Tierra de Sangre y Fuego: Sol y Luna

11. Korikancha

Antu despertó abruptamente al sentir una mano en su hombro.

-Joven, debe despertar -dijo un hombre anciano con un tono sereno, su mirada reflejaba sabiduría y experiencia. Por su atuendo y la deferencia con la que los sirvientes le trataban, Antu dedujo que debía ser alguien cercano al Sapa Inca Tupac.

Frotándose los ojos y aún aturdido por el sueño, Antu respondió: -Disculpe, Señor. ¿Dónde están los demás?

-Ya han ido a Korikancha -informó el hombre mientras observaba a algunos sirvientes moverse diligentemente por las estancias.

Antu, desconcertado, preguntó: -¿Korikancha?

El anciano asintió y comenzó a explicar: -Así es, el Korikancha es un anfiteatro, el edificio donde se celebran los eventos más significativos de la ciudad. Cuando el Sapa Inca investigó la historia del antiguo mundo, descubrió un lugar con una estructura llamada Coliseo. Fascinado por la idea, decidió construir algo similar aquí.

Antu, sorprendido, murmuró: -¿El emperador, estudioso? No da esa impresión.

El hombre sonrió, su mirada se tornó nostálgica. -Ingapirca es lo que queda del imperio inca, pero ha evolucionado. El Sapa Inca ya no es designado simplemente por linaje. Es elegido por un consejo que valora no solo sus habilidades físicas sino también su sabiduría y capacidad de liderazgo.

Antu titubeó un momento antes de decir: -Usted sabe... En el sur, se cuentan historias...

El anciano asintió, -Algunas historias son solo rumores, otras son ciertas, y algunas tienen un poco de ambas. Pero lo que es incuestionablemente real es que el Sapa Inca es un hombre a quien temer.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Antu al recordar la fría y determinada mirada de Tupac al ejecutar a Yawar. Había olvidado momentáneamente el cometido y la naturaleza temible del emperador. Jamás había presenciado tal despliegue de poder y autoridad. Aquella imagen, de Tupac decapitando a Yawar sin pestañear, se grabaría en su mente para siempre.

El anciano, con una mirada llena de sabiduría, susurró: -En Ingapirca, las apariencias pueden ser engañosas, y las decisiones del Inca, aunque crueles, siempre tienen un propósito.

Antu lo miró fijamente mientras descendía de la cama, todavía procesando la gravedad de las palabras.

-Su baño está listo, joven -indicó el anciano.

Antu siguió al sirviente mientras sostenía a Pewma, que se encontraba en una delicada jaula en su habitación. Lo condujeron a una estancia que desafió cualquier imagen preconcebida que pudiera haber tenido de una sala de baño. Era un espacio vasto, sus paredes estaban decoradas con mosaicos relucientes que reflejaban la luz, y estaba circundada por majestuosos pilares bañados en oro. En el centro, se desplegaba una pequeña piscina de aguas templadas que emanaban un suave vapor. Justo cuando pensaba que nada podía sorprenderle más, tres mujeres de deslumbrante hermosura hicieron su entrada, intensificando aún más su asombro.

-¿Y esto? -preguntó Antu, visiblemente sorprendido.

-Hospitalidad del Sapa Inca -respondió el sirviente con una sonrisa.

Tras un baño refrescante, y con una evidente sonrisa en su rostro, Antu se vistió con rapidez. El sirviente, paciente, esperó a que estuviera listo para guiarlo hacia la salida.

-Joven, Yachay ha mencionado que, dado que despertó tarde, deberá ir en caballo -informó el sirviente, haciendo que Antu recordara al anciano. Yachay debía ser su nombre.

-El resto de su grupo ha partido en carruaje -añadió.

Antu asintió. - No hay problema, iré a caballo.

El sirviente se acercó y susurró: -Le sugiero que se apresure. Al Inca no le agrada la impuntualidad.

La advertencia reavivó los recuerdos de la noche anterior en la mente de Antu, especialmente el destino de Yawar, Antu sintió un escalofrío. Sin perder tiempo, siguió las indicaciones del sirviente hacia los establos. La estructura imponente del Korikancha era visible en la distancia, sirviendo como un faro que lo guiaba.

Mientras cabalgaba por las calles de Ingapirca, Antu quedó maravillado por la vitalidad de la ciudad. El sol bañaba las estructuras con su luz dorada, haciendo que todo brillara intensamente. Los ciudadanos se movían con propósito, muchos dirigidos también al Korikancha, preparándose para algún evento importante. Las tiendas estaban abiertas, y la gente negociaba enérgicamente.

El sonido del galope del caballo resonaba en las calles adoquinadas, y Antu no pudo evitar notar cómo Ingapirca había adoptado elementos modernos en su infraestructura. Vio teatros, postes de luz eléctrica y hasta algunos vehículos motorizados circulando. Los recuerdos de los guardias armados con rifles de la noche anterior le recordaron que, aunque la ciudad mantenía su esencia histórica, había evolucionado para adaptarse a los tiempos modernos.

Con el Korikancha acercándose rápidamente, Antu apretó las riendas, decidido a no llegar tarde y enfrentar las consecuencias de la ira del Inca.

Al acercarse al recinto, Antu notó que varios de los guardias le hacían señas insistentemente.

-¡Joven, por aquí! -le gritaron.

Antu se dirigió rápidamente hacia ellos, quienes, sin dudarlo, le permitieron entrar por una discreta puerta lateral. Al cruzarla, su mirada se encontró con la familiar figura de Yachay, quien conversaba animadamente con algunas personas de aspecto distinguido.

-Por aquí, tu grupo te espera -indicó Yachay, con una amable sonrisa.

Antu, aún con el aliento agitado por la prisa, preguntó: -¿He llegado a tiempo?

Yachay le dedicó una sonrisa tranquilizadora. -El Inca suele ser más indulgente con los más jóvenes -comentó, guiñando un ojo.

Mientras avanzaban, Antu no podía evitar maravillarse con la imponencia del lugar. Los pasillos, bordeados por paredes de piedras perfectamente ensambladas, le recordaban a las antiguas historias sobre el esplendor del imperio Inca.



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Editado: 16.02.2024

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