El semblante sereno de Yachay contrastaba con la tensión palpable en el aire. Mirándolos con simpatía, intentó aliviar sus preocupaciones.
— No se preocupen — aseguró —. Observen los combates, hay reglas y un moderador. Sin embargo, es posible que el Sapa Inca decida modificar algunas de esas reglas hoy.
Namku frunció el ceño, mirándolo con desconfianza dijo — ¿Cómo es eso?
— Hoy será un día especial, y todo es debido a su presencia — Yachay respondió.
— Entiendo — murmuró Namku —, pero ¿qué es lo que le interesa al emperador de nuestra llegada aquí?
— Creo que ya lo saben... las artes antiguas. Con la llegada del hombre blanco, estas artes comenzaron a desvanecerse. Pero cuando el Sapa Inca sintió su llegada, su entusiasmo creció tanto que decidió participar él mismo.
Namku parecía aún más confundido. — ¿Sintió nuestra llegada?
Yachay asintió. — Así es. Bueno, no él directamente, sino Lawra. Creo que tus amigas lo comprenden mejor — dijo mirando a Rayen y Sofia, quienes asintieron en respuesta.
Sofia tomó la palabra.
— Antes de llegar aquí, ya lo sentíamos. Aquellos que hemos sido instruidos en esas artes podemos percibir a otros que las dominan.
Rayen intervino — Pero no siento nada en el Sapa Inca. ¿Por qué le entusiasma tanto nuestra presencia?
Yachay sonrió, listo para iluminarlos.
— Hay quienes tienen un talento especial para dominar esas artes. Las habilidades que nos son otorgadas por las deidades antiguas requieren de una gran concentración y disciplina. Algunos no logran dominarlas en su totalidad, pero pueden usarlas para potenciar otras habilidades.
Newen asintió en acuerdo.
— Así es. No todos dominan las artes antiguas con la facilidad que ustedes lo hacen — mencionó, refiriéndose a Rayen, Sofia y Namku.
Rayen miró a Antu, cuestionándolo:
— Tienes razón. Cuando intento sentir a Antu, no percibo nada con facilidad, pero su habilidad con su ave es evidente.
Antu frunció el ceño, sin entender a qué se referían con "artes antiguas".
— Oye, viejo — susurró a Namku —, ¿a qué se refiere Rayen? Yo no tengo nada que ver con esas artes antiguas.
Namku, tratando de ser paciente, le preguntó:
— ¿De quién aprendiste a dominar a tu ave?
— Pues, de las machis, evidentemente — respondió Antu, con una mirada inocente.
Namku suspiró, cuestionándose si Antu realmente era medio retrasado o simplemente se estaba haciendo el desentendido.
— Eres un buen muchacho — finalizó, dando una palmada amistosa en el hombro de Antu.
Antu le devolvió la sonrisa a Namku, aunque todavía se sentía un poco perdido. Sin embargo, su atención se vio interrumpida por el silencio que siguió a la finalización de la danza. Los bailarines, con movimientos precisos y elegantes, hicieron una reverencia profunda en dirección al trono del Sapa Inca y luego se retiraron de la arena, dejando un vacío expectante.
— Este es un evento que ocurre solo una vez al año. Por eso la emoción de la gente. — comentó Yachay, sus ojos brillando con un entusiasmo compartido por el público.
Los rostros del grupo se volvieron hacia él, capturados por cada palabra. Tras unos minutos de anticipación, las grandes puertas de la arena se abrieron de par en par. Un hombre vestido con ropas coloridas y llamativas apareció. Sus movimientos eran seguros y teatrales, lo que indicaba su papel importante en el evento. Con una reverencia profunda hacia el Sapa Inca, anunció que todo estaba listo para comenzar. Tupac, con un gesto solemne, asintió.
El ambiente se cargó de electricidad cuando el moderador elevó su voz, anunciando a los primeros combatientes. — Estos dos hombres han tenido desacuerdos comerciales y, en lugar de resolverlo en los tribunales, han optado por enfrentarse en la arena hoy.
Los nombres de los combatientes resonaron en el estadio, seguidos por vítores y arengas. Cuando estuvieron posicionados en el centro de la arena, el moderador sacó un pequeño reloj mecánico, una joya de la ingeniería, y lo mostró a la multitud.
— Tres minutos. Ese es el tiempo que tienen para resolver sus diferencias. — informó Yachay a sus compañeros, sin quitar los ojos de la contienda que estaba a punto de comenzar.
El tic-tac del reloj parecía amplificarse, y justo cuando el silencio se volvía insoportable.
Los dos combatientes se posicionaron en el centro de la arena, tensos y listos. Aunque la multitud rugía con entusiasmo, en ese espacio solo existían ellos y su inminente enfrentamiento. Con una mirada fija y decidida, ambos hombres levantaron los puños, protegiendo sus rostros.
— ¡Comienza el duelo! — gritó el moderador.
Los primeros segundos se llenaron de movimientos rápidos y precisos. Cada puñetazo lanzado era recibido con un bloqueo o esquivado con una agilidad sorprendente. Sin embargo, la destreza de uno de ellos pronto se hizo notar. Con un movimiento fluido, conectó una patada certera en la pantorrilla de su oponente, derribándolo al suelo.
El moderador, mostrando su experiencia, intervino rápidamente.
— ¿Puedes continuar? — preguntó al hombre caído.
El combatiente, con el orgullo brillando en sus ojos, asintió con firmeza. Sin perder tiempo, se levantó y retomó su posición de combate.
La batalla se reanudó, pero el cansancio comenzaba a hacer mella en ambos. Los golpes, que antes eran esquivados con facilidad, ahora encontraban su objetivo. El hombre que había conseguido el primer derribo, con una determinación feroz, conectó un puñetazo directo al rostro de su oponente. Este cayó al suelo, claramente aturdido.
El moderador se acercó y, tras evaluar la situación, declaró:
— ¡Knockout! ¡Tenemos un ganador!
La multitud estalló en vítores y aplausos, celebrando la victoria del primer contendiente y la valentía de ambos hombres.