partir, Newen levantó una mano, deteniendo a Sumaq.
-Espera -dijo Newen, mirando hacia el horizonte-. Faltan aún.
Desde la distancia, entre dos grandes dunas, apareció la figura de Antu, arrastrando a un hombre con aspecto desaliñado y heridas visibles: Yawar, el prisionero.
Sumaq, con ira reflejada en su mirada, saltó del camión y, con un movimiento rápido, golpeó a Yawar en la cara. Antu se desplazó ligeramente para evitar el impacto directo, y Yawar cayó al suelo.
Con una sonrisa traviesa, Antu comentó: -Se lo merece. Pero míralo, ya está bastante maltrecho.
Newen bajó del camión y, acercándose a Sumaq, le dijo: -Vamos. Tendrás tiempo de "hablar" con él más tarde.
El grupo, ahora completo, se preparó para el escape.
El camión rugía mientras avanzaba hacia el norte, las ruedas levantando polvo del camino. Sumaq, con sus manos firmemente sujetas al volante, echó un vistazo a Newen, quien estaba a su lado.
-¿Quiénes son ustedes? -preguntó Sumaq, su mirada inquisitiva-. ¿Por qué nos han salvado?
Newen, con su habitual serenidad, contestó: -No es a ustedes a quienes hemos salvado específicamente, sino a Víctor. Aunque, por lo que parece, nuestros objetivos son similares. Somos del Wallmapu.
Sumaq entrecerró los ojos, procesando la información. -¿Hacia dónde se dirigen?
-A Ingapirca -respondió Newen sin vacilar.
El rostro de Sumaq reflejó sorpresa. -Tupac no se lleva muy bien con el Inca de ciudad.
Newen sonrió amargamente. -Ni con nosotros. Pero estoy seguro de que está al tanto de todo lo que está sucediendo.
Sumaq asintió lentamente. -He contactado con él. Definitivamente estaba interesado en nuestra operación. Pero es un hombre difícil y de temer, aunque muy inteligente.
-No nos queda otra opción -murmuró Newen, mirando el camino por delante-. No podemos volver al Wallmapu con un grupo tan grande y cruzar nuevamente los dominios de la Capitanía. Si todo sale bien con Tupac, nos refugiaremos en Ingapirca. Desde allí, planearemos nuestros siguientes pasos.
Mientras tanto, en la parte trasera del camión, Rayen observaba a Sofía con curiosidad. Con una voz cargada de misterio, le dijo: -Hace mucho tiempo que no veía a una sacerdotisa impregnada del poder del sol.
Sofía, reconociendo el aura de Rayen, le respondió con cautela: -Yo pensaba que las hijas de la luna eran solo leyendas.
Las dos mujeres se miraron, sus ojos reflejando un entendimiento mutuo y un profundo respeto.
El camión avanzaba por el árido paisaje. El ambiente en el vehículo era tenso, todos inmersos en sus propios pensamientos, esperando el siguiente movimiento.
De repente, Namku, con su imponente presencia, se levantó y todos los ojos se posaron en él. Con voz solemne y firme, comenzó a hablar, capturando la atención de todos.
-Iremos al norte, a Ingapirca -anunció-. Aunque nuestras circunstancias nos hayan reunido de forma inesperada, sospecho que nuestros objetivos no son tan diferentes. Venimos del Wallmapu con una misión clara: rescatar a Víctor. Él ya no está con nosotros. Nuestro peñi Catriel lo ha llevado de vuelta al Wallmapu, donde lo necesitan para algo de suma importancia. Me gustaría poder ofrecerles más detalles, pero la verdad es que yo mismo desconozco la totalidad de la misión.